El Papa
tiene una agenda. Pero, en Argentina, no la comprenden. No la saben o no la
quieren entender. La historia de Cristo se repite. “Nadie es profeta en su tierra”, reza el pasaje bíblico. “Parece
que al igual que a Jesús, muchos pretenden cambiar, imponer, recomendar al Papa
argentino otras agendas”, constató un editorial del diario L’Osservatore Romano en el más reciente
número de su edición en ese país. Una toma de postura neta, mientras la prensa
argentina sigue debatiendo hasta el infinito las razones por las cuales
Francisco no visitó aún su tierra natal. “Con
diversidad de intenciones le sugieren cambiar los destinatarios de sus cartas y
gestos, los que debe o no recibir en audiencias, las líneas teológicas más
apropiadas y ‘políticamente correctas’ y hasta su agenda de viajes apostólicos”,
indicó el artículo, en el número del sábado 15 de julio 2017, que se distribuye en la Argentina, con el
diario Perfil.
“Si se utilizara más
tiempo en leer sus escritos, entender su mensaje, interpretar el contenido
profundo de sus gestos y especialmente su lugar en la historia contemporánea y
en el kairós de la Iglesia, probablemente reflexionaríamos más antes de
pretender cambiar o luchar con su agenda”, agregó el texto de su director editorial, Marcelo Figueroa, hombre de extrema
confianza del Papa.
Basado en
las escrituras (desde el evangelio de Lucas), que conoce a profundidad,
Figueroa trazó un paralelismo entre el contexto al cual se enfrentó Jesús y el
debate público argentino. Con resultados sorprendentes. Así, algunas de sus
frases resultaron sugerentes. A Cristo “intentaron forzarle a hacer declaraciones a
favor” de ciertas ideologías, buscaron reclutaron en “planes
revolucionarios” e intentaron que abandonara su vocación y destino. Además,
cuando la agenda del Mesías perjudicó intereses de poder la enfrentaron “con
burdas calumnias, operaciones de desprestigio y campañas que pretendían
pronosticar su fracaso ministerial”.
“Desde sus primeros
pasos como obispo de Roma y aún antes, en su conocido mensaje durante el
Cónclave, el Papa BERGOGLIO dejó bien clara su agenda. Los pobres, los
marginados, los excluidos, la misericordia, la evangelización en el amor, los
encarcelados, las víctimas de todo tipo de esclavitudes modernas, y muchas
otras que están presentes en sus gestos, discursos y en la geopolítica
espiritual de sus viajes apostólicos”, agregó.
El
editorial precisó que el pontífice no piensa cambiar su agenda, ni perderá el
rumbo sólo por las críticas recibidas. Una premisa que se aplica a la
Argentina, pero también a otras latitudes. Es, quizás, el destino manifiesto de
BERGOGLIO. Un Papa reformador, un Papa
profeta. Este perfil lo hace un líder atractivo, a nivel popular, pero
también sumamente incómodo para ciertos sectores del poder establecido. Sólo
desde esta dicotomía podrían comprenderse sea los altos niveles de aceptación
que aún mantiene en las encuestas, sea la obstinada mala prensa que le dedican.
En los
medios de comunicación argentinos las noticias sobre el líder católico se
alternan entre los detalles anecdóticos (y gestos de ocasión), los “escándalos” o la “lucha de poder” en el
Vaticano”, las audiencias (a quién recibe, a quién no) y la eterna pregunta: ¿Por qué el Papa no ha realizado aún una
visita apostólica a su país? Escasísimo espacio suele dedicarse a su
mensaje, a su predicación o sus opciones espirituales. Salvo honrosas
excepciones. De esta aproximación superficial emerge una imagen de un Francisco político, calculador,
cuanto menos “avalador” de ciertos
proyectos y ciertas iniciativas. Pero resulta una fisionomía enana y
extemporánea.
De ahí,
quizás, la compulsión por indicarle al Papa cuál debería ser su agenda. A
cuáles personajes debería llamar, qué mensajes debería dar. Pero el ministerio
de BERGOGLIO es mucho más vasto y
multifacético, no resulta simple ni simplista. Aunque su mensaje sea eficaz,
llano y comprensible.
El
editorial de “L’Osservatore Romano”
se publicó tras una semana de nuevas especulaciones sobre una posible visita
apostólica a Argentina en 2018. Esto, luego de una nota publicada por el diario
La Nación en la cual se abrió la puerta a esa eventualidad. En rigor, el texto
del periodista Joaquín Morales Solá no
ofreció datos absolutamente nuevos. Pero sí transmitió algunos criterios
válidos. A saber: “El Papa tiene el deseo de viajar a la Argentina, pero quiere encontrar
el mejor momento para hacerlo”. El mejor momento político sí, pero,
sobre todo, el mejor momento social.
Al
respecto, Francisco puso una condición: Su visita tendrá lugar cuando “ceda
la conflictividad”. O, dicho de otra manera, “cuando sienta que su visita será
motivo de unión y no de división”. Como lo ha repetido, una y otra vez,
un hombre cercano al pontífice: el legislador Gustavo Vera, referente de la organización La Alameda. Un mensaje dirigido no sólo
al gobierno del presidente Mauricio
Macri, sino a todos los sectores sociales. Así vista, la condición no
debería ser entendida como una crítica implícita a nadie en particular. Es, más
bien, una invitación a reflexionar, todos, sobre los tiempos que corren en la Argentina.
Por lo
pronto, fuentes del gobierno argentino confirmaron al Vatican Insider que
existe una voluntad manifiesta por recibir al Papa en el momento en que él lo
decida. La anunciada visita a Chile y Perú en enero fue tomada como una
desilusión en el vecino país. Aunque, siendo objetivos, esa gira no excluye la
posibilidad del periplo papal argentino. Eso sí, considerando las fechas,
resultaría extraño -aunque no imposible- que se repita una visita
sudamericana a distancia de pocos meses. Más factible sería pensar en la
segunda parte del año.
Más allá
de las especulaciones, por ahora no existe confirmación oficial. El ansiado
viaje a Argentina permanece, entonces, como una enorme interrogante. Hasta
ahora la oficina de las visitas apostólicas del Vaticano no tiene entre sus
tareas trabajar sobre ese recorrido. Todo se mantiene como hace algunos meses
atrás: “Ni siquiera está en estudio”. Pero ese estatus puede cambiar
de un momento a otro. Y eso, según los interlocutores habituales del Papa,
depende más bien de los argentinos.
Fuente:
Andrés
Beltramo Álvarez