Martes 25.03.2008
Editorial - Programa Nº 329
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“La memoria de un pueblo se nutre de innumerables hechos que jalonan su historia. Algunos han de ser celebrados como acontecimientos fecundos que fortalecen la convivencia social. Otros, aunque generen dolor y tristeza, no deben ser silenciados.”[1]
Los argentinos volvemos nuestra mirada al pasado para recordar el quiebre de nuestra vida democrática del 24 de marzo de 1976. Este hecho, acontecido en un contexto de gran fragilidad institucional, y consentido por parte de la dirigencia de aquellos momentos, tuvo graves consecuencias que marcaron negativamente la vida y la convivencia de nuestro pueblo.
Ahora ¿Qué sentido tiene traer hoy a la memoria tan doloroso aniversario? ¿Con qué espíritu lo haremos?
En el año 1968, el Papa Pablo VI inaugura en la ciudad de Medellín, Colombia, la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Estamos en plena vigencia de las dictaduras militares. Allí el Papa, reconoce que hay una ola desbordante de inquietudes por el desarrollo de los países de América Latina agitados por la conciencia de los desequilibrios económicos, políticos, sociales y morales.
Los obispos denuncian que existe una "violencia institucionalizada" para subrayar que "un sordo clamor brota de millones de hombres, como injusticia que clama a los cielos". Hablan, además, de la "vigencia de estructuras inadecuadas e injustas" que pesan duramente sobre los pueblos del continente. También afirman que: "Nos sentimos en la obligación de afirmar, ante nuestros Obispos y eventualmente ante el mundo, el resultado fundamental de nuestra reflexión pastoral: América Latina, desde hace varios siglos es un continente de violencia [...] y pedimos a nuestros Pastores que en la consideración del problema de la violencia en América Latina se evite por todos los medios equiparar o confundir la violencia injusta de los opresores que sostienen este nefasto sistema, con la justa violencia de los oprimidos, que se ven obligados a recurrir a ella para lograr su liberación".
Si hacemos un viaje al pasado de nuestra historia argentina, nos encontramos con Mons. Enrique Angelelli, quien a su muerte era el obispo de la provincia de La Rioja. Fue asesinado el 4 de agosto de 1976, a meses del golpe de estado, cuando su coche sufrió un accidente y el cuerpo de Mons. Angelelli apareció brutalmente golpeado y muerto en el paraje riojano Punta de los Llanos. Caso no aclarado y denunciado por los fallecidos obispos Mons. Jaime de Nevares y Mons. Jorge Novak, y de Mons. Miguel Esteban Hesayne, obispo emérito de Viedma.
La última dictadura no respetó sotanas, hábitos, edades, condición de mujeres, embarazadas o no. Muchos fueron los sacerdotes, religiosas, religiosos, y laicos perseguidos, asesinados, torturados y desaparecidos en esta etapa. Aún en otros países quedan causas abiertas contra represores involucrados en esos crímenes de lesa humanidad.
Estos hechos del pasado, que nos hablan de enormes faltas contra la vida y la dignidad humana, y del desprecio por la ley y las instituciones, son una ocasión propicia para que los argentinos nos arrepintamos una vez más de nuestros errores y para asimilar, en la construcción del presente, el aprendizaje que nos brinda nuestra historia.
Los cristianos, cuando recurrimos a la memoria, lo hacemos para purificarla y constituirla en fuente de sabiduría, reconciliación y esperanza.
Por ello, si asumimos nuestra historia como verdadera maestra de nuestra vida presente, podremos vivir en el respeto a la ley, fortalecer nuestras instituciones y consolidar una democracia fundada en los valores de la verdad y la vida, de la justicia y la solidaridad, del amor y la paz.
A veces creo que debemos descubrir los motivos que han impulsado a los seres humanos a lo largo de la historia a matarse y a torturarse por sus diferencias en materia religiosa, política o económica. La respuesta es que la defensa de la pureza moral frente al vicio y la contaminación es la causa de la crueldad y la intolerancia humanas.
Cuando preparaba esta editorial me vino a la memoria lo que dijera el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Mons. Estanislao Karlic, en la confesión de las culpas, arrepentimiento y pedido de perdón de la Iglesia en la Argentina, realizado en el acto de apertura del Encuentro Eucarístico Nacional, el viernes 8 de septiembre de 2.000 a las afueras de la ciudad de Córdoba. En este histórico documento la Iglesia reconoce culpas, pecados, errores y omisiones por haber sido "indulgente" con los totalitarismos que "lesionaron libertades democráticas que brotan de la dignidad humana".
En este mea culpa, la Iglesia argentina pidió al Señor de la Vida y la Historia: "Padre bueno y lleno de amor, perdónanos y concédenos la gracia de refundar los vínculos sociales y de sanar las heridas todavía abiertas en tu comunidad."[2]
Solicitó "el perdón por no haber rechazado adecuadamente el antisemitismo". Este documento también reconoce "la responsabilidad de tantos cristianos en graves formas de injusticia y marginación social"[3].
En esa confesión de culpas, el documento recuerda: "Te pedimos perdón por los silencios responsables y por la participación efectiva de muchos de tus hijos en tanto desencuentro político, en el atropello a las libertades, en la tortura y la delación, en la persecución política y la intransigencia ideológica, en las luchas y las guerras, y la muerte absurda que ensangrentaron nuestro país."[1]
"Porque el mal de la violencia, fruto de ideologías de diversos signos, se hizo presente en distintas épocas políticas, particularmente la violencia guerrillera y la represión ilegítima, que enlutaron nuestra patria."[2]
Quizás usted pueda o no estar de acuerdo con esta editorial, pero solamente quise dejar mi opinión trayendo a la memoria esta autocrítica de la Iglesia argentina que se inscribió en la recomendación de hacer examen de conciencia y arrepentimiento por parte del Papa Juan Pablo II en el año 2.000, Año del Gran Jubileo.
Deseo concluir con la súplica que cerraba esta confesión de las culpas, arrepentimiento y pedido de perdón diciendo: "Padre, tenemos el deber de acordarnos ante Ti de aquellos hechos dramáticos y crueles. Supliquemos a Dios, Señor de la historia, que acepte nuestro arrepentimiento, y sane las heridas de todos los sectores de nuestro Pueblo".
Alfredo Musante
Director Responsable
Programa Radial
EL ALFA Y LA OMEGA
[1] “Recordar el pasado para construir sabiamente el presente”
Declaración difundida al término de la 143ª Reunión de la Comisión Permanente del Episcopado - 15 de marzo de 2006
[2] “Reconciliación de los bautizados.” Confesión de las culpas, arrepentimiento y pedido de perdón de la Iglesia en la Argentina, en el acto de apertura del Encuentro Eucarístico Nacional, el viernes 8 de septiembre de 2000.
[3] IBIDEM
martes, 25 de marzo de 2008
sábado, 22 de marzo de 2008
viernes, 21 de marzo de 2008
Día Internacional de la Lucha contra la Discriminación Racial

El racismo es una violación de los derechos humanos y de la dignidad humana, sin embargo es una situación que ha existido desde hace mucho tiempo y a la que hoy todavía se enfrenta millones de personas en el mundo. La Organización de las Naciones Unidas, con el objetivo de renovar su compromiso de trabajar contra el racismo, celebra cada 21 de marzo el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial.
El motivo de esta fecha es que ese día en el año 1960, la policía disparó contra una manifestación pacífica que se realizaba en Sharpeville, Sudáfrica para protestar contra las leyes de pases del apartheid. La ONU a través de este día quiere recordarnos su propósito de combatir y erradicar el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y todas las formas relacionadas de intolerancia que se llevan a cabo en diferentes partes del mundo.
Por otra parte, las Naciones Unidas y la comunidad internacional han creado instrumentos de orden internacional para ayudar a la eliminación del racismo como la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial. Asimismo, por parte de los Estados y de manera individual se han creado normas constitucionales y legales tendientes a eliminar el racismo en sus respectivos países.
Lamentablemente, el mundo no ha tomado plena conciencia de lo ocurrido hasta ahora y aún hay personas que creen en la existencia de una raza superior. Si bien hace poco se consiguió eliminar el apartheid que gobernaba Sudáfrica, hoy en día aún se dan formas de racismo y discriminación racial en muchas partes del mundo.
El racismo es un sentimiento aprendido, nadie nace siendo racista. De igual forma, nadie tiene el derecho a discriminar a nadie por el color de su piel, por su lengua o por su acento, por su lugar de nacimiento, por sus hábitos de vida, por sus orígenes y tradiciones o por su pobreza. La discriminación racial es un problema que nos aqueja a todos, y está en nosotros ponerle término final.
A partir de 1966, el 21 de marzo se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial y se conmemora el aniversario de la masacre de Sharpeville (1) Se puede decir que el racismo como ideología surgió en Europa en el siglo XIX. Sin embargo, los inicios del racismo se deben a la labor realizada por Karl Von Linné y George-Louis Leclerc quienes, con un afán meramente científico, catalogaron a todos los seres vivos, incluyendo los seres humanos, en razas.
Posteriormente el anatomista Peter Camper estableció una taxonomía de las razas humanas, según la cual los seres humanos de raza blanca se encontraban en el primer plano y los seres humanos de raza negra estaban al final. Esta clasificación se basó en los cráneos de los seres humanos, y se partió de aquellos que Camper consideraba como los más perfectos, las cabezas de los atletas de la escultura clásica griega. Luego Carl Carus y Gustav Klem introducen el factor raza para interpretar la evolución de las culturas y la historia humana y más tarde Retzius introduce el primer método científico para clasificar las razas: el índice cefálico.
Fue así que posteriormente se formuló la primera teoría racista explícita, la desarrollada por Joseph Arthur en su “Ensayo sobre la Desigualdad de las Razas Humanas”, donde estableció que existen razas superiores y dominantes, las mismas que se originan de una familia común, la raza aria. Establece que ésta ha dado origen a las formas culturales más brillantes, así como a las naciones más poderosas. De igual manera explica que la debacle de esas naciones y culturas, otrora poderosas, tiene su razón de ser en la degeneración biológica de las razas, que no es otra cosa que el mestizaje.
Todas estas ideas, si bien ahora nos parecen ridículas, tuvieron gran impacto y acogida hace unos años. Fue en Alemania en donde estas teorías racistas encontraron su mayor acogida. No debemos olvidar el horror del holocausto y las víctimas dejadas por el mismo. Sin embargo, también tuvieron aceptación en países como Estados Unidos, Reino Unido y Francia, entre otros. Existe un esfuerzo llevado a cabo por las Naciones Unidas y la comunidad internacional, al emitir instrumentos internacionales, tales como la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial así como por parte de los Estados individualmente, al crear normas constitucionales y legales tendientes a eliminar el racismo en sus respectivos países.
Lamentablemente, el mundo no ha tomado plena conciencia de lo ocurrido hasta ahora. Es así que hay aún personas que creen en la existencia de una raza superior. Si bien hace poco se consiguió eliminar el apartheid que gobernaba Sudáfrica, aún se dan formas de racismo y discriminación racial en muchas partes del mundo. La discriminación racial es un problema que nos aqueja a todos, y está en nosotros ponerle término finalmente.
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(1) En 1960, después de los hechos ocurridos en Sharpeville el 21 de marzo, en el que resultaron muertos 69 manifestantes anti apartheid, el Consejo de Seguridad exhortó a Sudáfrica a que abandonara su política de apartheid.
en
12:12


martes, 18 de marzo de 2008
¡Despertar de nuestro letargo y manifestar públicamente a Jesús!
Martes 18.03.2008
Editorial - Programa Nº 328
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Estamos en un tiempo de reflexión, de retrospección, de examinar nuestro interior. Durante este fin de semana del tiempo de Cuaresma se me presentaron sentimientos un poco encontrados de sorpresa y de novedad, producto de lo que sucedía a mi alrededor y, paradójicamente, me planteaba una serie de dudas.
Frente a la pantalla de televisión, por un lado, la intolerancia y la violencia. Otro muerto, producto de la desesperanza que se presentaba a través de la violencia de mucha gente que levantaba estandartes de guerra, que despreciaba la vida y el amor. Y, en contraposición, se nos presentaba un festival que un pastor evangélico, junto con gran parte de la comunidad evangélica de nuestro país, organizaba en el centro mítico de Buenos Aires, el ombligo de nuestro país: el obelisco. Un lugar elegido por lo general para festejar tantos acontecimientos. A veces también en el obelisco se reúnen para protestar. Pero esta vez estaba allí un grupo muy numeroso de hermanos cristianos, convocados por un pastor evangélico que ha hecho de su vida un camino de transformación para la gente, armando festivales en distintas partes del mundo.
Me golpeaba en el corazón y en el cerebro este contraste entre la violencia y la paz. Muchísima gente reunida allí en el centro de nuestra ciudad de Buenos Aires nos mostraba cuántas personas esperan un mensaje de paz, cuánta gente aguarda una palabra de amor, una caricia en el alma. Jóvenes, niños, ancianos cantando, celebrando la vida y escuchando el mensaje que este argentino radicado en Estados Unidos vino a traer al país.
Por el otro lado, el luto de la violencia y de la muerte, de lo incomprensible del hombre. Paradójicamente, esto se presenta en este fin de semana que celebramos el Domingo de Ramos. El cual tiene dos situaciones trascendentes en la celebración: un pueblo vivando al Rey batiendo palmas y levantando olivos, y como contraste, el abandono en el despojo de la cruz.
Para cerrar este editorial y concluir, me queda una gran pregunta que me gustaría trasladárselas y poder compartirla con ustedes ¿Por qué nosotros los católicos estamos tan desmovilizados? ¿Por qué, si tanta gente anhela la paz, nosotros no somos capaces de juntar más de un pequeño grupo de gente para determinadas situaciones y manifestar públicamente el AMOR a Dios?
Los católicos nos reunimos en las peregrinaciones a Luján o en grandes eventos puntuales, como las fiestas fuertes de la Iglesia. Pero no tenemos la necesidad de juntarnos a gritar que queremos la paz y reunirnos en forma masiva. Creo que todos estamos detrás de un mismo objetivo. Todos seguimos a un mismo hombre Dios, todos portamos una cruz como estandarte. Sin embargo parece que algunos tienen una mayor capacidad de gritar a los demás: "Presente". Los que seguimos a Jesús y llevamos adelante su mensaje todavía estamos tratando de reunirnos y de juntarnos y de organizar comisiones para ver cómo lograrlo.
Carlos Guzmán
Coordinador de Contenidos
Programa Radial
EL ALFA Y LA OMEGA
Editorial - Programa Nº 328
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Estamos en un tiempo de reflexión, de retrospección, de examinar nuestro interior. Durante este fin de semana del tiempo de Cuaresma se me presentaron sentimientos un poco encontrados de sorpresa y de novedad, producto de lo que sucedía a mi alrededor y, paradójicamente, me planteaba una serie de dudas.
Frente a la pantalla de televisión, por un lado, la intolerancia y la violencia. Otro muerto, producto de la desesperanza que se presentaba a través de la violencia de mucha gente que levantaba estandartes de guerra, que despreciaba la vida y el amor. Y, en contraposición, se nos presentaba un festival que un pastor evangélico, junto con gran parte de la comunidad evangélica de nuestro país, organizaba en el centro mítico de Buenos Aires, el ombligo de nuestro país: el obelisco. Un lugar elegido por lo general para festejar tantos acontecimientos. A veces también en el obelisco se reúnen para protestar. Pero esta vez estaba allí un grupo muy numeroso de hermanos cristianos, convocados por un pastor evangélico que ha hecho de su vida un camino de transformación para la gente, armando festivales en distintas partes del mundo.
Me golpeaba en el corazón y en el cerebro este contraste entre la violencia y la paz. Muchísima gente reunida allí en el centro de nuestra ciudad de Buenos Aires nos mostraba cuántas personas esperan un mensaje de paz, cuánta gente aguarda una palabra de amor, una caricia en el alma. Jóvenes, niños, ancianos cantando, celebrando la vida y escuchando el mensaje que este argentino radicado en Estados Unidos vino a traer al país.
Por el otro lado, el luto de la violencia y de la muerte, de lo incomprensible del hombre. Paradójicamente, esto se presenta en este fin de semana que celebramos el Domingo de Ramos. El cual tiene dos situaciones trascendentes en la celebración: un pueblo vivando al Rey batiendo palmas y levantando olivos, y como contraste, el abandono en el despojo de la cruz.
Para cerrar este editorial y concluir, me queda una gran pregunta que me gustaría trasladárselas y poder compartirla con ustedes ¿Por qué nosotros los católicos estamos tan desmovilizados? ¿Por qué, si tanta gente anhela la paz, nosotros no somos capaces de juntar más de un pequeño grupo de gente para determinadas situaciones y manifestar públicamente el AMOR a Dios?
Los católicos nos reunimos en las peregrinaciones a Luján o en grandes eventos puntuales, como las fiestas fuertes de la Iglesia. Pero no tenemos la necesidad de juntarnos a gritar que queremos la paz y reunirnos en forma masiva. Creo que todos estamos detrás de un mismo objetivo. Todos seguimos a un mismo hombre Dios, todos portamos una cruz como estandarte. Sin embargo parece que algunos tienen una mayor capacidad de gritar a los demás: "Presente". Los que seguimos a Jesús y llevamos adelante su mensaje todavía estamos tratando de reunirnos y de juntarnos y de organizar comisiones para ver cómo lograrlo.
Carlos Guzmán
Coordinador de Contenidos
Programa Radial
EL ALFA Y LA OMEGA
en
10:02


miércoles, 12 de marzo de 2008
¿Por qué Dios permite la muerte?
Martes 11.03.2008
Editorial - Programa Nº 327
No podemos obviar un tema que, lamentablemente, nos pega de cerca a todos los bonaerenses: 17 personas murieron el pasado domingo 9 de marzo. Entre ellas dos niños, y otras 65 sufrieron heridas, 8 de gravedad, al ser atropellado un ómnibus de dos pisos por un tren, al cruzar un paso a nivel con "barreras bajas", próximo al cruce de la autovía Nº 2 y la ruta Nº 63, en el Partido Bonaerense de Dolores.
Ante esta realidad dura, viene a nuestra mente esa pregunta que nos hacemos cuando suceden este tipo de hechos: ¿Por qué Dios permite estos accidentes? ¿Acaso Dios no lo ve todo? ¿Por qué permite el sufrimiento, la muerte?
La tiranía del hombre y la destructibilidad de la guerra moderna han impuesto dolor, tortura y muerte sobre millones de seres indefensos. Incontables vidas se han perdido en actos de terrorismo por la brutalidad y los secuestros aéreos. Siempre han ocurrido accidentes, pero la escala de desastres y calamidades naturales de hoy en día es abrumadora: un avión de pasajeros se estrella; una planta de extracción de petróleo explota; el fuego atrapa a cientos de individuos en un tren subterráneo. La gente se pregunta: ¿Por qué Dios lo permite?
Las preguntas suben rápidamente a la mente y a primera vista parecen razonables. No obstante, un franco análisis de ellas muestra que presentan ciertas implicaciones. Implican que el sufrimiento en la vida humana es incompatible ya sea con el poder de Dios o con su amor. Como un Dios de amor, no tiene el poder para evitar el sufrimiento o, si lo tiene, entonces no tiene la voluntad de usarlo y, por lo tanto, no es un Dios de amor.
Se asume que la eliminación del sufrimiento, como el que afecta a seres evidentemente inocentes, es algo que deberíamos esperar de un Dios de amor, el cual también es Todopoderoso. ¿Se justifican estas suposiciones?
El hombre vive en un universo de causa y efecto, las consecuencias de ciertas causas son ineludibles. El fuego quema, el agua ahoga, los virus provocan enfermedades, como es el caso del VIH, causante del síndrome de inmunodeficiencia adquirida, SIDA, que mata o altera las células del sistema inmune y destruye progresivamente la capacidad del cuerpo de luchar contra las infecciones y ciertos cánceres, etc. Estos hechos tienen repercusiones morales. Los seres humanos viven en un mundo en el que las consecuencias de lo que hacen son inevitables y, por lo tanto, su responsabilidad por lo que hacen es igualmente inevitable.
La sentencia se impuso a la mujer y al hombre después de la desobediencia en el Jardín del Edén (Génesis 3,16-19). Con la desobediencia del hombre se produjo un trastorno en la relación entre el Creador y lo creado; la relación entre Dios y el hombre está desbaratada. El primer pecado produjo un cambio fundamental que afecta a todos con los males que son comunes al hombre. La muerte es universal: Dios no la modifica para nadie en particular. La enseñanza de la Biblia es que se ha dejado que los hombres actúen a su propia manera y sujetos a la operación de la ley natural, aunque puede haber ocasiones en que un desastre natural sea dirigido divinamente como un castigo para el hombre y además para la purificación de la tierra. El ejemplo sobresaliente es el diluvio en los días de Noé.
Esta obra de Dios en el hombre debe ser de naturaleza individual; sólo el hombre que sufre puede ganar esto como una experiencia personal. El problema mayor del sufrimiento permanece, y la única respuesta que se puede sacar del Libro de Job es que el hombre no puede poner en duda la majestad y sabiduría de Dios; Él es el Creador y el Sustentador de toda la vida, y sus obras sobrepasan el conocimiento del hombre. El hombre no puede más que aceptar que los caminos de Dios están más allá de su entendimiento.
A menudo la gente pregunta: ¿Por qué no interviene Dios para detener el sufrimiento; para poner fin a las guerras, para eliminar las enfermedades, para detener accidentes como el que ocurrió en el Partido Bonaerense de Dolores? Por supuesto, Dios efectivamente interviene en los asuntos humanos; muchas veces ha mostrado su poder en la historia. Pero hay un límite para esta intervención; le ha permitido al hombre el libre albedrío, y le permite que use ese libre albedrío para bien o para mal.
Así fue que, aproximadamente 2.000 años atrás, Dios intervino en la vida e historia del hombre dando a su Hijo Jesucristo para que participe del sufrimiento humano al máximo, a fin de llevar a cabo la redención del pecado y de la muerte. Cristo vino y tomó sobre sí la vida y naturaleza del hombre; compartió nuestra experiencia y soportó las tentaciones internas y las aflicciones externas que son la herencia común de todo el género humano.
Entonces, si Dios sufrió, y si, en obediencia al Padre, Cristo sufrió hasta la muerte, todo el problema del sufrimiento del hombre se eleva a un nuevo nivel. Sin fe en Dios, el sufrimiento es un mal que se debe soportar. Con fe, y el ejemplo del Hijo de Dios, el sufrimiento puede purificar y ennoblecer, y ser un medio por el cual Dios acerca más su presencia al sufriente. El castigo del Señor puede ser en verdad una educación divina.
¿Por qué a mí?; ¿Por qué Dios permite esto? Los que estuvieron cerca de los heridos y familiares de víctimas del 11-M ocurrido en España, recuerdan que estas preguntas resonaban en los pasillos de los hospitales, en las calles de la ciudad. El dolor forma parte de nuestra vida, como nuestro propio nacimiento. Los momentos de sufrimiento pueden hacernos caer en la desesperación, en el egoísmo.
No creo que Dios sea tan cruel y permita que 17 personas pierdan la vida, cuando Él es un Dios de vida, pero en verdad no puedo darles una respuesta a estas preguntas que todos nos hacemos, sólo sé que "el mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios" (1Cor. 18). En estos momentos es cuando más debemos aferrarnos a ella como lo hizo Jesús camino al Calvario.
Quizás tengamos una respuesta cuando nos llegue el tiempo de cruzar el umbral en el atardecer de la vida y seamos juzgados en el Amor, y podamos contemplar el esplendor del Amor cara a cara con Aquél que es, que era y que vendrá. Allí todas nuestras preguntas tendrán respuesta y llegaremos a decir como el apóstol: "La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde esta tu aguijón?" (1 Cor. 15, 54-55). "Si nosotros pusiéramos nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima". "Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final". "… a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente: así la fe de ustedes, una vez puesta a prueba será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo". (1 Ped. 1, 5-7).
Quiero terminar esta editorial, con un hecho que hace mucho me tocó muy de cerca y que fue la pérdida de la madre de un amigo muy querido por mí. En el momento en que, como todos hacemos, voy a darle el pésame y mis condolencias, él me mira y me dice: "Alfredo, no estoy triste, porque sé que no es un adiós definitivo sino… un hasta luego".
Alfredo Musante
Director Responsable
Programa Radial
EL ALFA Y LA OMEGA
Editorial - Programa Nº 327
No podemos obviar un tema que, lamentablemente, nos pega de cerca a todos los bonaerenses: 17 personas murieron el pasado domingo 9 de marzo. Entre ellas dos niños, y otras 65 sufrieron heridas, 8 de gravedad, al ser atropellado un ómnibus de dos pisos por un tren, al cruzar un paso a nivel con "barreras bajas", próximo al cruce de la autovía Nº 2 y la ruta Nº 63, en el Partido Bonaerense de Dolores.
Ante esta realidad dura, viene a nuestra mente esa pregunta que nos hacemos cuando suceden este tipo de hechos: ¿Por qué Dios permite estos accidentes? ¿Acaso Dios no lo ve todo? ¿Por qué permite el sufrimiento, la muerte?
La tiranía del hombre y la destructibilidad de la guerra moderna han impuesto dolor, tortura y muerte sobre millones de seres indefensos. Incontables vidas se han perdido en actos de terrorismo por la brutalidad y los secuestros aéreos. Siempre han ocurrido accidentes, pero la escala de desastres y calamidades naturales de hoy en día es abrumadora: un avión de pasajeros se estrella; una planta de extracción de petróleo explota; el fuego atrapa a cientos de individuos en un tren subterráneo. La gente se pregunta: ¿Por qué Dios lo permite?
Las preguntas suben rápidamente a la mente y a primera vista parecen razonables. No obstante, un franco análisis de ellas muestra que presentan ciertas implicaciones. Implican que el sufrimiento en la vida humana es incompatible ya sea con el poder de Dios o con su amor. Como un Dios de amor, no tiene el poder para evitar el sufrimiento o, si lo tiene, entonces no tiene la voluntad de usarlo y, por lo tanto, no es un Dios de amor.
Se asume que la eliminación del sufrimiento, como el que afecta a seres evidentemente inocentes, es algo que deberíamos esperar de un Dios de amor, el cual también es Todopoderoso. ¿Se justifican estas suposiciones?
El hombre vive en un universo de causa y efecto, las consecuencias de ciertas causas son ineludibles. El fuego quema, el agua ahoga, los virus provocan enfermedades, como es el caso del VIH, causante del síndrome de inmunodeficiencia adquirida, SIDA, que mata o altera las células del sistema inmune y destruye progresivamente la capacidad del cuerpo de luchar contra las infecciones y ciertos cánceres, etc. Estos hechos tienen repercusiones morales. Los seres humanos viven en un mundo en el que las consecuencias de lo que hacen son inevitables y, por lo tanto, su responsabilidad por lo que hacen es igualmente inevitable.
La sentencia se impuso a la mujer y al hombre después de la desobediencia en el Jardín del Edén (Génesis 3,16-19). Con la desobediencia del hombre se produjo un trastorno en la relación entre el Creador y lo creado; la relación entre Dios y el hombre está desbaratada. El primer pecado produjo un cambio fundamental que afecta a todos con los males que son comunes al hombre. La muerte es universal: Dios no la modifica para nadie en particular. La enseñanza de la Biblia es que se ha dejado que los hombres actúen a su propia manera y sujetos a la operación de la ley natural, aunque puede haber ocasiones en que un desastre natural sea dirigido divinamente como un castigo para el hombre y además para la purificación de la tierra. El ejemplo sobresaliente es el diluvio en los días de Noé.
Esta obra de Dios en el hombre debe ser de naturaleza individual; sólo el hombre que sufre puede ganar esto como una experiencia personal. El problema mayor del sufrimiento permanece, y la única respuesta que se puede sacar del Libro de Job es que el hombre no puede poner en duda la majestad y sabiduría de Dios; Él es el Creador y el Sustentador de toda la vida, y sus obras sobrepasan el conocimiento del hombre. El hombre no puede más que aceptar que los caminos de Dios están más allá de su entendimiento.
A menudo la gente pregunta: ¿Por qué no interviene Dios para detener el sufrimiento; para poner fin a las guerras, para eliminar las enfermedades, para detener accidentes como el que ocurrió en el Partido Bonaerense de Dolores? Por supuesto, Dios efectivamente interviene en los asuntos humanos; muchas veces ha mostrado su poder en la historia. Pero hay un límite para esta intervención; le ha permitido al hombre el libre albedrío, y le permite que use ese libre albedrío para bien o para mal.
Así fue que, aproximadamente 2.000 años atrás, Dios intervino en la vida e historia del hombre dando a su Hijo Jesucristo para que participe del sufrimiento humano al máximo, a fin de llevar a cabo la redención del pecado y de la muerte. Cristo vino y tomó sobre sí la vida y naturaleza del hombre; compartió nuestra experiencia y soportó las tentaciones internas y las aflicciones externas que son la herencia común de todo el género humano.
Entonces, si Dios sufrió, y si, en obediencia al Padre, Cristo sufrió hasta la muerte, todo el problema del sufrimiento del hombre se eleva a un nuevo nivel. Sin fe en Dios, el sufrimiento es un mal que se debe soportar. Con fe, y el ejemplo del Hijo de Dios, el sufrimiento puede purificar y ennoblecer, y ser un medio por el cual Dios acerca más su presencia al sufriente. El castigo del Señor puede ser en verdad una educación divina.
¿Por qué a mí?; ¿Por qué Dios permite esto? Los que estuvieron cerca de los heridos y familiares de víctimas del 11-M ocurrido en España, recuerdan que estas preguntas resonaban en los pasillos de los hospitales, en las calles de la ciudad. El dolor forma parte de nuestra vida, como nuestro propio nacimiento. Los momentos de sufrimiento pueden hacernos caer en la desesperación, en el egoísmo.
No creo que Dios sea tan cruel y permita que 17 personas pierdan la vida, cuando Él es un Dios de vida, pero en verdad no puedo darles una respuesta a estas preguntas que todos nos hacemos, sólo sé que "el mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios" (1Cor. 18). En estos momentos es cuando más debemos aferrarnos a ella como lo hizo Jesús camino al Calvario.
Quizás tengamos una respuesta cuando nos llegue el tiempo de cruzar el umbral en el atardecer de la vida y seamos juzgados en el Amor, y podamos contemplar el esplendor del Amor cara a cara con Aquél que es, que era y que vendrá. Allí todas nuestras preguntas tendrán respuesta y llegaremos a decir como el apóstol: "La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde esta tu aguijón?" (1 Cor. 15, 54-55). "Si nosotros pusiéramos nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima". "Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final". "… a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente: así la fe de ustedes, una vez puesta a prueba será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo". (1 Ped. 1, 5-7).
Quiero terminar esta editorial, con un hecho que hace mucho me tocó muy de cerca y que fue la pérdida de la madre de un amigo muy querido por mí. En el momento en que, como todos hacemos, voy a darle el pésame y mis condolencias, él me mira y me dice: "Alfredo, no estoy triste, porque sé que no es un adiós definitivo sino… un hasta luego".
Alfredo Musante
Director Responsable
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martes, 11 de marzo de 2008
¿Por qué Dios permite la Muerte?
EL ALFA Y LA OMEGA
Martes 11.03.2008
Editorial - Programa Nº 327
No podemos obviar un tema que lamentablemente nos pega de cerca a todos los bonaerenses… 17 personas murieron el pasado domingo 09 de marzo, entre ellas dos niños, y otras 65 sufrieron heridas, 8 de gravedad, al ser atropellados el ómnibus de dos pisos, por un tren que cruzó un paso a nivel con "barreras bajas", próximo al cruce de la autovía Nº 2 y la ruta Nº 63, en el Partido Bonaerense de Dolores.
Ante esta realidad dura, nos viene a nuestra mente esa pregunta que nos hacemos cuando suceden este tipo de hechos: ¿Por qué Dios permite estos accidentes? ¿Acaso Dios no lo ve todo? ¿Por qué permite el sufrimiento, la muerte?
La tiranía del hombre y la destructibilidad de la guerra moderna han impuesto dolor, tortura y muerte sobre millones de seres indefensos. Incontables vidas se han perdido en actos de terrorismo por la brutalidad y los secuestros aéreos. Siempre han ocurrido accidentes, pero la escala de desastres y calamidades naturales de hoy en día es abrumadora; un avión de pasajeros se estrella; una planta de extracción de petróleo explota; el fuego atrapa a cientos en un tren subterráneo. La gente se pregunta: ¿Por qué lo permite Dios?
Las preguntas suben rápidamente a la mente y a primera vista parecen razonables; no obstante, un franco análisis de ellas muestra que presentan ciertas implicaciones. Implican que el sufrimiento en la vida humana es incompatible ya sea con el poder de Dios o con su amor; que como un Dios de amor, o no tiene el poder para evitar el sufrimiento o, si lo tiene, entonces no tiene la voluntad de usarlo y por lo tanto, no es un Dios de amor.
Se asume que la eliminación del sufrimiento, como el que está afectando a seres evidentemente inocentes, es algo que deberíamos esperar de un Dios de amor, el cual también es Todopoderoso. ¿Se justifican estas suposiciones?
El hombre vive en un universo de causa y efecto, y las consecuencias de ciertas causas son ineludibles. El fuego quema, el agua ahoga, los virus, como es el caso del VIH, provoca el síndrome de inmunodeficiencia adquirida SIDA, enfermedad que mata o altera las células del sistema inmune y destruye progresivamente la capacidad del cuerpo de luchar contra las infecciones y ciertos cánceres, etc. Estos hechos tienen implicaciones morales. Los hombres viven en un universo en el que las consecuencias de lo que hacen son inevitables y, por lo tanto, su responsabilidad por lo que hacen es igualmente inevitable.
La sentencia que se impuso a la mujer y al hombre después de la desobediencia en el Jardín del Edén (Génesis 3:16, 19). Con la desobediencia del hombre se produjo un trastorno en la relación entre el Creador y lo creado; la relación entre Dios y el hombre está desbaratada. El primer pecado produjo un cambio fundamental que afecta a todos con los males que son comunes al hombre. La muerte es universal: Dios no la modifica para nadie en particular. La enseñanza de la Biblia es que se ha dejado que los hombres actúen a su propia manera y sujetos a la operación de la ley natural, aunque puede haber ocasiones en que un desastre natural es dirigido divinamente como un castigo para el hombre y además para la purificación de la tierra. El ejemplo sobresaliente es el diluvio en los días de Noé.
Esta obra de Dios en el hombre debe ser de naturaleza individual; sólo el hombre que sufre puede ganar esto como una experiencia personal. El problema mayor del sufrimiento permanece, y la única respuesta que se puede sacar del Libro de Job es que el hombre no puede poner en duda la majestad y sabiduría de Dios; Él es el Creador y el Sustentador de toda la vida, y sus obras sobrepasan el conocimiento del hombre. El hombre no puede más que aceptar que los caminos de Dios están más allá de su entendimiento.
A menudo la gente pregunta: ¿Por qué no interviene Dios para detener el sufrimiento; para poner fin a las guerras, para eliminar las enfermedades, para detener accidentes como el que ocurrió en el Partido Bonaerense de Dolores?. Por supuesto, Dios efectivamente interviene en los asuntos humanos; muchas veces ha mostrado su poder en la historia. Pero hay un límite para esta intervención; le ha permitido al hombre el libre albedrío, y le permite que use ese libre albedrío para bien o para mal.
Así fue que, aproximadamente 2.000 años atrás, Dios intervino en la vida e historia del hombre dando a su Hijo Jesucristo para que participe del sufrimiento humano al máximo a fin de llevar a cabo la redención del pecado y de la muerte. Cristo vino y tomó sobre sí la vida y naturaleza del hombre; compartió nuestra experiencia y soportó las tentaciones internas y las aflicciones externas que son la herencia común de todo el género humano.
Entonces, si Dios sufrió, y si, en obediencia al Padre, Cristo sufrió hasta la muerte, todo el problema del sufrimiento del hombre se eleva a un nuevo nivel. Sin fe en Dios, el sufrimiento es un mal que se debe soportar. Con fe, y el ejemplo del Hijo de Dios, el sufrimiento puede purificar y ennoblecer, y ser un medio por el cual Dios acerca más al sufriente a su presencia. El castigo del Señor puede ser en verdad una educación divina.
¿Por qué a mí?; ¿Por qué Dios permite esto? Los que estuvieron cerca de los heridos y familiares de víctimas del 11-M ocurrido en España, recuerdan que estas preguntas resonaban en los pasillos de los hospitales, en las calles de la ciudad. El dolor forma parte de nuestra vida, como nuestro propio nacimiento. Los momentos de sufrimiento pueden hacernos caer en la desesperación, en el egoísmo.
No creo que Dios sea tan cruel y permita que 17 personas pierdan la vida, cuando el es un Dios de vida, pero en verdad no puedo darles una respuesta a estas preguntas que todos nos hacemos, solo se que "el mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden, pero para los que se salvan –para nosotros– es fuerza de Dios" (1 Cor. 1-18)... en estos momentos es cuando más debemos aferrarnos a ella como lo hizo Jesús camino al Calvario.
Quizás tengamos una respuesta cuando nos llegue el tiempo de cruzar el umbral en el atardecer de la vida y seamos juzgados en el Amor y podamos contemplar el esplendor del Amor, cara a cara con Aquel que es, que era y que vendrá, allí todas nuestras preguntas tendrán respuestas y llegaremos a decir como el apóstol: "La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde esta tu aguijón?" (1 Cor. 15-54,55). "Si nosotros ponemos nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima". "Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final". "… a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente: así la fe de ustedes, una vez puesta a prueba será mucho mas valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo". (1 Ped. 1-5,7).
Quiero terminar esta editorial, con un hecho que hace mucho me toco muy de cerca y que fue la perdida de la madre de un amigo muy querido por mi, en el momento que, como todos hacemos, voy a darle el pésame y mis condolencias, el me mira y me dice: "Alfredo, no estoy triste, porque se que no es un adiós definitivo sino… un hasta luego".
Alfredo Musante
Director Responsable
Martes 11.03.2008
Editorial - Programa Nº 327
No podemos obviar un tema que lamentablemente nos pega de cerca a todos los bonaerenses… 17 personas murieron el pasado domingo 09 de marzo, entre ellas dos niños, y otras 65 sufrieron heridas, 8 de gravedad, al ser atropellados el ómnibus de dos pisos, por un tren que cruzó un paso a nivel con "barreras bajas", próximo al cruce de la autovía Nº 2 y la ruta Nº 63, en el Partido Bonaerense de Dolores.
Ante esta realidad dura, nos viene a nuestra mente esa pregunta que nos hacemos cuando suceden este tipo de hechos: ¿Por qué Dios permite estos accidentes? ¿Acaso Dios no lo ve todo? ¿Por qué permite el sufrimiento, la muerte?
La tiranía del hombre y la destructibilidad de la guerra moderna han impuesto dolor, tortura y muerte sobre millones de seres indefensos. Incontables vidas se han perdido en actos de terrorismo por la brutalidad y los secuestros aéreos. Siempre han ocurrido accidentes, pero la escala de desastres y calamidades naturales de hoy en día es abrumadora; un avión de pasajeros se estrella; una planta de extracción de petróleo explota; el fuego atrapa a cientos en un tren subterráneo. La gente se pregunta: ¿Por qué lo permite Dios?
Las preguntas suben rápidamente a la mente y a primera vista parecen razonables; no obstante, un franco análisis de ellas muestra que presentan ciertas implicaciones. Implican que el sufrimiento en la vida humana es incompatible ya sea con el poder de Dios o con su amor; que como un Dios de amor, o no tiene el poder para evitar el sufrimiento o, si lo tiene, entonces no tiene la voluntad de usarlo y por lo tanto, no es un Dios de amor.
Se asume que la eliminación del sufrimiento, como el que está afectando a seres evidentemente inocentes, es algo que deberíamos esperar de un Dios de amor, el cual también es Todopoderoso. ¿Se justifican estas suposiciones?
El hombre vive en un universo de causa y efecto, y las consecuencias de ciertas causas son ineludibles. El fuego quema, el agua ahoga, los virus, como es el caso del VIH, provoca el síndrome de inmunodeficiencia adquirida SIDA, enfermedad que mata o altera las células del sistema inmune y destruye progresivamente la capacidad del cuerpo de luchar contra las infecciones y ciertos cánceres, etc. Estos hechos tienen implicaciones morales. Los hombres viven en un universo en el que las consecuencias de lo que hacen son inevitables y, por lo tanto, su responsabilidad por lo que hacen es igualmente inevitable.
La sentencia que se impuso a la mujer y al hombre después de la desobediencia en el Jardín del Edén (Génesis 3:16, 19). Con la desobediencia del hombre se produjo un trastorno en la relación entre el Creador y lo creado; la relación entre Dios y el hombre está desbaratada. El primer pecado produjo un cambio fundamental que afecta a todos con los males que son comunes al hombre. La muerte es universal: Dios no la modifica para nadie en particular. La enseñanza de la Biblia es que se ha dejado que los hombres actúen a su propia manera y sujetos a la operación de la ley natural, aunque puede haber ocasiones en que un desastre natural es dirigido divinamente como un castigo para el hombre y además para la purificación de la tierra. El ejemplo sobresaliente es el diluvio en los días de Noé.
Esta obra de Dios en el hombre debe ser de naturaleza individual; sólo el hombre que sufre puede ganar esto como una experiencia personal. El problema mayor del sufrimiento permanece, y la única respuesta que se puede sacar del Libro de Job es que el hombre no puede poner en duda la majestad y sabiduría de Dios; Él es el Creador y el Sustentador de toda la vida, y sus obras sobrepasan el conocimiento del hombre. El hombre no puede más que aceptar que los caminos de Dios están más allá de su entendimiento.
A menudo la gente pregunta: ¿Por qué no interviene Dios para detener el sufrimiento; para poner fin a las guerras, para eliminar las enfermedades, para detener accidentes como el que ocurrió en el Partido Bonaerense de Dolores?. Por supuesto, Dios efectivamente interviene en los asuntos humanos; muchas veces ha mostrado su poder en la historia. Pero hay un límite para esta intervención; le ha permitido al hombre el libre albedrío, y le permite que use ese libre albedrío para bien o para mal.
Así fue que, aproximadamente 2.000 años atrás, Dios intervino en la vida e historia del hombre dando a su Hijo Jesucristo para que participe del sufrimiento humano al máximo a fin de llevar a cabo la redención del pecado y de la muerte. Cristo vino y tomó sobre sí la vida y naturaleza del hombre; compartió nuestra experiencia y soportó las tentaciones internas y las aflicciones externas que son la herencia común de todo el género humano.
Entonces, si Dios sufrió, y si, en obediencia al Padre, Cristo sufrió hasta la muerte, todo el problema del sufrimiento del hombre se eleva a un nuevo nivel. Sin fe en Dios, el sufrimiento es un mal que se debe soportar. Con fe, y el ejemplo del Hijo de Dios, el sufrimiento puede purificar y ennoblecer, y ser un medio por el cual Dios acerca más al sufriente a su presencia. El castigo del Señor puede ser en verdad una educación divina.
¿Por qué a mí?; ¿Por qué Dios permite esto? Los que estuvieron cerca de los heridos y familiares de víctimas del 11-M ocurrido en España, recuerdan que estas preguntas resonaban en los pasillos de los hospitales, en las calles de la ciudad. El dolor forma parte de nuestra vida, como nuestro propio nacimiento. Los momentos de sufrimiento pueden hacernos caer en la desesperación, en el egoísmo.
No creo que Dios sea tan cruel y permita que 17 personas pierdan la vida, cuando el es un Dios de vida, pero en verdad no puedo darles una respuesta a estas preguntas que todos nos hacemos, solo se que "el mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden, pero para los que se salvan –para nosotros– es fuerza de Dios" (1 Cor. 1-18)... en estos momentos es cuando más debemos aferrarnos a ella como lo hizo Jesús camino al Calvario.
Quizás tengamos una respuesta cuando nos llegue el tiempo de cruzar el umbral en el atardecer de la vida y seamos juzgados en el Amor y podamos contemplar el esplendor del Amor, cara a cara con Aquel que es, que era y que vendrá, allí todas nuestras preguntas tendrán respuestas y llegaremos a decir como el apóstol: "La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde esta tu aguijón?" (1 Cor. 15-54,55). "Si nosotros ponemos nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima". "Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final". "… a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente: así la fe de ustedes, una vez puesta a prueba será mucho mas valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo". (1 Ped. 1-5,7).
Quiero terminar esta editorial, con un hecho que hace mucho me toco muy de cerca y que fue la perdida de la madre de un amigo muy querido por mi, en el momento que, como todos hacemos, voy a darle el pésame y mis condolencias, el me mira y me dice: "Alfredo, no estoy triste, porque se que no es un adiós definitivo sino… un hasta luego".
Alfredo Musante
Director Responsable
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miércoles, 5 de marzo de 2008
La intolerancia aleja al hombre de Dios
Martes 04.03.2008
Editorial - Programa Nº 326
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Hemos visto a través de los medios el tema referente a la masacre producida por el ejército colombiano hacia veinte miembros de la FARC, el ejército revolucionario colombiano, y esta declaración de "guerra", del gobierno ecuatoriano y del gobierno venezolano de trasladar tropas, hacia las fronteras comunes con Colombia, y por otro lado al retiro de los embajadores de Bogotá, la capital colombiana. Nos muestra la inmadurez con la que el hombre camina en este siglo XXI, de nuestra era, la intransigencia y el poco criterio humano que tenemos. El ejército colombiano entró a territorio ecuatoriano sin permiso de este país, masacró a más de veinte personas que estaban aparentemente durmiendo, debido a la forma en que fueron encontrados los cadáveres.
De alguna manera con este hecho evitó, no sé si queriendo o sin querer, que tal vez se produjera la libertad de la señora Betancourt, una importante política del país del café, Colombia, (que estaba realizando justamente con esta persona que fue asesinada, Reyes, personas ligadas a Sarkozy, el presidente francés).
La forma despótica en que se comportó el ejército Colombiano evita, a lo mejor, que nuevas vidas puedan ser salvadas y recuperadas a la libertad. El criterio belicista de un milicote, como Chávez, intolerante, como todos los militares que se criaron en este caldo de cultivo de las décadas del 60 y 70, en esta Latinoamérica, guiada y gobernada por los Estados Unidos; y la del presidente Ecuatoriano, que por un lado tiene la razón de protestar por haber sido ubicado a este grupo, dentro de su propio territorio, dentro de su país al cual no se le pidió permiso para ingresar.
El hombre es lamentablemente intolerante, el hombre es necesariamente bruto para manejarse y atenta contra la vida del propio hombre, atenta contra la vida de aquellos que están secuestrados injustamente, por los que creen ser los dueños de la verdad, por los mesiánicos que toman las armas para imponernos una verdad.
Están los que utilizan el poder para gritarnos una supuesta libertad, libertad que no existe. Y esto sucede en pleno tiempo de Cuaresma, en pleno tiempo de revisión de nuestras actitudes y a lo mejor deberían hacernos pensar que esto que sucede en esta Latinoamérica nos sucede también y nos sucedió a nosotros como país por la propia intolerancia del hombre. No perdamos de vista esto, porque cuanta más cerca estemos de aceptar algunas de estas posiciones, cualquiera de las dos, más lejos estaremos de Dios.
Carlos Guzmán
Coordinador de Contenidos
Programa Radial
EL ALFA Y LA OMEGA
Editorial - Programa Nº 326
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Hemos visto a través de los medios el tema referente a la masacre producida por el ejército colombiano hacia veinte miembros de la FARC, el ejército revolucionario colombiano, y esta declaración de "guerra", del gobierno ecuatoriano y del gobierno venezolano de trasladar tropas, hacia las fronteras comunes con Colombia, y por otro lado al retiro de los embajadores de Bogotá, la capital colombiana. Nos muestra la inmadurez con la que el hombre camina en este siglo XXI, de nuestra era, la intransigencia y el poco criterio humano que tenemos. El ejército colombiano entró a territorio ecuatoriano sin permiso de este país, masacró a más de veinte personas que estaban aparentemente durmiendo, debido a la forma en que fueron encontrados los cadáveres.
De alguna manera con este hecho evitó, no sé si queriendo o sin querer, que tal vez se produjera la libertad de la señora Betancourt, una importante política del país del café, Colombia, (que estaba realizando justamente con esta persona que fue asesinada, Reyes, personas ligadas a Sarkozy, el presidente francés).
La forma despótica en que se comportó el ejército Colombiano evita, a lo mejor, que nuevas vidas puedan ser salvadas y recuperadas a la libertad. El criterio belicista de un milicote, como Chávez, intolerante, como todos los militares que se criaron en este caldo de cultivo de las décadas del 60 y 70, en esta Latinoamérica, guiada y gobernada por los Estados Unidos; y la del presidente Ecuatoriano, que por un lado tiene la razón de protestar por haber sido ubicado a este grupo, dentro de su propio territorio, dentro de su país al cual no se le pidió permiso para ingresar.
El hombre es lamentablemente intolerante, el hombre es necesariamente bruto para manejarse y atenta contra la vida del propio hombre, atenta contra la vida de aquellos que están secuestrados injustamente, por los que creen ser los dueños de la verdad, por los mesiánicos que toman las armas para imponernos una verdad.
Están los que utilizan el poder para gritarnos una supuesta libertad, libertad que no existe. Y esto sucede en pleno tiempo de Cuaresma, en pleno tiempo de revisión de nuestras actitudes y a lo mejor deberían hacernos pensar que esto que sucede en esta Latinoamérica nos sucede también y nos sucedió a nosotros como país por la propia intolerancia del hombre. No perdamos de vista esto, porque cuanta más cerca estemos de aceptar algunas de estas posiciones, cualquiera de las dos, más lejos estaremos de Dios.
Carlos Guzmán
Coordinador de Contenidos
Programa Radial
EL ALFA Y LA OMEGA
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