miércoles, 25 de junio de 2008

Solamente tres carpas, no seis

Martes 24.06.2008
Editorial - Programa Nº 342
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“En aquel tiempo, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: “Señor, ¿qué bien estamos aquí ! Si quieres levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. (Mt. 17, 1-4).

En este texto de la Transfiguración confluye una lectura en relación a la Fiesta Judía de las Tiendas. La Transfiguración de Jesús habría ocurrido el último día de esa fiesta, que duraba una semana. Esta fiesta recuerda el camino de Israel por el desierto, donde los judíos, bajo la protección de Dios, vivían en tiendas (carpas). La tienda tiene un significado escatológico y alude a la morada eterna de los justos en la vida futura.

Cuando llegaran los tiempos mesiánicos, los justos morarían en tiendas. Los tiempos mesiánicos han llegado; Jesús es el Mesías y Él cumple en sí lo que la Fiesta de las Tiendas prefiguraba. Por eso escribe el evangelista San Juan que “el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Jn. 1, 14). El Señor, al encarnarse, ha puesto la tienda de su humanidad entre nosotros, inaugurando así los tiempos mesiánicos. La “tienda plantada” por Jesús es la Encarnación del Verbo de Dios, la naturaleza humana del Hijo de Dios.

¿A dónde quiero llegar con esto? Este ejemplo de la Transfiguración de Jesús y la reacción de Pedro nos demuestran que nosotros, ciudadanos argentinos, estamos hoy sumergidos en la oscuridad de la frustración. Pienso que muchos de nosotros caminamos en la oscuridad y necesitamos de la luz de la Palabra. La palabra de Dios escuchada es la transfiguración para nosotros: lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y aparezca el lucero de la mañana en sus corazones (2 Ped. 1, 19).

“Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ¿Qué bien estamos aquí? ¡Si quieres levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías!”.

Desde hace cien días venimos haciendo un llamado a la reflexión, a un parar la pelota para pensar, para entender qué nos pasa como sociedad. Vemos con asombro cómo se han instalado no tres carpas como nos cuenta Pedro en la montaña sobre la cual ocurrió la Transfiguración de Jesús, sino seis carpas de unos doce metros de largo, seis de ancho y tres de alto. Debemos pensar en la importancia de la instalación de estas carpas en la Plaza de los Dos Congresos, bajo la consigna “liberación o dependencia”, ya que tendrían como objetivo iniciar un debate, más allá que la última fue instalada sin permiso de las autoridades del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Hasta acá somos simples testigos de cómo se impone la intolerancia, la oscuridad, el querer ganar un terreno que no le pertenece a ningún sector, sino a todos nosotros.

A esta altura no sé quién tiene razón. Esto sobrepasa todo entendimiento o razonamiento humano, cívico o social, ya que por la instalación de estas carpas hubo incidentes entre los militantes del gobierno oficial y funcionarios del gobierno porteño. Leo esto en los diarios y veo imágenes en la televisión a través de flashes informativos y me pregunto, a la vez que deseo que usted haga lo mismo: ¿estas carpas, son lugares para el diálogo, para el debate cuando voy al choque?, ¿son lugares de encuentro cuando busco a través de la violencia o la prepotencia?, haciéndonos creer que esto es legal, ¿es lícito porque estamos en defensa de la democracia?

Para concluir, ojalá los argentinos podamos salir del estado en que se encontraban los apóstoles, que habían caído en la oscuridad de la frustración cuando Jesús les anunció su pasión, muerte y resurrección. Sus sueños se habían hecho pedazos, como los nuestros, que vivimos inmersos en una pesadilla diaria. De este modo, la transfiguración aparece, para nosotros, como una luz que encandila en medio de la oscuridad.

Como Pedro, ¿podemos decir: ¡Qué bien estamos aquí!? Debemos preguntarnos y preguntarles a los que están en el poder y a los que se abusan de él. Los argentinos nos encontramos como el apóstol Pedro, quien no comprende todavía: pide tres tiendas, una para Jesús, otra para Moisés y otra para Elías. Hoy pedimos seis, olvidando que hay una carpa sola y tiene nombre: Cristo.

Alfredo Musante
Director Responsable
Programa Radial
EL ALFA Y LA OMEGA

miércoles, 18 de junio de 2008

Amar a tu prójimo

Martes 17.06.2008
Editorial - Programa Nº 341
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“Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” .

Curiosa paradoja del Señor, que siempre tiene la palabra justa en el momento oportuno para que podamos discernir y entender lo que nos pasa en estos momentos de desentendimiento, distancia y diferencia. Prácticamente cien días de diferencias entre hermanos, en los que actuamos como si fuéramos parte de mundos distintos, de filosofías y pensamiento diferentes. Y parece que las partes no hacen al todo, ya que se miran, se miden y se estudian como enemigos.

Y Jesús nos viene a decir en este evangelio “amen a sus enemigos y rueguen por ellos”. No importa aquí quiénes tienen la razón, porque después de cien días parece que dejó de ser importante que todos hemos perdido la razón, nos hemos visto envueltos en esta estéril discusión, en este diálogo de sordos, en un no querer escuchar y una soberbia que no deja ver ningún tipo de realidad.

Vivimos en la posición de la propia conveniencia, sin encontrar el punto de equilibrio para que esta sociedad sea fundamentalmente justa, que es lo que el Señor espera. Como bien nos dice el evangelio de Mateo, Dios hace salir el sol para todos, un sol que nos ilumina, que nos da calor y también hace caer la lluvia para que nuestros campos puedan ser aprovechados, para que la tierra dé sus frutos y nosotros, hijos de esta tierra, también podamos disfrutar de la mies que de ella se puede recoger.

Vivimos en un paraíso, pero permanentemente nos ponen en medio la manzana y la mordemos. No somos capaces de entender lo que Dios nos ha dado, lo que nos regala, no podemos entendernos entre hermanos. Hay una frase que dice: “Cuando dos o más se reúnen en Mi nombre, allí estaré yo en medio ustedes”. Si deseamos que venga en medio nuestro debemos tratarnos mejor. ¿Por qué esta diferencia entre hermanos, este permanente odio, este rencor, este crear abismos entre unos y otros si todos vivimos en la misma tierra con un mana indescriptible que nos ha dado Dios para poder aprovechar?

Ámense los unos a los otros como yo los he amado. Ése es el mandamiento primero. El 90% de nuestra población dice ser católica, dentro del 10% restante, muchos son cristianos. Por lo tanto, esto que proclama Jesús es una palabra para todos, además, es parte de la humanidad del hombre. Ámense los unos a los otros, ama a tu enemigo reza por él, pide por él. Alégrense de un lado y de otro porque tienen la oportunidad de ver nuevamente el sol de la mañana y caer la lluvia. Vivimos en una cuasi tierra prometida. Tenemos hermosos climas, magníficos paisajes y todo lo que queramos plantar. Pero, lamentablemente, el hombre no se pone de acuerdo.

Ojalá que este tiempo nos sirva, como ha pedido la comisión episcopal, para repensar qué mundo y qué país queremos vivir y compartir. Sin enemigos, sin excluidos, sin diferencias. Donde todo sea compartir el pan, pan para todos sin soberbias. Que ese sol salga todos los días y la lluvia siga enriqueciéndonos cada día más en esta tierra prometida.

Carlos Guzmán
Coordinador de Contenidos
Programa Radial
EL ALFA Y LA OMEGA

miércoles, 11 de junio de 2008

Dialogar o no dialogar: esa es la cuestión

Martes 10.06.2008
Editorial - Programa Nº 340
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Sólo el hombre, por medio de la comunicación humana, es base y punto de partida para el ejercicio de la libertad. En el proceso de comunicación inteligencia y voluntad se conjugan de manera única para establecer lazos de unión entre personas.

El encuentro entre dos personas debería ser siempre un momento de comunicación. La mayoría de nosotros ha experimentado los típicos diálogos de ascensor, viajando en un taxi, en la cola de un banco, de un supermercado: una frase al lado de la otra pero sin verdadera intención de encuentro. En los que no importa quién es la persona que dialoga con nosotros. No es grave cuando este diálogo se da entre desconocidos. Pero es alarmante cuando diálogos vacíos y fríos se dan entre personas que deberían saber comunicarse: amigos, parejas de novios, matrimonios, hijos, compañeros de trabajo, vecinos, etc. Nos revelan la ausencia de apertura y la falta de capacidad para romper las barreras que comienza a generar el conflicto.

Nuestra sociedad dice o que estamos en la era de las comunicaciones. A través de la web (Internet) podemos saber al instante cosas de la otra persona. Un ejemplo de esto son los programas que nos permiten chatear. Es decir, estar comunicados con otra persona del otro lado del mundo en tiempo real que nos cuenta cómo vive, qué hace, de qué trabaja, nos envía fotografías, etc. El problema es que de este lado nosotros no estamos enterados de qué le pasó al vecino, o peor aún, cómo le fue en la escuela a nuestra hija, si rindió o no rindió las materias.

En la era de las comunicaciones, estamos enfermos de incomunicación, aquí ya se comienza a generar un conflicto.

La incomunicación es como un virus que ingresa en nuestro organismo sin pedir permiso, ocupa un lugar y va ganando terreno, casi sin que nos demos cuenta. Esta falta de diálogo se instala en nuestras actitudes, nuestra forma de pensar y de expresarnos. Ocurre de tal manera que no nos damos cuenta. Incluso hay quienes pensamos estar perfectamente comunicados con todos y sin embargo, nos encontramos enfermos de soledad.

Hay un punto que creo fundamental: saber escuchar. Éste es el elemento clave para una buena comunicación.

Sabiamente Dios (para los creyentes), o la naturaleza (para los agnósticos), nos dotó de dos oídos y una sola boca. Para que escuchemos y hablemos en esa proporción.

Saber escuchar es un llamado al diálogo, a una comunicación verdadera. Comunicación en la que cada uno debe saber cuándo es el momento de callar y cuándo es el momento de hablar. Antes que preocuparnos por hablar, deberíamos preocuparnos por prestarnos atención.

Les planteo una pregunta para reflexionar: ¿Se puede vivir sin comunicación? El hombre de hoy tiene enormes ansias de comunicarse, vivencia profundamente la necesidad de vivir comunicado. Sin embargo, el hombre vive inmerso en la incomunicación.

Para sintetizar, sólo con el diálogo podremos superar la excesiva fragmentación que debilita a nuestra sociedad, y nos dispondremos a encontrar los consensos necesarios que nos ayuden a reafirmar nuestra identidad y crecer en la amistad social.

El progreso de nuestro pueblo debe construirse desde el respeto a la Ley, al Bien Común y a la Justicia. Sin estos pilares básicos de toda nación, nuestro pueblo estará condenado al fracaso. Así correrá el grave riesgo de perder la paz social, la cual sólo se construye desde un diálogo sereno y maduro al servicio del Bien Común.

Creo que el gobierno y los sectores implicados en el conflicto, deben mantener la calma, actuar con sensatez y buscar espacios de diálogo para una solución justa y equitativa, que redunde en bien de todos los argentinos. Este diálogo no puede ser dirimido por la confrontación de las fuerzas sectoriales sino por la luz que viene de la razón puesta al servicio de la verdad y la justicia.

La ausencia de diálogo de la sociedad comenzará a trasladarse al seno de nuestras familias, donde, a menudo, no se escucha a quienes hablan, no se les presta la debida atención y no se construyen momentos oportunos para una adecuada comunicación. También se trasladará al trabajo. En las actividades que ocupan un tiempo central en nuestra vida ocurre algo similar a lo anterior. Es difícil que el hombre se encuentre contenido, respetado, valorado y querido, justamente allí donde pasa la mayor parte de su día.

Para finalizar, analicemos la falta de diálogo que nos rodea y cómo influye en nuestra vida:

¿Somos capaces de darnos cuenta y de valorar la importancia de la comunicación?

¿Por qué no somos capaces de hacer algo bueno por nosotros mismos?

¿Puede el hombre, la sociedad, la nación autodestruirse sumiéndose en una incomunicación por falta de diálogo?

Alfredo Musante
Director Responsable
Programa Radial
EL ALFA Y LA OMEGA