DIALOGAR O NO DIALOGAR: ESA ES LA CUESTIÓN
Martes 10.06.2008
Editorial - Programa Nº 340
Sólo el hombre, por medio de la comunicación humana, es base y punto de partida para el ejercicio de la libertad. En el proceso de comunicación inteligencia y voluntad se conjugan de manera única para establecer lazos de unión entre personas.
El encuentro entre dos personas debería ser siempre un momento de comunicación. La mayoría de nosotros ha experimentado los típicos diálogos de ascensor, viajando en un taxi, en la cola de un banco, de un supermercado: una frase al lado de la otra pero sin verdadera intención de encuentro. En los que no importa quién es la persona que dialoga con nosotros. No es grave cuando este diálogo se da entre desconocidos. Pero es alarmante cuando diálogos vacíos y fríos se dan entre personas que deberían saber comunicarse: amigos, parejas de novios, matrimonios, hijos, compañeros de trabajo, vecinos, etc. Nos revelan la ausencia de apertura y la falta de capacidad para romper las barreras que comienza a generar el conflicto.
Nuestra sociedad dice o que estamos en la era de las comunicaciones. A través de la web (Internet) podemos saber al instante cosas de la otra persona. Un ejemplo de esto son los programas que nos permiten chatear. Es decir, estar comunicados con otra persona del otro lado del mundo en tiempo real que nos cuenta cómo vive, qué hace, de qué trabaja, nos envía fotografías, etc. El problema es que de este lado nosotros no estamos enterados de qué le pasó al vecino, o peor aún, cómo le fue en la escuela a nuestra hija, si rindió o no rindió las materias.
En la era de las comunicaciones, estamos enfermos de incomunicación, aquí ya se comienza a generar un conflicto.
La incomunicación es como un virus que ingresa en nuestro organismo sin pedir permiso, ocupa un lugar y va ganando terreno, casi sin que nos demos cuenta. Esta falta de diálogo se instala en nuestras actitudes, nuestra forma de pensar y de expresarnos. Ocurre de tal manera que no nos damos cuenta. Incluso hay quienes pensamos estar perfectamente comunicados con todos y sin embargo, nos encontramos enfermos de soledad.
Hay un punto que creo fundamental: saber escuchar. Éste es el elemento clave para una buena comunicación.
Sabiamente Dios (para los creyentes), o la naturaleza (para los agnósticos), nos dotó de dos oídos y una sola boca. Para que escuchemos y hablemos en esa proporción.
Saber escuchar es un llamado al diálogo, a una comunicación verdadera. Comunicación en la que cada uno debe saber cuándo es el momento de callar y cuándo es el momento de hablar. Antes que preocuparnos por hablar, deberíamos preocuparnos por prestarnos atención.
Les planteo una pregunta para reflexionar: ¿Se puede vivir sin comunicación? El hombre de hoy tiene enormes ansias de comunicarse, vivencia profundamente la necesidad de vivir comunicado. Sin embargo, el hombre vive inmerso en la incomunicación.
Para sintetizar, sólo con el diálogo podremos superar la excesiva fragmentación que debilita a nuestra sociedad, y nos dispondremos a encontrar los consensos necesarios que nos ayuden a reafirmar nuestra identidad y crecer en la amistad social.
El progreso de nuestro pueblo debe construirse desde el respeto a la Ley, al Bien Común y a la Justicia. Sin estos pilares básicos de toda nación, nuestro pueblo estará condenado al fracaso. Así correrá el grave riesgo de perder la paz social, la cual sólo se construye desde un diálogo sereno y maduro al servicio del Bien Común.
Creo que el gobierno y los sectores implicados en el conflicto, deben mantener la calma, actuar con sensatez y buscar espacios de diálogo para una solución justa y equitativa, que redunde en bien de todos los argentinos. Este diálogo no puede ser dirimido por la confrontación de las fuerzas sectoriales sino por la luz que viene de la razón puesta al servicio de la verdad y la justicia.
La ausencia de diálogo de la sociedad comenzará a trasladarse al seno de nuestras familias, donde, a menudo, no se escucha a quienes hablan, no se les presta la debida atención y no se construyen momentos oportunos para una adecuada comunicación. También se trasladará al trabajo. En las actividades que ocupan un tiempo central en nuestra vida ocurre algo similar a lo anterior. Es difícil que el hombre se encuentre contenido, respetado, valorado y querido, justamente allí donde pasa la mayor parte de su día.
Para finalizar, analicemos la falta de diálogo que nos rodea y cómo influye en nuestra vida:
¿Somos capaces de darnos cuenta y de valorar la importancia de la comunicación?
¿Por qué no somos capaces de hacer algo bueno por nosotros mismos?
¿Puede el hombre, la sociedad, la nación autodestruirse sumiéndose en una incomunicación por falta de diálogo?
Alfredo Musante
Director Responsable
Programa Radial
EL ALFA Y LA OMEGA