Durante
siglos los lectores de la Biblia se preguntaron: ¿cómo hizo Moisés, autor de los
cinco primeros libros bíblicos, para contar en el capítulo 34 del Deuteronomio
su propia muerte? ¿Cómo se enteró del día, lugar y hora en que iba a fallecer,
del duelo que harían los israelitas por él, y de los futuros detalles de su
sepultura?
La
pregunta era obligada, porque uno de los dogmas más firmes entre los estudiosos
bíblicos fue, durante mucho tiempo, que Moisés era el autor del Deuteronomio.
Sin embargo hoy ningún biblista serio piensa así. La misma Iglesia Católica
ha abandonado ya esta postura, gracias a los hallazgos de las últimas décadas. ¿Quién
escribió, entonces, el Deuteronomio, cuarto libro de la Biblia y uno de los más
sagrados de todo el Antiguo Testamento?
Como
mencionáramos en el programa anterior, con estos descubrimientos a mano, sólo
faltaba alguien que pudiera hacer una síntesis y presentar una hipótesis
satisfactoria. Entonces apareció en escena un genial pensador llamado JULIO WELLHAUSEN. Este protestante
alemán recogió los datos nuevos que habían ido apareciendo, les dio mayor
precisión científica, logró ponerles fecha, y en 1878 estuvo en condiciones de
presentar, por primera vez, su nueva hipótesis que lo consagrará para siempre
ante el mundo: la "teoría de los
cuatro documentos", llamada también, en homenaje a él, "TEORÍA WELLHAUSENIANA". Según
ésta, el Pentateuco no sería obra de Moisés sino el resultado de una
compilación de cuatro escritos, que en un principio eran independientes y que
luego se fusionaron en uno solo.
¿Cómo
nacieron estos cuatro documentos, y qué contenían? El más antiguo de todos es
el llamado documento Yahvista. Fue
compuesto en Jerusalén alrededor del año 950 a.C, en tiempos del rey Salomón.
Su autor era un gran teólogo y excepcional catequista. Comenzaba con la
historia de Adán y Eva (de Gn 2), la vida en el Paraíso, el pecado original, el
asesinato de Caín, el diluvio universal y la torre de Babel. Seguía después con
la vida de Abraham, Isaac, Jacob, y José en Egipto. Luego contaba algunas cosas
sobre la opresión egipcia, el nacimiento y la vocación de Moisés, las plagas de
Egipto, ciertos episodios del monte Sinaí, y terminaba con la llegada de los israelitas
a las puertas de la tierra prometida (Nm 25).
Los
relatos del yahvista se distinguen en el Pentateuco porque están contados con
un arte muy primitivo, llenos de colorido y atrevidos antropomorfismos.
Presentan a Dios como alfarero, jardinero, cirujano, sastre, huésped de
Abraham, interlocutor familiar de Moisés. Es decir, un Dios cercano, casi
"humano", mezclado en la historia de los hombres. Cuando a la muerte
de Salomón el país se dividió en dos, el reino del sur se quedó con la historia Yahvista. Entonces
dos siglos más tarde, hacia el 750 a.C, un autor anónimo del reino del norte
decidió componer otra obra que recogiera las tradiciones propias norteñas.
Este
nuevo documento, llamado Elohista,
relataba más o menos la misma historia que el Yahvista, sólo que era más breve pues comenzaba directamente con
Abraham (Gn 15). Se lo distingue en el Pentateuco porque, a diferencia del Yahvista, evita describir a Dios con
características tan "humanas". Sus relatos no muestran a Dios
hablando con los hombres cara a cara sino desde el cielo, desde una nube, desde
el fuego, a través de ángeles, o en sueños. El documento terminaba, igual que
el Yahvista, con la llegada de los
hebreos a la tierra prometida (Nm 25).
En
el año 622 a.C, en unos trabajos de reparación del Templo de Jerusalén, fue
descubierto en un viejo armario un código legal. Muchas de las leyes allí
escritas ni siquiera eran conocidas por los judíos. A fin de revalorizarlas y
hacerlas cumplir, los escribas del rey Josías crearon, en torno a él, una
historia ficticia en la que
Moisés , a punto de morir, daba al pueblo judío estas nuevas
leyes para que las observaran. Así nació este tercer documento, llamado por
ello Deuteronomista (= segundas
leyes).
Cien
años más tarde, cuando los israelitas fueron llevados cautivos a Babilonia, los
sacerdotes decidieron escribir una nueva historia del pueblo de Israel, tal
como lo habían hecho el Yahvista y
el Elohista. Pero la novedad
consistía en incluir, a lo largo del relato, una serie de leyes litúrgicas, de
ritos y celebraciones, para que el pueblo no olvidara de cumplirlas en el país
extranjero. El libro comenzaba, como el Yahvista,
con la creación del mundo en seis días (de Gn 1), seguía con el diluvio
universal, la historia de Abraham, Isaac y Jacob, la esclavitud de los
israelitas en Egipto, la vocación de Moisés, la liberación y la alianza en el
monte Sinaí, hasta la llegada de los israelitas a la tierra prometida (Nm 36).
Cuando
los judíos regresaron del destierro y quisieron recopilar sus tradiciones, se
dieron con que tenían cuatro relatos distintos de su pasado histórico. No
queriendo perder ninguno de ellos, un compilador anónimo resolvió combinarlos
en uno solo. Y nació así el Pentateuco.
La fusión se hizo alrededor del año 450 a.C. y a la manera semita, es decir,
yuxtaponiendo, pegando, cortando, sin preocuparse demasiado por armonizar las
diferencias. Incluso dejando "duplicados". Por eso al analizar con
cuidado la obra se descubren ciertas incoherencias, repeticiones y
contradicciones en la
narración. La obra tuvo un éxito tan grande que los cuatro
documentos originales cayeron pronto en el olvido. Hasta se olvidó el nombre de
aquél que los había unificado, y entonces el Pentateuco fue atribuido a Moisés.
Hasta
aquí la teoría de WELLHAUSEN. Y,
como era de esperar, encontró pronto un rechazo general en todas las Iglesias
protestantes, donde había nacido. También los católicos la condenaron
enérgicamente, y el 27 de junio de 1906 la Pontificia Comisión
Bíblica declaraba que el Pentateuco era obra de Moisés, y
prohibía cualquier enseñanza contraria. Frente al fracaso de su hipótesis, WELLHAUSEN escribió en 1883: "Sé
qué las Iglesias rechazarán primero mis teorías durante cincuenta años, pero
luego las admitirán en su credo con sutiles argumentos".
Tales
palabras resultaron casi una predicción, porque sesenta años más tarde, en
1943, el Papa Pío XII publicó la encíclica "Divino
Afflante Spiritu", en la que anunciaba que ya habían pasado los
tiempos del miedo a la investigación, y que los biblistas católicos debían
utilizar para sus estudios todas las ayudas de las ciencias modernas. Y en 1951
se publicó una traducción francesa del Génesis, en la que se incluía por
primera vez, con permiso oficial, la teoría de los cuatro documentos. Se había
cumplido brillantemente la predicción de WELLHAUSEN.
Aunque
la "TEORÍA DE LOS CUATRO DOCUMENTOS" sufrió hoy
algunas transformaciones y fue retocada en los detalles, la genial intuición de
WELLHAUSEN perdura todavía: el
Pentateuco es una obra que expresa el espíritu de Moisés, pero escrita por
varias generaciones de teólogos, historiadores, catequistas, juristas,
sacerdotes y liturgistas, todos ellos inspirados por Dios para componer esta
monumental epopeya sagrada.
La
teoría de WELLHAUSEN ayuda a los
lectores modernos, por una parte, a no interpretar ingenuamente estos cinco
libros como si hubieran sido escritos de corrido por una sola persona, a fin de
entender mejor el complejo mensaje que encierran. Y por otra, a admirar aún más
la grandeza de Dios, que buscó el aporte de tantos autores anónimos para la
confección de la obra más preclara del Antiguo Testamento.
Ariel
Álvarez Valdés
Biblista