Dice un antiguo dicho: “Se acostumbra uno a todo”; y para nosotros es
habitual ver el tabernáculo en el centro del altar. Pero no siempre tuvo esta
ubicación e incluso hoy, después del Concilio Vaticano II, vemos a veces el
tabernáculo colocado en una capilla, fuera del aula principal de la iglesia o,
de todos modos, fuera del altar mayor. Desde el siglo VI tenemos testimonios de
la unicidad del altar en las iglesias; luego el número de altares aumenta, pero
se mantiene el respeto absoluto por la mensa dominica que excluye todo lo que
es ajeno a la celebración del Santo Sacrificio. Hacia finales del siglo IX se
empieza a colocar de manera permanente sobre la mesa del altar un nuevo
elemento muy significativo: las reliquias de los santos.
Pronto se añaden otros elementos, por lo que a principios del siglo X un
documento importante, de origen galicano, conocido con el nombre de ADMONITIO
SYNODALIS, que se convierte en ley general para todas las Iglesias de
Occidente, prescribe que sobre el altar “se
deben tener solamente las urnas de los santos, el evangeliario y la píxide con
el Cuerpo del Señor para los enfermos; cualquier otra cosa ha de ser colocada
en un lugar conveniente”. Hay que esperar hasta el siglo XVI para ver el
tabernáculo fijo sobre el altar mayor y, más tarde, para verlo colocado en el
centro de la mesa, última fase del desarrollo histórico del altar.
San Eusebio nos informa que los sacerdotes conservaban la Eucaristía en
sus casas para llevar la comunión a los enfermos. Por antiguos testimonios
sabemos también que la Eucaristía se llevaba colgada del cuello, sea dentro de
paños de hilo, que san Ambrosio llama ORARIA, sea en vasos de oro, plata,
marfil, madera y también arcilla, llamados comúnmente ENCOLPIA. El ENCOLPIUM
era una cajita que contenía las reliquias y también el libro de los Evangelios
que los fieles llevaban colgada del cuello por devoción. Conocemos algunos de
estos objetos hallados en las tumbas del cementerio del Vaticano, de forma cúbica,
provistos de suspensorio y adornados en la parte frontal con el monograma de
Cristo y a los lados con el ALFA y OMEGA.
Después de la paz de Constantino, que permitió a los cristianos celebrar
libremente los sagrados ritos y construir los lugares de culto, sabemos por los
testimonios de los Padres que pronto se estableció la práctica de custodiar la
Eucaristía en las iglesias, aunque, por lo que nos dice Baronio, el uso de
conservar la Eucaristía en las casas privadas dejó de hacerse definitivamente a
principios del siglo VI. San Juan Crisóstomo nos dice que, a veces, se
conservaba la Eucaristía bajo las dos especies y por san Ambrosio sabemos que
en Milán la preciosísima Sangre se conservaba en un vaso de oro con forma de
cubeta, llamado DOLIUM. La sacralidad y la preciosidad son constantes. Y es la
lógica de la ley del amor.
En las primeras basílicas la custodia eucarística tuvo dos formas: la
TORRE y la PALOMA. Debaten los eruditos sobre la prioridad de estas dos formas,
pero es muy probable que la torre sirviera de custodia a la paloma que contenía
el pan eucarístico. Avala esta hipótesis la materia usada para la fabricación:
las torres eran de plata y las palomas de oro. El bibliotecario Anastasio
escribe en el DE VITA PONTIFICUM que Constantino regaló a la Basílica de San
Pedro una torre y una paloma de oro purísimo, adornada con doscientas cincuenta
perlas blancas; Inocencio I mandó construir una torre de plata y una paloma de
oro para la iglesia de los Santos Gervasio y Protasio y el papa Hilario regaló
una torre de plata y una paloma de oro a la Basílica de Letrán.
Se debate asimismo sobre el lugar en el que se colocaban las torres y
las palomas. Citando un fragmento de las Constituciones apostólicas, que se
remontan al siglo IV, algunos consideran que se conservaban en el PASTOPHORIUM,
es decir, en el lugar más apartado e inaccesible de la iglesia: «Después de que todos hayan comulgado, que
los diáconos lleven lo que ha sobrado al pastoforio». Las especies
eucarísticas se metían dentro de la paloma a través de una pequeña apertura
realizada en el dorso y cerrada cuidadosamente mediante una tapa con bisagra.
Las torres y las palomas se suspendían, por medio de cadenas, en el centro del
CIBORIO sobre el altar. Hay que decir al respecto, que por CIBORIO (del latín
CIBORIUM más tarde TEGURIUM y TIBURIUM) se ha de entender el baldaquín de
planta cuadrada que, desde la época de Constantino, se levantaba sobre el
altar, saliendo de los cuatro lados, para darle más elegancia y suntuosidad.
Algunas veces debajo del CIBORIO se construía otro, de pequeñas
dimensiones, llamado PERISTERIUM (palomar) porque conservaba la paloma
eucarística. Las cuatro cortinas que rodeaban el CIBORIO, llamadas por esta
característica TETRAVELA, se siguieron usando hasta los últimos años del siglo
IX. A las dos formas ya en uso –torre y paloma– se suma en el periodo románico
la PÍXIDE. Con este nombre se designa normalmente el vaso sagrado, de cualquier
forma o tamaño, que contiene la Eucaristía. El sustantivo griego, sin embargo,
tiene el significado concreto de caja que le quita todo tipo de ambigüedad al
término genérico de “custodia”, diferenciando claramente este vaso de la torre
y de la paloma.
No puede decirse que el uso de la píxide desplazara al de la torre y la
paloma; por lo demás, la píxide no era nada más que una torre de medio tamaño.
Normalmente consistía en una caja redonda, algunas veces cuadrada, con una tapa
generalmente cónica, aunque también plana. Precisamente por estas
características resultaba muy práctica y más barata. A veces se juntaba la
píxide al pico de la paloma como señal evidente de la presencia de las especies
eucarísticas dentro de ella. Tenemos también ejemplos de píxides apoyadas en un
pedestal, especialmente durante el siglo XII, de ahí el nombre de píxide
pediculada.
Fuente:
www.30giorni.it