Laura
Montoya, "La Madre Laura" nació en Jericó, Estado Soberano de
Antioquia, Estados Unidos de Colombia, el 26 de mayo de 1874. Fue bautizada el
mismo día de su nacimiento con el nombre de María Laura de Jesús. Hija de Juan
de la Cruz
Montoya y María Dolores
Upegui, tuvo dos hermanos: Carmelina, que era mayor y Juan de la Cruz , su hermano menor. Debido
a la precaria situación económica de su madre, Laura fue dejada en un hogar de
huérfanos en Robledo, el cual era dirigido por su tía María de Jesús Upegui,
religiosa fundadora de la Comunidad de
Siervas del Santísimo y de la Caridad. Sin haber recibido instrucción
previa, su tía la inscribió a los 11 años de edad como externa en el Colegio del Espíritu Santo, una
institución educativa frecuentada por niñas de clase alta de la ciudad. No
obstante, en razón de las adversidades que vivieron al habitar un hogar de
huérfanos, sin dinero para comprar libros mientras estudiaba en un colegio de
clase alta, se sintió marginada y al finalizar el año se retiró de la
institución.
Cuando
Laura tenía 16 años, la
familia decidió que ella debía hacerse maestra para ayudar
económicamente a su madre y hermanos. De esta manera, se presentó a la Escuela Normal de Institutoras de Medellín
y obtuvo una beca del gobierno. Para su sustento al inicio de sus estudios, su
tía María de Jesús
le dio alojamiento, ofreciéndole a cambio dirigir el manicomio. Al poco tiempo
se presentó una vacante en el internado y pasó a habitar en la misma Escuela,
obteniendo excelentes resultados en sus estudios.
En
agosto de 1895 fue nombrada maestra en la Escuela Superior
Femenina de Fredonia. La apertura de otro Colegio de señoritas en Fredonia por
parte del cura del pueblo propició un reto para Laura que no llegó a afectar su
buen desempeño en la Escuela
Superior Femenina, pues terminó siendo preferida por la
población. El 23 de febrero de 1897 fue trasladada a Santo Domingo. Allí
decidió dar catolicismo a los niños en el campo. Mientras desarrollaba su
carrera pedagógica, cultivó la mística profunda y la oración contemplativa.
Debido a su experiencia docente, su prima Leonor Echavarría le ofreció
colaborar en la dirección del recién inaugurado Colegio de la Inmaculada en
Medellín.
Practicó
la literatura, escribió más de 30 libros en los cuales narró sus experiencias
místicas con un estilo comprensible y atractivo. Su autobiografía se titula
"Historia de la Misericordia de Dios en un alma". Pasó sus últimos 9
años de vida en silla de ruedas. Falleció en Medellín el 21 de octubre de 1949,
tras una larga y penosa agonía. La congregación de misioneras contaba con 90
casas en el momento de su muerte y estaba conformada por 467 religiosas que
trabajaban en tres países.
La
causa para la beatificación de la Madre Laura fue introducida el 4 de julio de 1963 por la
Arquidiócesis de Medellín. El 11 de julio de 1968 la congregación religiosa de
misioneras fundada por ella recibió la aprobación pontificia. Fue declarada Sierva de Dios en 1973 por el papa
Pablo VI y posteriormente declarada venerable
el 22 de enero de 1991 por el papa Juan Pablo II. El propio Juan Pablo II la beatificó el día 25 de abril de 2004 en una
ceremonia religiosa realizada en la Plaza de San Pedro en Roma en presencia de
30.000 fieles. El arzobispo de Medellín Alberto Giraldo Jaramillo erigió por
medio del Decreto 73 de 2004 el Santuario en donde reposan las reliquias de la
Madre Laura. Posteriormente el Congreso de Colombia aprobó la ley 959 del 27 de
junio de 2005 por la cual se le rinde homenaje a la Madre Laura y reconocimiento
a su obra evangelizadora. Su fiesta se celebra el 21 de octubre.
“Esta primera santa
nacida en la hermosa tierra colombiana nos enseña a ser generosos con Dios, a
no vivir la fe solitariamente – como si fuera posible vivir la fe aisladamente
-, sino a comunicarla, a irradia la alegría del Evangelio con la palabra y el
testimonio de vida allá donde nos encontremos. Nos enseña a ver el rostro de
Jesús reflejado en el otro, a vencer la indiferencia y el individualismo, que
corroe las comunidades cristianas y corroe nuestro propio corazón, acogiendo a
todos sin prejuicios ni reticencias, con auténtico amor, dándoles lo mejor de
nosotros mismos y, sobre todo, compartiendo con ellos lo más valioso que
tenemos, que son, no son nuestras obras o nuestras organizaciones: Cristo y su
Evangelio”.