LA SANTÍSIMA TRINIDAD Y MARÍA
Madre de Dios Hijo
La
relación fundamental de María con respecto a su Hijo Jesús es la de su
Maternidad. Encontramos la fórmula veneranda del Concilio de Éfeso, definida en
el año 431: María es Madre de Dios (Theotokos), como no dudaron los Santos
Padres en llamarla. Así la invocaban los fieles ya antes de ese Concilio, en el
sigo IV y quizás en el III.
En un papiro han llegado hasta nosotros las
palabras de la más antigua oración mariana que se rezó en la Iglesia, y que contiene
el título de Madre de Dios aplicado a María: Bajo tu misericordia nos
refugiamos, ¡oh Madre de Dios!; no desprecies nuestras súplicas en la
necesidad, sino líbranos del peligro, sola pura, sola bendita. La oración es
muy significativa. Por la relación de Madre que María tiene con Jesús, se
comprende la singular eficacia de su intercesión. A esto se debe que los
fieles, ya en los primeros siglos, acudieran a Ella confiadamente en su
necesidad e indigencia.
Pero,
incluso antes de fijar la atención en la importancia intercesora que se deriva
de que María es Madre de Dios, convendría subrayar el relieve teológico de
primer plano que el título encierra. Frente a Nestorio, san Cirilo de
Alejandría y el Concilio de Éfeso comprendieron que lo que estaba en juego era
el dogma fundamental del cristianismo: que Jesús es Persona divina; que no hay
en Él sino un único sujeto último de responsabilidad, que es la Persona del
Logos. Ello permite decir con verdad que Dios (y no sólo un hombre) por
nosotros ha padecido, ha sido crucificado e incluso ha sufrido la muerte. Es
impresionante que para garantizar esta verdad se recurriera a un título
mariano: la Santísima Virgen es la Madre de Dios.
Finalmente
conviene no olvidar que la Maternidad de María con respecto al Hijo de Dios
asocia su existencia a la de su Hijo. Ella es la Madre santísima de Dios, que
tomó parte en los misterios de Cristo. Ella es la Nueva Eva asociada a Cristo,
el Nuevo Adán, según una temática que comenzó a desarrollarse en la Iglesia a
partir del siglo II. Si la primera Eva dialogó con el demonio, desobedeció a
Dios y trajo sobre el mundo muerte y ruina, María, la Nueva Eva, dialoga con el
Ángel, obedece a Dios y trae al mundo al Salvador y, con Él, la salvación.