En los tiempos de Galileo se interpretaba la Biblia literalmente, es decir, se entendía que las cosas habían sucedido tal como dice la letra del texto bíblico. Por eso, cuando Galileo comenzó a enseñar que el Sol está quieto y es la Tierra la que se mueve, el Santo Oficio esgrimió el argumento de la batalla de Gabaón para refutar sus enseñanzas, diciendo: si el Sol se detuvo en Gabaón, es porque se mueve. ¿Cómo entonces puede afirmar Galileo que el Sol está quieto y que la Tierra se mueve? ¿Quién tiene razón: la Palabra de Dios o Galileo? Planteadas así las cosas, no había ninguna posibilidad de escapar a la condena. Pero ¿qué pasó realmente en la batalla de Gabaón? ¿Pudo haberse detenido el Sol? Existen cuatro teorías propuestas por los biblistas para explicar este episodio, si lo consideramos como un hecho realmente sucedido (porque muchos estudiosos piensan que se trata de una creación literaria).
La primera, llamada teoría “astronómica”, es la que defendía el Santo Oficio y toda la Iglesia hasta el siglo XVI. Según ésta, el Sol se detuvo realmente en el cielo gracias a una intervención especial de Dios, y allí permaneció un día entero iluminando la batalla, por lo cual aquel día duró mucho más de 24 horas. Pero esa teoría hoy resulta insostenible, porque si el Sol, la luna o cualquier otro planeta detuvieran por un instante su andar, se produciría un cataclismo de tales proporciones en el sistema solar, que éste saltaría hecho trizas. Además si el Sol se hubiera detenido en el cielo brillando durante tantas horas, como afirma esta teoría, tendrían que haberlo notado todos los otros pueblos que en aquel momento eran iluminados por ese mismo Sol. Y ninguno ha conservado jamás el registro de semejante fenómeno.
La segunda teoría es la llamada “poética”, y sostiene que la oración de Josué para detener el Sol es un simple poema que emplea el autor, pidiendo al Sol y a la luna que se paren para contemplar el maravilloso éxito que estaba teniendo el general israelita en la batalla. Pero no significa que se hubiera detenido realmente. El inconveniente de esta teoría es que niega que hubiera habido algún hecho extraordinario en el combate, cuando del relato bíblico parece deducirse que algo fuera de lo común pasó ciertamente aquel día, ya que tres veces, y de distintas maneras, repite que el Sol se detuvo en el cielo. La tercera teoría es la “psicológica”. Afirma que el relato sólo pretende reflejar el impacto psicológico de lentitud que los hebreos sintieron durante la batalla. Quiere decir simplemente que ese día estuvo tan lleno de acontecimientos, y que el triunfo fue tan costoso, que el día parecía interminable.
En circunstancias así (también decimos nosotros) el tiempo se hace eterno. Pero debemos rechazar también esta hipótesis porque, al igual que la segunda, niega que hubiera habido “algo” ese día. Queda, finalmente, la teoría “atmosférica”. Según ésta, lo que pretende contar el relato de la batalla de Gabaón no fue que ese día el Sol brilló más horas de lo acostumbrado, sino al contrario: que no hubo Sol. En efecto, Josué con su ejército, después de marchar toda la noche desde su campamento de Guilgal, habría caído por sorpresa sobre los sitiadores a la madrugada, en el mismo momento en que una fuerte tormenta de granizo se abatía sobre el terreno (Jos 10,11). Al ver aparecer imprevistamente a las tropas de Josué por el este, el ejército de los cinco reyes se desbandó y emprendió la retirada en dirección al oeste, hacia el valle de Ayyalón. Y allí le dio alcance el ejército israelita.
Cuando la batalla promediaba, la tormenta que había nublado el cielo ese día había cesado, y el Sol amenazaba con aparecer, con toda su fuerza por entre las nubes, que ya se iban abriendo. Al ver esto, Josué rezó para que el Sol no saliera en Gabaón, es decir, para que el día continuara nublado, a fin de evitar el fuerte calor del día, y permitir que sus hombres pudieran combatir mejor con el fresco de la jornada. En recuerdo de esta heroica batalla, en la que los israelitas habían combatido con un tiempo insólitamente nublado, en una época en la que no era habitual que el sol se ocultara tras las nubes, la tradición habría elaborado un poema que incluía las palabras de Josué, y que decía: “Detente, oh Sol, en Gabaón; y tú, luna, en el valle de Ayyalón”. La copla fue más tarde recogida en una colección de poemas, titulada EL LIBRO DEL JUSTO. Sabemos, por la Biblia, que este libro contenía muchas otras composiciones poéticas, como el canto fúnebre pronunciado por David cuando murió el rey Saúl y Jonatán (2 Sm 1,17-27), la oración que pronunció Salomón al inaugurar el templo de Jerusalén (1 Re 8,22-53), y otros famosos poemas atribuidos a distintos héroes de Israel.
Más tarde, en el siglo VII a.C., se escribió el libro de Josué, con el relato de la batalla de Gabaón, su autor quiso agregar al relato el poema tomado de El Libro del Justo. Y como el poema sólo decía: “Detente, oh Sol, en Gabaón; y tú, luna, en el valle de Ayyalón”, el escritor sagrado pensó que lo que Josué pedía era que el Sol se detuviera en el cielo y continuara brillando, cuando en realidad lo que pedía era que no saliera. Por haberlo creído así, el autor del libro de Josué, a continuación del poema, agrega: “Y el Sol se paró en medio del cielo y dejó de correr un día entero hacia su ocaso. Y no hubo día semejante ni antes ni después” (Jos 10,13-14). Lo que sucede es que, el escritor sagrado había entendido, erróneamente, que ese día el Sol se demoró, brillando en medio del cielo. Que el poema citado está sacado de otra parte (es decir, de EL LIBRO DEL JUSTO), se ve por el hecho de que está fuera de contexto y no encaja en el relato. En efecto, en el v.12 leemos: “Josué se dirigió a Yahvé diciendo”. Y a continuación Josué no se dirige a Yahvé, sino al Sol, expresando: “Detente, oh Sol...”. O sea que el poema al principio no formaba parte del relato.
Galileo tenía razón. El Sol nunca se detuvo, ni la Sagrada Escritura había querido decir tal cosa. Pero en aquellos tiempos la única manera de entender la Biblia era tomándola literalmente, que fue lo que hicieron los representantes del Santo Oficio. Por eso lo condenaron. Y en los tres siglos que siguieron a su muerte no cesaron las refriegas, altercados y malentendidos entre científicos y representantes de la Iglesia por imponer sus puntos de vista. Hasta que finalmente, en el siglo XX, la Iglesia reconoció que la Biblia no debía interpretarse al pie de la letra, sino que era necesario buscar en ella la intención de los autores, para poder descubrir su mensaje.
Galileo tenía razón. Y por eso el papa Juan Pablo II, en un discurso pronunciado el 31 de octubre de 1992 ante la Pontificia Academia de las Ciencias, reconoció que la Iglesia se había equivocado al condenarlo, pidió perdón y reivindicó públicamente la figura del genial florentino, con lo cual se pudo cerrar finalmente una vieja herida que había permanecido abierta durante 350 años. Pero el Sol de Gabaón sigue brillando para todos, desde el fondo de la historia, como queriéndonos recordar el sufrimiento que una lectura literal de la Biblia puede ocasionar en el alma.
Por eso para quienes todavía hoy, después de acallados los ecos de aquel doloroso enfrentamiento, continúan buscando en la Biblia fórmulas científicas secretas, revelaciones misteriosas y profecías cifradas, conviene recordar la lúcida frase pronunciada por Galileo frente a los miembros del Santo Oficio, antes de su condena: “No busquen astronomía en la Biblia. Porque ella no pretende decirnos cómo marchan los cielos, sino cómo marchamos nosotros hacia el cielo”.
Ariel Alvarez Valdés
Biblista