Estamos acostumbrados a
imaginar a los apóstoles como si hubieran sido todos varones. Sin embargo,
pocos saben que hubo una vez una apóstol mujer, muy amiga de San Pablo, que
trabajó posiblemente en la ciudad de Éfeso y que incluso fue encarcelada con
él. Su nombre era Junia, y aparece mencionada al final de la Carta a los
Romanos. Allí Pablo, al despedirse de sus lectores, les dice: “Saluden a Andrónico y a Junia, mis
parientes y compañeros de prisión, ensalzados entre los apóstoles, que llegaron
a Cristo antes que yo” (Rm 16,7). Resulta asombroso que Pablo no sólo le dé
el título de apóstol a una mujer, sino que incluso diga que es “ensalzada”
entre los apóstoles, es decir, que su fama sobresale por encima de los demás
apóstoles. Debió de ser realmente una joven extraordinaria. Pero el nombre de
esta mujer ha provocado y sigue provocando, grandes discusiones entre los
biblistas. El motivo es que, para muchos estudiosos, Junia es el nombre de un
varón. En efecto, la palabra griega Iounian puede traducirse al castellano de
dos maneras: como “Junia”, y entonces se trataría de una mujer, o como “Junias”
(con “s” final), y entonces sería nombre de varón, abreviado de “Juniano”.
¿Cómo averiguar el género
de este nombre? Hay una sola forma y consiste en fijarse qué clase de acento
lleva la palabra. Si Iounian está escrito con acento agudo (Iounían), es nombre
de mujer; y si está escrito con acento circunflejo (Iouniân), es nombre de
varón. Pero desgraciadamente no podemos hacer esto. ¿Por qué? Porque cuando San
Pablo escribió su Carta a los Romanos, en el siglo I, no existían los acentos
en la escritura griega. Sólo a partir del siglo VIII o IX se los comenzó a
usar. Por lo tanto, es inútil consultar los manuscritos más antiguos para salir
de la duda sobre el sexo de Junia. Pero eso no significa que sea imposible
averiguarlo. Existen otros indicios que pueden ayudarnos a descifrar este
enigma. En primer lugar, tenemos el testimonio del manuscrito más antiguo que
existe de la Carta a los Romanos: el llamado Papiro 46. Fue escrito alrededor
del año 180 (es decir, unos ciento veinte años después de que Pablo escribiera
su carta original). Ahora bien, el autor de este papiro, cuando llega al pasaje
al que nos referimos, en vez de escribir el nombre de “Junia” escribió “Julia”;
esto demuestra que el escriba estaba pensando claramente que se trataba de una
mujer y no de un hombre.
En segundo lugar, está el
hecho de que todas las lenguas antiguas a las que fue traducida la Carta a los
Romanos (el latín, el copto y el sirio), todas sin excepción transcriben el
nombre en su forma femenina. Un tercer indicio, y más importante todavía, lo
tenemos en el testimonio de casi todos los Santos Padres y escritores antiguos
que comentaron la Carta a los Romanos. Siempre que hablaron de este personaje,
lo consideraron una mujer. Por ejemplo Orígenes (en el siglo III), al hacer
referencia al nombre de Junia, lo escribe en su forma femenina. También San
Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla, un día que predicaba en la Catedral
sobre la Carta a los Romanos, dijo conmovido: “Ser apóstol es algo grande. Pero ser «ensalzada» entre los
apóstoles, ¡qué extraordinaria alabanza significa eso! ¡Caramba! ¡Aquella mujer
debió de haber tenido una gran personalidad, para merecer el título de
apóstol!”. Después de él, una larga fila de autores (como San Rufino, San
Jerónimo, Teodoreto de Ciro, Ecumenio, San Juan Damasceno, Haymo, Rabano Mauro,
Lanfranco de Bec, Atto de Vercelli, Teofilacto, San Bruno, Pedro Abelardo,
Pedro Lombardo) afirmaron sin dudarlo que el ilustre apóstol elogiado por Pablo
era una mujer.
Este es un dato muy
importante, porque nos muestra que a todos los escritores antiguos la palabra
Junia les sonaba espontáneamente a nombre femenino y no masculino; es decir,
que en esa época el nombre no era usado por varones. La única voz discordante,
a lo largo de todos estos siglos, es la de Epifanio de Salamina (en el siglo
IV). Este monje, en contra de todas las opiniones antiguas, es el único que
afirmó que Junia era un varón; y para aportar más datos, dijo que llegó a ser
obispo de Apamea, en Siria. Sin embargo los estudiosos consideran las palabras
de Epifanio poco creíbles, por dos razones. Primero, porque en el mismo lugar
donde escribe que Junia era un hombre, Epifanio escribe también que Priscila,
la conocida mujer del judío Áquila (Hch 18,2) ¡era un varón! Y segundo, porque
Epifanio es famoso por su misoginia. En uno de sus libros llamado Panarion,
este Padre de la Iglesia escribió frases como: “Las mujeres verdaderamente son
una raza débil, poco fiable y de inteligencia mediocre”; “El Diablo sabe cómo
vomitar ridiculeces a través de las mujeres”; “La mujer se descarría
fácilmente, es débil y poco sensata”; “Detrás de todos los errores hay una mala
mujer”.
Resulta lógico, pues, que
un escritor como Epifanio, con ideas tan negativas sobre el sexo femenino,
buscara evitar por todos los medios que una mujer estuviera incluida entre los
apóstoles, máxime teniendo en cuenta que se la elogiaba como “ensalzada entre
todos los apóstoles”. Por eso el testimonio de Epifanio, único que considera a
Junia un varón, debe ser dejado de lado. Por lo tanto, debemos concluir que
todos los Padres de la Iglesia, hasta la Edad Media, tuvieron a Junia por
mujer; y al menos uno de ellos (Crisóstomo) se sintió feliz de poder llamarla
“apóstol”. A partir del siglo VIII aparece la novedad de los acentos, en la
lengua griega. Por lo tanto, los nuevos manuscritos que empiezan a circular en
esta época los incluyen. Así, nosotros podemos fijarnos cuál es el acento que
los escritores pusieron sobre el nombre de Iounian en las nuevas copias de la
Carta a los Romanos. ¿Y con qué nos encontramos? Con que los manuscritos
compuestos a partir del siglo VIII ponen sobre Junia el acento propio de un
nombre femenino (Iounían). Junia, pues, sigue siendo considerada una mujer.
Pero en el siglo XIII
empiezan a surgir las primeras dudas sobre el género de este nombre, rompiendo
el amplio consenso que había existido entre los Padres y escritores de la
Iglesia durante doce siglos. Un teólogo y filósofo italiano, llamado Egidio de
Roma, se convirtió en el primero en afirmar que Junia era un varón, y empezó a
llamarlo “Junias”. Pero Egidio no se basaba en ninguna prueba, ni en ningún
argumento. La única explicación que daba era que una mujer no podía haber sido
apóstol, y por lo tanto Junia tenía que haber sido un varón. Tal prejuicio se
convirtió así en el gran argumento para negar lo que siempre se había afirmado:
la feminidad de Junia. Y desde entonces, muchos se adhirieron a esta postura y
la defendieron. El infundio que Egidio echó a andar adquirió pronto grandes
proporciones, y la hipótesis de “Junias” fue ganando nuevos adherentes. Pero
como “Junias” era un extraño nombre para un varón, y para hacer más plausible
esta teoría, sus defensores comenzaron a decir que se trataba de una forma abreviada
del nombre “Juniano”.
Sin embargo, los estudios
modernos han demostrado que nunca, en ningún escrito antiguo, sea en griego o
en latín, se encontró jamás un hombre llamado “Junias”. En cambio mujeres
llamadas Junia existen muchísimas, más de 250 en la literatura antigua. Por lo
tanto, hoy no caben dudas de que Junia era una mujer, a pesar de que
actualmente algunas Biblias traigan erróneamente el nombre en su forma
masculina.