PROGRAMA Nº 1199 | 27.11.2024

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SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

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El término "Pentecostés" proviene del griego y denota el día quincuagésimo. Tras los 50 días de la Pascua, los judíos conmemoraban la fiesta de las siete semanas. Inicialmente de índole agrícola, esta festividad evolucionó para recordar la Alianza del Sinaí. Los primeros indicios de su observancia se encuentran en los escritos de San Irineo, Tertuliano y Orígenes, a finales del siglo II y principios del III. Ya en el siglo IV, hay registros que confirman qué en las grandes Iglesias de Constantinopla, Roma y Milán, así como en la Península Ibérica, se festejaba el último día de la cincuentena pascual.

Con el devenir del tiempo, este día adquirió una relevancia creciente, recordando el acontecimiento histórico de la venida del Espíritu Santo sobre María y los Apóstoles. Se fue gestando gradualmente una festividad, precedida por ayuno y una vigilia solemne, semejante a la Pascua. Se opta por el color rojo en el altar y las vestiduras del sacerdote, simbolizando el fuego del Espíritu Santo. Los cincuenta días pascuales, junto con las festividades de la Ascensión y Pentecostés, conforman una unidad; no son eventos aislados, sino parte de un único y vasto misterio.

La Fiesta de Pentecostés se asemeja a un "aniversario" para la Iglesia. El Espíritu Santo desciende sobre la comunidad naciente y aprensiva, infundiendo sus siete dones, otorgándoles el coraje para proclamar la Buena Nueva de Jesús; para mantenerlos en la verdad, tal como Jesús había prometido, y para prepararlos como testigos suyos; para ir, bautizar y enseñar a todas las naciones de la Tierra. El "Espíritu Santo" es el nombre propio de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, a quien también adoramos y glorificamos, junto con el Padre y el Hijo. Sin embargo, Jesús lo nombra de diferentes maneras.

EL PARÁCLITO: Derivado del griego "PARAKLETOS", que significa "aquel que es invocado", representa al abogado, mediador, defensor y consolador. Jesús nos presenta al Espíritu Santo diciendo: "El Padre os dará otro Paráclito". El abogado defensor toma partido por los culpables debido a sus pecados, salvándolos del castigo merecido, preservándolos del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es lo que realizó Cristo, y el Espíritu Santo es llamado "otro paráclito" porque continúa operando la redención que Cristo nos ha otorgado del pecado y de la muerte eterna.

Cada vez que rezamos el Credo, llamamos al Espíritu Santo: SEÑOR Y DADOR DE VIDA: El término hebreo utilizado en el Antiguo Testamento para designar al Espíritu es "RUAH", también empleado para referirse a "soplo", "aliento" y "respiración". El soplo de Dios aparece en el Génesis como la fuerza que otorga vida a las criaturas, como una realidad íntima de Dios, que obra en la intimidad del ser humano. Desde el Antiguo Testamento se anticipa la revelación del misterio de la Santísima Trinidad: Dios Padre como el principio de la Creación, realizada mediante su Palabra, su Hijo, y por medio del Soplo de Vida, el Espíritu Santo.

Los símbolos del Espíritu Santo y su representación de diversas formas:

El Agua: Simboliza la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, siendo el agua el signo sacramental del nuevo nacimiento.

La Unción: Representa la fuerza. La unción con el óleo es sinónimo del Espíritu Santo. En el sacramento de la Confirmación, se unge al confirmado para prepararlo como testigo de Cristo.

El Fuego: Simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu.

La Nube y la Luz: Son símbolos inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Desciende sobre la Virgen María para "cubrirla con su sombra". En el Monte Tabor, durante la Transfiguración, y en el día de la Ascensión, aparecen una sombra y una nube.

El Sello: Es un símbolo similar a la unción, indicando el carácter indeleble de la unción del Espíritu en los sacramentos, hablando de la consagración del cristiano.

La Mano: A través de la imposición de manos, los Apóstoles y ahora los Obispos transmiten el "don del Espíritu".

La Paloma: En el Bautismo de Jesús, el Espíritu Santo aparece en forma de paloma y se posa sobre Él.

En el fulgor de Pentecostés, la Iglesia recuerda y celebra el momento trascendental en el que el Espíritu Santo desciende sobre los Apóstoles, infundiendo valor y sabiduría para proclamar el mensaje redentor de Jesucristo. Esta festividad, más que un mero aniversario, nos invita a reflexionar sobre la continua acción del Espíritu Santo en nuestras vidas y en la historia de la salvación. Como fieles, somos llamados a abrir nuestros corazones a la acción transformadora del Espíritu, permitiendo que nos guíe, fortalezca y renueve en nuestro compromiso con el Evangelio. Que en este Pentecostés renovemos nuestro anhelo de ser instrumentos dóciles del Espíritu Santo, irradiando la luz y el amor de Cristo en un mundo sediento de esperanza y redención.

Equipo de Redacción
ANUNCIAR Informa (AI)
Para EL ALFA Y LA OMEGA

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