Pasó a la historia por convocar el CONCILIO VATICANO II para renovar la Iglesia católica. El suyo fue un pontificado breve, pero cambió el curso de la historia. ANGELO RONCALLI (1881-1963), conocido como JUAN XXIII tras suceder a PÍO XII en 1958, disfrutó de una admiración prácticamente unánime, con las pocas excepciones de los integristas que lo consideraron un hereje. En contra de los que esperaban un mandato de transición, pasó a la historia por convocar el CONCILIO VATICANO II, este no se concibió, como los anteriores, para denunciar herejías, sino para hacer una puesta a punto general de la Iglesia. Una palabra italiana, aggiornamento, "actualización", pasó a definir el espíritu de los nuevos tiempos.
Si PÍO IX proclamó que el liberalismo era pecado, JUAN XXIII reconcilió a la Iglesia con el mundo moderno. En
adelante, la misa dejó de celebrarse en latín. Y se puso énfasis en que el buen
católico no debía limitarse a asistir a misa, sino vivir activamente su fe. El Papa
también se pronunció acerca de la justicia social y de la búsqueda de la paz,
esta última una cuestión urgente después de que la crisis de los misiles, en
1962, pusiera al planeta al borde de un holocausto atómico.
RONCALLI
consiguió la admiración de creyentes y no creyentes. El cineasta PIER PAOLO PASOLINI, de ideología
comunista, le dedicó su película “EL
EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO”. No era poca cosa, si tenemos en cuenta que,
hasta entonces, la cruz, por un lado, y la hoz y el martillo, por otro,
representaban dos universos en apariencia irreconciliables. El “papa bueno” también ganó múltiples
simpatías por su carácter sencillo y campechano. Son numerosas las anécdotas en
las que demuestra su sentido del humor, lo que exhibió, por ejemplo, cuando un
periodista le preguntó cuánta gente trabajaba en el Vaticano. “Más o menos la mitad”, fue su
respuesta.
En otra ocasión, cuando
visitó en Roma el Hospital del Espíritu Santo, la monja que lo dirigía se
presentó ante el pontífice diciendo: “Santo
Padre, soy la superiora del Espíritu Santo”. Él reaccionó con una broma que
se hizo célebre: “Es usted muy
afortunada. Yo solo soy el vicario de Cristo”. Hizo gala del mismo humor al
recibir a un senador estadounidense. Este, para comunicarle a qué confesión religiosa
pertenecía, le dijo que era bautista. JUAN
XXIII replicó con rapidez: “Y yo soy
Juan, así que ya estamos completos”.
JUAN XXIII
murió antes de ver concluido el VATICANO
II. Lo llevó a su fin PABLO VI,
cuya política vacilaba entre lo nuevo y lo viejo. La Iglesia se vio envuelta
entonces en una profunda crisis interna. Numerosos sacerdotes abandonaron el
ministerio, por lo general personas muy preparadas, decepcionadas con una
reforma que, a su juicio, no había ido lo bastante lejos. En el extremo contrario
se hallaban los que, desde posiciones tradicionalistas, culpaban al concilio de
todos los males.
JUAN PABLO II
promovería una interpretación del VATICANO
II que incidiría en los elementos de continuidad con la tradición católica,
no en los de ruptura. Los defensores del aggiornamento
eran mayoría, pero no todos lo interpretaban de la misma manera. Para unos
constituía un punto de partida; para otros, un punto de llegada. A partir de
1978, JUAN PABLO II promovió una
interpretación del VATICANO II que
incidía en los elementos de continuidad con la tradición católica, no en los de
ruptura. Con la llegada del PAPA
FRANCISCO, el espíritu progresista de aquel concilio parece haberse
revitalizado. El actual pontífice canonizó en 2014 a JUAN XXIII, con el que se le ha comparado por el aire fresco que
ambos introdujeron en la Iglesia.