PROGRAMA Nº 1167 | 17.04.2024

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La Iglesia presente en el continente africano (2010)

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A modo de introducción, en el marco del concilio ecuménico Vaticano II, la Iglesia de Dios que está en África vivió, por su parte, auténticos momentos de gracia. En efecto, la idea de un encuentro, bajo una forma u otra, de los obispos de África para dialogar sobre la evangelización del continente, se remonta al período del Concilio. Aquel acontecimiento histórico fue verdaderamente el crisol de la colegialidad y una expresión peculiar de la comunión afectiva y efectiva del episcopado mundial. En este clima, los obispos de África y Madagascar presentes en el Concilio decidieron crear un Secretariado General propio para coordinar sus intervenciones, de modo que se ofreciera en el aula, en cuanto fuera posible, un punto de vista común. Esta cooperación inicial entre los obispos de África se institucionalizó después con la creación en Kampala del Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar. Esto sucedió con ocasión de la visita del papa Pablo VI a Uganda en julio y agosto de 1969, primera visita a África de un Pontífice de los tiempos modernos. Los primeros siglos del cristianismo vieron la evangelización de Egipto y de África del Norte. Una segunda fase, relativa a las regiones del continente situadas al sur del Sahara, tuvo lugar en los siglos XV y XVI. Una tercera fase, caracterizada por un esfuerzo misionero extraordinario, se inició en el siglo XIX. En realidad, desde el siglo II al siglo IV la vida cristiana en las regiones septentrionales de África fue intensísima e iba en vanguardia tanto en el estudio teológico como en la expresión literaria. Orígenes, san Atanasio, san Cirilo, lumbreras de la escuela alejandrina, y en la otra parte de la costa mediterránea africana, Tertuliano, san Cipriano, y sobre todo san Agustín. También grandes santos del desierto como, Pablo, Antonio, Pacomio, primeros fundadores del monaquismo, difundido después, siguiendo su ejemplo, en Oriente y Occidente, también san Frumencio, llamado Abba Salama, que, consagrado obispo por san Atanasio, fue apóstol de Etiopía. Durante estos primeros siglos de la Iglesia en África, algunas mujeres dieron también testimonio de Cristo. Entre ellas se debe mencionar particularmente a Felicidad y Perpetua, a santa Mónica y a santa Tecla. Otras figuras de origen africano como los Papas Víctor I, Melquíades y Gelasio I, pertenecen al patrimonio común de la Iglesia. En el recuerdo de las antiguas glorias del África cristiana, podemos destacar como la Iglesia de África esta en plena comunión: la Iglesia griega del Patriarcado de Alejandría, la Iglesia copta de Egipto y la Iglesia etiópica, que tienen de común con la Iglesia católica el origen y la herencia doctrinal y espiritual de los grandes Padres y Santos no sólo de su tierra, sino de toda la antigua Iglesia. En los siglos XV y XVI, la exploración de la costa africana por parte de los portugueses fue acompañada pronto por la evangelización de las regiones de África situadas al sur del Sahara. Este esfuerzo afectaba, entre otras zonas, a las regiones del actual Benín, Santo Tomé, Angola, Mozambique y Madagascar. Durante este período se erigieron un cierto número de sedes episcopales y una de las primicias de esta acción misionera fue la consagración en Roma, en 1518, por parte de León X, de Don Enrique, hijo de Don Alfonso I, rey del Congo, como obispo titular de Utica. Don Enrique llegó a ser así el primer obispo autóctono del África negra. En aquella época, exactamente en el año 1622, el Papa Gregorio XV erigió con carácter estable la Congregación De Propaganda Fide con el fin de organizar y desarrollar mejor las misiones. Por diversas dificultades, la segunda fase de la evangelización de África se concluyó en el siglo XVIII con la extinción de casi todas las misiones en las regiones al sur del Sahara. La tercera fase de evangelización sistemática de África comenzó en el siglo XIX, período caracterizado por un esfuerzo extraordinario, llevado a cabo por los grandes apóstoles y animadores de las misiones africanas. Fue un período de rápido crecimiento, como muestran claramente las estadísticas presentadas a la Asamblea sinodal por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. África respondió muy generosamente a la llamada de Cristo. En estos últimos decenios numerosos países africanos han celebrado el primer centenario del comienzo de su evangelización. Verdaderamente el crecimiento de la Iglesia en África, de cien años a esta parte, es una maravilla de la gracia de Dios. La gloria y esplendor del período contemporáneo de la evangelización en África quedan ilustrados de modo admirable por los santos que el África moderna ha dado a la Iglesia. El Papa Pablo VI tuvo oportunidad de manifestar con elocuencia esta realidad al canonizar a los mártires de Uganda en la Basílica de san Pedro, con ocasión de la Jornada Misionera Mundial de 1964: "Estos mártires africanos vienen a añadir a ese catálogo de vencedores, que es el martirologio, una página trágica y magnífica, verdaderamente digna de sumarse a aquellas maravillosas de la antigua África (...). El África, bañada por la sangre de estos mártires, primicias de la nueva era -y Dios quiera que sean los últimos, pues tan precioso y tan grande fue su holocausto-, resurge libre y redimida". El espléndido crecimiento y las realizaciones de la Iglesia en África se deben en gran parte a la heroica y desinteresada dedicación de los misioneros. Esto es reconocido por todos. En efecto, la tierra bendita de África está sembrada de tumbas de valientes heraldos del evangelio. El hecho de que en casi dos siglos el número de católicos en África haya crecido rápidamente constituye por sí mismo un resultado notable desde cualquier punto de vista. Elementos como el sensible y rápido aumento del número de las circunscripciones eclesiásticas, el crecimiento del clero autóctono, de los seminaristas y de los candidatos en los Institutos de vida consagrada y la progresiva extensión de la red de catequistas, cuya contribución a la difusión del evangelio entre las poblaciones africanas es bien conocida y confirman, en particular, la consolidación de la Iglesia en el continente. De fundamental importancia es el alto porcentaje de obispos nativos, que constituyen ya la jerarquía en el continente. Aunque los católicos sean sólo el catorce por ciento de la población africana, las instituciones católicas en el campo de la sanidad representan el diecisiete por ciento del total de las estructuras sanitarias de todo el continente. Las iniciativas emprendidas con valentía por las jóvenes Iglesias de África para llevar el evangelio hasta los confines de la tierra, son sin duda dignas de mención. Los Institutos misioneros surgidos en África han crecido numéricamente y han comenzado a ofrecer misioneros no sólo a los países del continente, sino también a otras regiones de la tierra. Sacerdotes diocesanos de África, cuyo número está creciendo lentamente, comienzan a estar disponibles, durante períodos limitados, como sacerdotes FIDEI DONUM, en otras diócesis, pobres de personal, en su nación o en otras. En las provincias africanas de los Institutos religiosos de derecho pontificio, tanto masculinos como femeninos, ha aumentado también el número de sus miembros. De este modo la Iglesia se pone al servicio de los pueblos africanos; acepta además participar en el "intercambio de dones" con otras Iglesias particulares en el ámbito de todo el Pueblo de Dios. África, no obstante sus grandes riquezas naturales, se encuentra en una situación económica de pobreza. Sin embargo posee una múltiple variedad de valores culturales y de inestimables cualidades humanas, que puede ofrecer a las Iglesias y a toda la humanidad. Los africanos tienen un profundo sentido religioso, sentido de lo sacro, sentido de la existencia de Dios creador y de un mundo espiritual. La realidad del pecado en sus formas individuales y sociales está bastante presente en la conciencia de aquellos pueblos, y se siente también la necesidad de ritos de purificación y expiación. En la cultura y tradición africanas, el papel de la familia está considerado generalmente como fundamental. El africano, abierto a este sentido de la familia, del amor y del respeto a la vida, ama a los hijos, que son acogidos con alegría como un don de Dios. Las culturas africanas tienen un agudo sentido de la solidaridad y de la vida comunitaria. No se concibe en África una fiesta que no sea compartida con todo el poblado. De hecho, la vida comunitaria en las sociedades africanas es expresión de la gran familia.

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