La historia comienza en el siglo XVII cuando Antonio Farías Saa, un hacendado portugués afincado en Sumampa (Santiago del Estero), le escribió a un amigo suyo de Brasil para que le enviara una imagen de la Virgen en cuyo honor quería levantar una ermita. El amigo le envió dos, la que le había sido encargada y otra de la Virgen con el Niño Jesús. Al llegar a Argentina, ambas imágenes fueron colocadas en una carreta y partieron desde Buenos Aires a Santiago del Estero pero al llegar a las proximidades del río Luján la carreta se detuvo por una fuerza misteriosa contra la que no pudieron las dos yuntas de bueyes que la arrastraban. Eso hizo que el boyero decidiera aliviar el peso de la carga.
A pesar del
escaso tamaño de la Virgen, en el momento que bajaron el cajoncito que la
transportaba, los bueyes insinuaron la posibilidad de reanudar la marcha, por
lo que intentaron acomodarla nuevamente entre la carga pero, al subirla,
nuevamente la carreta tornó a detenerse. Descendida por segunda vez la imagen,
una vez más el vehículo pudo andar. Parecía imposible que el pequeño envoltorio
y su mínimo peso impidieran mover la carreta. El boyero entendió entonces que,
lo único que podía impedir la continuidad de la marcha, era el deseo de la Virgen
de quedarse en ese lugar. Los hombres
comprendieron que estaba ocurriendo algo milagroso. Al ver que la Virgen no
quería marcharse se dirigieron a la casa más cercana, la de don Rosendo. La
familia se emocionó al ver la imagen y la colocaron el su casa, la noticia
corrió por toda la región, y se enteraron hasta en Buenos Aires. Las personas
empezaron a viajar al lugar, entonces don Rosendo construyó una pequeña
capilla, entre los pajonales de la pampa, y además le dedico a la Virgen un
negrito para cuidarla y encargarse de mantener encendida una lámpara al pie del
oratorio que, cada vez fue más popular a raíz de los milagros que, según relata
Manuel, comenzaron a registrarse.
En este lugar permaneció la virgencita desde
1630 hasta 1674. La tradición nos
dice que Manuel, realizaba curas milagrosas con el sebo de las velas de la
capilla y relataba a los peregrinos los viajes de la Santa Virgen, que salía de
noche para dar consuelo a los afligidos. Manuel guardaba de los viajes de la
Señora los abrojos se desprendían del vestido de la Virgen. Con los años, don
Rosendo falleció y el lugar quedo casi abandonado, pero éste hombre fue siempre
fiel y continuó al servicio de la Virgen. Doña Ana Mattos, viuda de Siqueyras
era una señora que tenia gran cantidad de tierras a orillas del río Luján, ella
quería llevar la imagen a su casa y realizarle una capilla, para ello en el año
1674, habló con el Cura Juan de Oramas, administrador de los bienes de don
Rosendo y la colocó en su casa, pero la Santa Virgen desapareció y la
encontraron en su antigua ermita (capilla), doña Ana volvió a llevar la imagen
a su casa y por segunda vez regresó a la estancia de don Rosendo.
La dama
consultó entonces a las autoridades eclesiásticas y civiles, quienes viajaron
al lugar y examinaron lo sucedido, esta vez la Virgen fue trasladada en una
devota peregrinación y en compañía de Manuel. Desde ese momento la imagen no
retornó más a su antigua capilla. Doña Ana donó el terreno para la realización
del nuevo templo en el año 1677 lugar en donde actualmente se encuentra la
hermosa Basílica de Luján. El clérigo don Pedro de Montalbo estaba muy enfermo
y desahuciado, en 1684 viajó a Luján, casi moribundo fue llevado a la capilla.
El Negro Manuel le ungió el pecho con el sebo de la lámpara que ardía en el
altar y le dio de beber una infusión con abrojos de los que solía desprender
del vestido de la Virgen. Don Pedro sano milagrosamente y agradecido se quedo
como primer capellán, de lo que es hoy la Basílica de Luján.