PROGRAMA Nº 1162 | 13.03.2024

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LA ISLA DEL DIABLO

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La pieza de MONSIEUR BACHIR, en el HOSPITAL DE SAINT-LAURENT DU MARONI, tenía vista al río. Con un par de almohadas en la espalda, el anciano podía contemplar cómo las largas piraguas iban rumbo a Albina, en la ribera que ya es Surinam, o venían a SAINT-LAURENT, de regreso a la GUAYANA FRANCESA. El cruce de la frontera es un asunto común a orillas del MARONI, tan normal como que intenten cobrarte 200 francos por cruzar hasta Albina cuando en realidad son cincuenta, pero el fenómeno parecía gustarle a BACHIR, que pedía puntualmente sus dos almohadas con el desayuno, a eso de las 7 de la mañana, y no las abandonaba hasta que la falta de luz y los mosquitos obligaban a Claude, el enfermero rastafari, a ser un poco rudo con el viejo.

MOHAMMED BACHIR era el último sobreviviente de la colonia penal que por un siglo y medio mantuvo el gobierno francés en la Guayana. Fue uno más de los 70 mil transportados que Francia envió al bagne, (presidio, en francés) y que identificó a esta Guayana por muchos años. Y fue uno de los pocos bagnards que sobrevivió a las enfermedades tropicales y al trato infrahumano que fue la norma en ese salvaje pedazo de América del Sur. BACHIR llegó a SAINT-LAURENT en el convoy de 1924, junto a otros dos mil presos, para cumplir una condena de veinte años por algo que él siempre llamó una disputa familiar. Lo más probable es que esa disputa haya terminado con la muerte de alguien, pero eso es algo que MONSIEUR BACHIR jamás le comentó a nadie. Los bagnards nunca hablaban de las razones que los habían llevado a la Guayana.

Al completar su condena, en 1944, BACHIR se instaló con un pequeño comercio en SAINT-LAURENT. Tenía que permanecer veinte años más en la Guayana antes de volver a Francia. Dos años después, el gobierno francés cerró el presidio y trasladó a unos dos mil transportados de regreso a la metrópoli. Cuando ya no pudo ir por sí solo hasta la ribera, para ser parte del modesto intercambio comercial entre Albina y SAINT-LAURENT que todavía tiene lugar junto al muelle, se instaló en el hospital y debió conformarse con mirar el paso de las piraguas. Murió a los 98 años. La Revolución Francesa le dio sus primeros huéspedes a la colonia penal de la Guayana, en 1798. Eran 331 presos políticos, entre los que se contaba un buen número de sacerdotes que se había opuesto al nuevo orden.

La mayor parte de los deportados fue destinada a un campamento en las orillas del río Counamarna; los que eran considerados más peligrosos fueron trasladados a unas islas a diez kilómetros de la costa. En los mapas antiguos, ese archipiélago era conocido como Islas del Triángulo, por la disposición geográfica de sus componentes. Pero en 1763 una epidemia que había matado a diez mil personas en la Guayana llevó a los pocos colonos que quedaban a buscar refugio en ellas. Entonces pasaron a llamarse ILES DU SALUT (Islas de la Salvación). Son tres: LA REAL, LA SAN JOSÉ y LA DEL DIABLO.

El posterior uso que se les dio, el fuerte oleaje que las azota y la imposibilidad de escaparse de ellas llevaron a que este último nombre persistiera en el tiempo y en la memoria, aunque hasta ahora los mapas las consignan como de la Salvación. Una paradoja si se considera que el ochenta por ciento de los presos enviados hasta las islas jamás salió de ellas. Ni siquiera muertos, pues era costumbre tirar los cadáveres al mar, algo que hizo crecer la población de tiburones que rodeaba el archipiélago. Las ISLAS DE LA SALVACIÓN recibieron su primer convoy oficial, con 304 reclusos, en mayo de 1852.

A la ISLA DEL DIABLO fue deportado ALFRED DREYFUS, el oficial del ejército francés acusado injustamente de entregar secretos militares a Alemania. DREYFUS vivió en la ISLA DEL DIABLO entre 1895 y 1899. La casa que ocupó todavía está en pie y en un extremo de la isla hay un escaño -donde se supone el infortunado oficial pasaba el tiempo-que se conoce como el BANCO DE DREYFUS. Los prisioneros eran distribuidos por toda la Guayana Francesa. Los convoyes llegaban a SAINT-LAURENT DU MARONI, poblado donde había una especie de cárcel matriz, y desde ahí eran repartidos de acuerdo con sus delitos y peligrosidad.

Gran parte de los caminos que actualmente existen en la isla fueron construidos por los reclusos. También había carpinteros, panaderos, artesanos y, a partir de 1933, un aprendiz de electricista, de 25 años, acusado injustamente de asesinato; un tipo con una mariposa azul tatuada en el torso y cuyo único delito era estar ligado al ambiente del actual parisiense y haber estado en el momento y lugar equivocados. HENRI CHARRIÉRE se llamaba, aunque era más conocido como PAPILLON (mariposa, en francés).

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