Del Evangelio de Lucas (12,32-48)
La primera lectura quiere
describir la noche de salvación para Israel, la noche pascual, que se ha
convertido en el paradigma nostálgico de un pueblo que siempre ha recurrido a
su Dios para que lo liberara de todas las esclavitudes; que anhela salvación y
que encuentra en el Dios comprometido con la historia la razón de ser de su
identidad. Es, probablemente, un texto cultual, es decir, nacido en la liturgia.
El c. 18 de este libro escrito en griego, para la comunidad judía de Egipto, es
una memoria litúrgica de la noche pascual, de la noche de la libertad y de la
noche de la luz. Nada hay tan celebrado en Israel como la noche pascual.
La segunda lectura, tomada
de Hebreos 11, llena de contenido esta parte de la celebración, con su visión
práctica de la fe evocada a la luz de las grandes figuras de la “historia de la
salvación” y de todos aquellos que, por amor de lo que esperaban y de las
realidades invisibles, renunciaron a los honores terrenos. Se dice que con este
capítulo, el autor de la carta a los Hebreos, que no es San Pablo desde luego,
sino un maestro desconocido, compuso este sermón para mover a la fe a la
comunidad, al igual que los padres del pueblo, pero ahora con la esperanza que
procura Jesús y su obra. Él es el ejemplo de nuestra fe en Dios y de nuestra
entrega a los hombres al comprender todas las flaquezas.
En el Evangelio de Lucas
(12,32-48) el apóstol nos ofrece aquí una serie de elementos que están en el
Sermón de la Montaña, en Mateo, y un conjunto de parábolas (los criados que
esperan a que su amo vuelva de unas bodas, el amo que vigila su casa por si
llega un ladrón, y el administrador fiel al que se le ha confiado repartir el
trigo) sobre la vigilancia y la fidelidad al Señor. La exhortación primera, que
concluye con el dicho “donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón”,
es toda una llamada a la comunidad sobre el comportamiento en este mundo con
respecto a las riquezas.
Lucas es un evangelista
que cuida, más que ningún otro, este aspecto tan determinante de la vida social
y económica, porque escribía en una ciudad (Éfeso o Corinto) donde los
cristianos debían tomar postura frente a la injusticia y la división de clases.
El dicho del tesoro y el corazón es un dicho popular que encierra mucha
sabiduría de siglos. Si bien es verdad que el rigor apocalíptico ya no es
determinante, sí lo es el sentido que mantienen estas palabras. Vigilar, ahora,
ya no es estar preocupados por el fin del mundo, sino estar preocupados por no
poner nuestro corazón en los poderes y las riquezas. Son dichos para
comprometerse en nuestro mundo, aunque sin perder la perspectiva del mundo
futuro.
Lucas sitúa esto en el
programa de buscar el Reino de Dios, pidiendo y exigiendo al cristiano no
desear las mismas cosas que desean y tienen los poderosos de este mundo. El
Reino exige otros comportamientos. Así, las parábolas sobre la vigilancia y la
fidelidad vienen a ser como el comentario a esa actitud. Es una llamada a la
responsabilidad en todos los órdenes, pero especialmente la responsabilidad de
saberse en la línea de que la vida tiene una dimensión espiritual, trascendente,
sabiendo que hay que ponerse en las manos de Dios.
Eso no es una huida de lo
que hay que hacer en este mundo; pero, por otra parte, tampoco ignorando que
nos espera Alguien que un día se ceñirá para servirnos si le hemos sido fieles.
Ése de quien habla Jesús en la parábola, es Dios. Nosotros, mientras,
administramos, trabajamos, ayudamos a los más pobres y necesitados, como una
responsabilidad muy importante que se nos ha otorgado.