Tu llegada a la cátedra de
Pedro ha despertado el fervor de todo el cristianismo, y la incuestionable
coherencia de tu acción con tu razonamiento y tu palabra ha conmovido la
sensibilidad del mundo entero, que te ha reconocido de inmediato como un adalid
de la paz, la fraternidad, la tolerancia y la unión, en una humanidad
fracturada y en riesgo de destrucción. En nuestra Argentina he visto florecer
la fe tras tu elección. Las iglesias se colmaron de fieles. Pero el rebaño se
ha conmovido últimamente. Gran parte de la majada está alterada, confundida y
expresa desilusión o, peor aún, se inclina al desengaño.
¿Es que Francisco ha
cambiado? En mi opinión, en absoluto. Su prédica y su coherencia siguen
incólumes. ¿Por qué escucho entonces frases como estas? "El Papa no me
representa". "¡Cómo me ha decepcionado Francisco!". Pero también
escucho otras: "Francisco es de los nuestros, y él se los ha hecho
saber". "Francisco está con ellos, no con nosotros". Querido
Francisco, no tengo dudas de tu conducta unida al Evangelio, que la
misericordia y el amor por los más humildes es el faro que te guía. Sé que
muchos cristianos aún no comprenden hoy, como en los tiempos del Señor, lo que
había dicho: "No he venido a dar paz, sino división" (Lc.12, 51),
porque su palabra es exigente y no es para los tibios. Pero no me preocupa la
alarma en sí misma de los que no te entienden. Lo que sí debe preocuparnos son
las consecuencias que esa incomprensión acarrea a la Iglesia.
Tenés a tu cargo dos
funciones importantes y diferentes. Creo que en cada una de ellas, como en toda
actividad del hombre, es preciso mensurar el resultado y no solo la buena
intención y la libertad en la acción. Sin duda, como jefe de un Estado, tenés
el derecho de elegir el trato que has de dar a otro gobernante. Eso lo has
ejercido en plenitud al recibir a la ex Presidente argentina con muestras de un
caluroso afecto, en cada uno de los múltiples encuentros que has tenido con
ella. Y al cambiar rotundamente ese estilo en la primera recepción al actual
Presidente, al que nadie puede dudar que has recibido con un rostro adusto,
frío, casi despectivo, has dado lugar a opiniones interesadas.
Cuál haya sido tu
intención debe dejarse a tu elevado y libre juicio. Pero la consecuencia de esa
diferencia en el trato a cada uno ha significado sin duda un perjuicio al
propósito públicamente expuesto por vos de procurar la unidad del pueblo
argentino. Los hechos valen más que las palabras. Porque otra vez se escucha:
"El Papa es de los nuestros, les ha hecho ver que no está con ellos".
La famosa grieta sigue abierta y se profundiza. Se consolida. Claro que están
equivocados, que el Papa no tiene bandera partidaria. Eso es lo que seguimos
creyendo algunos. Algunos otros vuelven a responderte con la actitud que un día
protestaste: "Me están usando".
Es preciso entonces
contemplar la confusión de honestos fieles, que en su inocencia se equivocan,
pero se escandalizan. Y él nos dijo: "Ay del mundo de los
escándalos", "Ay de aquel hombre por quien el escándalo viene"
(Mt. 18, 7). En tu función de pastor, de continuador de Pedro, has practicado
sin duda tu misericordia, cuando enviaste un rosario a Milagro Sala, a quien ya
habías recibido en tu sede. Seguramente te ha asombrado la reacción que han
provocado tales actos tuyos en numerosas personas, que creen ver en ellos la
convalidación de una conducta inmoral y delictiva.
No dudo que el rosario no
ha llevado otra finalidad que la de templar el ánimo de quien ha sido
encarcelado, y quiero creer que también ha tenido el objetivo de un llamado a
la contrición, como el de Jesús a Leví, después nombrado Mateo, para que
abandonara la mesa del dinero vil y lo siguiera (Lc. 5, 27). Porque señaló
claramente el Señor que no habrá perdón para quien no se arrepienta: "Si
no os convertís, pereceréis" (L. 13, 3 y 5). Pero Milagro Sala no parece
haber respondido a ese llamado al instante como Leví, ni tampoco hasta ahora. Me
dirás, Francisco, que Milagro Sala no ha sido declarada culpable por una sentencia
de la Justicia. Y eso, por ahora, es cierto.
Pero si no lo ha sido por
un juez, no cabe duda de la condenación de su conducta corrompida en el
apoderamiento de bienes públicos, no ya por los poderosos de turno, sino por
los comunes habitantes de Jujuy, que expresaron su repudio a través de una
expresión manifiesta de rechazo, como lo fue la decisión electoral de una
mayoría del pueblo jujeño, que constituyó un plebiscito en contra de una
conducta que considera ignominiosa. Y un incuestionable líder social, como
Carlos "el Perro" Santillán, la ha acusado de haber instalado la
narcopólitica en la provincia.
De modo que no debe
asombrar a nadie la reacción de sorpresa y de desánimo de tantísimos
argentinos, la gran mayoría de católicos, ante ese gesto tuyo, sin duda
inocente y misericordioso. Pero esa reacción no fue en todos los casos agresiva
o descomedida, como alguno quiso ver, tal el obispo Víctor Fernández, que ha
calificado indiscriminadamente a todas como "furiosas reacciones" y
ha creído ver detrás de todas ellas "una mirada de odio". Sin duda
esa calificación generalizada ha sido no solo injusta, sino que ha contribuido
a minar el proclamado propósito de pacificación y de unión entre los
argentinos. Es que la misericordia, Francisco, no está en antagonismo con la
prudencia y la cordura.
Lo que sí puede asombrar a
muchos es que no hayas recibido a Margarita Barrientos, y si hubo error
cometido al no haberse advertido su presencia, les debe resultar incomprensible
que no hayas hecho luego una manifestación personal hacia ella y también
pública, lamentado ese supuesto error. Lo que debe preocupar es que, aun por
ignorancia o por ingenuidad de los que son conducidos, la falta de prudencia
por no medir las consecuencias de un gesto de quien es modelo de conducta pueda
llevar a la dispersión, a que las ovejas ya no reconozcan al pastor. Y la
conservación del rebaño es el compromiso decisivo, fundamental del pastor.
Según mi opinión, todo
nace en el acto de la creación, en la que un solo ser recibió la posibilidad de
elegir, el libre albedrío. Y la elección básica del hombre es la de permanecer
unido con todo lo creado en el absoluto o apartarse de él. La aventura de Dios
es el riesgo de perderlo. Desde entonces, sin permitirse intervenir en esa
libertad, único lugar en el que no penetra, Dios llama de mil maneras al hombre
para que no lo abandone. Y hasta envió a su propio hijo a sufrir y morir en
cruz para lograrlo.
Aquí, quiero recordar,
Francisco, lo que te dijo Jesús en la persona de Pedro, porque vos sos ahora
Pedro, cuando te preguntó, no una vez, sino tres veces: "Pedro, ¿me
amas?", y a tu respuesta positiva él te dijo, no una vez sino tres veces:
"Apacienta mis ovejas" (Jn. 21, 15). Jesús no ha incurrido en esa
insistencia, que a vos te asombraba porque sabías que él conocía tu amor por
él, por torpeza o distracción. No, lo que Jesús quería era recalcarte la
médula, la entraña esencial de tu misión como pastor supremo de tu Iglesia: no
perder un solo cordero.
De modo que nada que haga
el pastor recibirá justificación si el resultado es la dispersión del rebaño,
aunque lo hiciera con la mejor intención y la mayor misericordia. Te amo,
Francisco, por tu autenticidad, por tu corazón de buen pastor que quiere unir y
no dividir, pero las voces que escucho en nuestro corral, no las interesadas
que aparentan amarte mientras llevan agua a su molino, sino las otras, esas
que, aun equivocadas o con dificultad para discernir y entender tus gestos,
muestran sinceramente un dolor en su corazón cuando dicen: "Ya el Papa no
me representa".
Francisco querido, solo te
escribo para preguntarte con ellos: "Pedro, ¿me amas?".
Con mi mayor afecto y
orando por vos.
Martín Barba
El autor era presidente del Tribunal Superior de
Justicia de Neuquén. Ex fiscal general ante la Cámara Federal de General Roca.
Fuente:
www.infobae.com