José cree que María ha
cometido adulterio. Pero él sabe que la Ley manda apedrear a las adúlteras
hasta que mueran. Entonces, como es justo, es decir, bondadoso, y no quiere que
ella sufra, la abandona, sí, pero en secreto para salvarle la vida. Por lo
tanto, según esta teoría, justo significaba bondadoso. Pero también esta
hipótesis presenta dificultades. Si José quiere abandonar en secreto a María
porque es bueno, no debería llamárselo “justo”, sino “bondadoso”. ¿Por qué
entonces Mateo dice que es justo? Ninguna de las dos teorías, pues, explica
satisfactoriamente por qué José quiere abandonar a María. Por eso actualmente
los biblistas han propuesto una tercera que, aparte de armonizar mejor con el
contexto del relato, tiene el mérito de arrojar una nueva luz sobre san José.
José desde siempre conoció
el misterio de María. Desde el principio supo que el niño que su esposa llevaba
en las entrañas era hijo del Espíritu Santo. Por eso jamás pensó que ella lo
hubiera engañado. Esto se deduce del modo como vimos que Mateo comienza su
relato. Éste decía: “El nacimiento de Jesucristo fue así: María estaba
comprometida con José. Pero antes de que ellos empezaran a vivir juntos ella se
encontró encinta por el poder del Espíritu Santo”. O sea que empieza dando tres
informaciones: a) que María estaba comprometida con José; b) que no vivían
juntos; c) que ella quedó embarazada del Espíritu Santo. Nosotros normalmente
suponemos que José sólo conocía dos de estos datos: el primero y el segundo.
Pero no el tercero.
¿Y por qué no? ¿Por qué,
si Mateo enumera juntos los tres datos, y luego presenta a José analizando este
dilema, él va a saber sólo dos de esos datos? Es lógico que, según Mateo, José
conociera las tres informaciones. ¿Cómo supo José del embarazo virginal de su
mujer? Mateo no lo dice. Pero tampoco dice cómo se enteró María (Lucas es el
que cuenta que la anunciación fue por medio de un ángel). Por lo tanto, es
posible pensar que para Mateo ambos se enteraron de la misma manera. Resta un
último problema. ¿Por qué un ángel le avisa en sueños a José que el hijo que
espera María es del Espíritu Santo, si él ya lo sabía? En realidad las palabras
del ángel están mal traducidas en las Biblias. En efecto, éstas suelen decir:
“José, no tengas miedo en tomar contigo a María, tu esposa, porque lo que ella
ha concebido viene del Espíritu Santo. Dará a luz a un hijo, a quien pondrás
por nombre Jesús”.
Pero muchos biblistas
afirman que las partículas griegas “gar” y “de”, que aparecen en esta frase, no
hay que traducirlas al castellano como “porque” sino como “porque si bien”. De
ese modo el mensaje del ángel cambia totalmente, y queda así: “José, no tengas
miedo en tomar contigo a María porque, aun si bien lo que ella ha concebido
viene del Espíritu Santo, dará a luz a un hijo a quien tú pondrás por nombre
Jesús”. Por lo tanto, lo que el ángel le informa a José no es el origen divino
del niño (cosa que ya sabía), sino que él debe quedarse con María para ponerle
el nombre al niño (cosa que no sabía).
Ahora sí, con esta nueva
perspectiva, tratemos de entender el relato de Mateo. José y María, dos jóvenes
israelitas de 18 y 13 años respectivamente, estaban comprometidos. Habían
concretado la primera fase del matrimonio, es decir, el “quidushín”, y
esperaban pronto poder ir a vivir juntos una vez que se cumpliera el plazo
estipulado. Pero en el entretiempo María resultó escogida por Dios para ser la
madre de su divino Hijo. Enterado José, se encontró frente a un serio problema.
Él había elegido a María para sí, para que fuera su esposa, la madre de sus
hijos, su compañera. Pero ahora se da cuenta de que Dios también se había
fijado en ella, y también Él la había elegido como madre de su Hijo.
¿Cómo competir con Dios
por el amor de una muchacha? ¿Podría tener a Dios como contrincante? No.
Tampoco podía apropiarse de un hijo que no era suyo, sino que venía del cielo.
Hubiera sido una injusticia. Aquí, entonces, se aclara la decisión de José.
Como él era justo, no queriendo apoderarse de un hijo que le pertenecía a Dios,
y viendo además que Dios había elegido a la misma mujer que él para iniciar el
plan de salvación, resuelve dejar a su esposa libre del compromiso que habían
contraído, y divorciarse en secreto. Y así lo había decidido, cuando en sueños
se le presenta un ángel y le dice que no tenga miedo (es decir, escrúpulos) en
tomar a María como esposa (es decir, celebrar el “nissuín”). Porque si bien el
hijo que ella espera viene de Dios, él le pondrá el nombre de Jesús cuando
nazca.
En otras palabras, Dios le
pide a José que se quede junto a María. Porque aun cuando ella ha sido elegida
para Dios, él también ha sido elegido; él también forma parte del plan de
salvación. ¿Y cuál es su misión en todo esto? Deberá ponerle el nombre al niño,
es decir, considerarlo como suyo, asumirlo como propio. Porque al ser él
descendiente de la familia del rey David, si lo adoptaba como su hijo podía
convertirlo a Jesús en un “descendiente” de David, en un “hijo de David”. E introduciéndolo
a Jesús en la genealogía de David, se cumplían las profecías anunciadas sobre
Él. Siempre hemos tenido una imagen triste y descolorida de san José. Lo
imaginamos como un pobre hombre (cuando no anciano), manso y sufrido, que mes
tras mes debió ver crecer el vientre de su amada, mientras por dentro se moría
de dolor en silencio.
Desorientado y casi
ridículo, luchando entre la confianza y la duda, entre el amor y los celos.
Incapaz de comprender el misterio de la encarnación, por eso no se lo contaban.
Pero no es ése el san José del evangelio. José nunca tuvo dudas sobre su María.
Lo supo todo desde el principio, porque tenía la misma madurez que su esposa.
Su única duda fue si Dios lo quería o no al lado de su mujer. Y Dios le hizo
saber que sí. Hoy los cristianos hemos encumbrado enormemente a María, pero no
así a José. En la Liturgia tenemos muchísimas fiestas de la Virgen, pero sólo
dos de san José. Los mismos estudios de Mariología dan la impresión de que ella
no hubiera sido casada, que se hubiera santificado fuera del contexto
matrimonial y familiar. Incluso nuestras devociones, imágenes y pinturas se
centran casi exclusivamente en María, y prescinden de José. Hemos separado lo
que Dios ha unido.
Pero María y José amaron a
Dios en equipo. Se santificaron juntos. El uno con el otro. El uno gracias al
otro. Estuvieron juntos desde el principio. Por eso hoy en día en que tantas
familias atraviesan momentos de crisis, que muchos matrimonios hacen agua por
todos lados, y que la Iglesia no dispone de modelos conyugales, conviene
recordar a José, a quien Dios quiso santificar en familia unido para siempre a
María.
Biblista
Ariel Alvarez Valdez