PROGRAMA Nº 1167 | 17.04.2024

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Heroínas de Mayo

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¿Qué se te viene a la mente si hablamos del 25 de mayo de 1810 en Argentina? Tantos carteles y publicidades del Bicentenario seguro que te hacen acordar de la formación de la Primera Junta, del primer gobierno patrio.

Te aparecerán los nombres de French y Beruti repartiendo cintas; …o tal vez recuerdes a Cornelio Saavedra, el titular de esa Junta, con aire marcial y decidido a la autonomía. Seguro no te olvidaste del infatigable Mariano Moreno… el secretario que escribió todo el Plan de Operaciones para hacer la revolución. Pero detengámonos en un detalle: son todos hombres. ¿Te diste cuenta?

En El Alfa y la Omega nos dimos de cuenta de esta omisión: de esta historia oficial llena de próceres masculinos. De pasar por este Bicentenario así, le falta va a faltar una pata a los homenajes. Las mujeres no sólo ayudaron sino que protagonizaron hechos esenciales de la Revolución de Mayo.

Los historiadores explican esta omisión porque durante décadas los libros sólo se metían con los hechos políticos y no los sociales. Por eso sabemos tan poco sobre el papel central que tuvo la mujer a principios del siglo XIX. El protagonismo de las criollas surgió con fuerza y pasión por la independencia local ya durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807.

Es decir, unos años antes de la Revolución de mayo. Fueron amas de casa humildes o de la alta sociedad las que organizaron la resistencia urbana y prepararon sus ánimos para lo que iba a venir. Mujeres de decisión que rechazaron el anonimato y la sumisión.

Reverberen en el éter los nombres de Mariquita Sánchez de Thompson; las acciones valerosas de Martina Céspedes, de Ana Riglos y de Melchora Sarratea. Comencemos por decir que Riglos, junto con las señoras de Peña, Lasala, Castelli, Agrelo, son las que fueron a la casa de Viamonte la mañana del 18 de mayo de 1810, para convencer a Cornelio Saavedra de que había llegado el momento de la revolución.

Los esposos contaron con el aval de sus “patronas” para esta linda y lúcida “locura” de arrinconar al Virrey y llevarlo a la renuncia.

De todas las mujeres de la colonia que se quería independizar, Mariquita Sánchez de Thompson es la que cosechó por lejos la mayor cantidad de comentarios y trabajos de investigación. Sucede que ella fue la dueña de la casa donde por primera vez se tocó el Himno Nacional el 14 de mayo de 1813.

Amante de las tertulias donde participaban los vecinos inquietos, en su hogar se reunieron los revolucionarios, compartieron sus planes y opiniones sobre lo que iba aconteciendo y postulaban rumbos de acción. Mariquita llevaba en sus venas el deseo de autonomía, y ello marca su biografía, aún mucho antes de los turbulentos años de la Revolución.

Por ejemplo, en esa época era costumbre que los padres decidieran con quién se debían casar sus hijas, y los de Mariquita habían hechos los arreglos para que lo hiciera con Diego de Arco, a quién ella no amaba. Con sólo catorce años, se comprometió en secreto con su primo Martín Thompson. Incluso se presentó ante el virrey Sobremonte para que dejase sin efecto los acuerdos de sus padres.

Cerca de un año después de iniciado el juicio, los enamorados obtuvieron la autorización y la boda se realizó en julio de 1805. Tiempo después, armó su propio negocio de cremas y perfumes exquisitos, algo bastante común entre las mujeres de la época. Los historiadores encontraron unas 17 guías de exportaciones e importaciones con nombre de mujeres y unas 47 propietarias de estancias en Buenos Aires.

De grandes empresarias a microemprendedoras, diríamos hoy. Un protagonismo político y económico del que poco se sabe, aunque las y los investigadores en la actualidad le está prestando mayor atención. Desde las invasiones inglesas de 1806 y 1807, decíamos, las mujeres comenzaron a tener mayor participación en la política y la vida pública de la zona. Recordamos de esta época también también a Manuela Pedraza, a quien llamaban "la tucumanesa”.

Peleó junto a su marido hasta el último día en la batalla de la Plaza Mayor donde las fuerzas de Santiago de Liniers rodearon La Fortaleza (Hoy Casa Rosada sede del Gobierno). Vio caer a su cónyuge en las refriegas sin por eso abandonar la lucha. En ese contexto Martina Céspedes, que tenía tres hijas, organizaron un interesante ardid de espionaje. Para capturar ingleses, los atraían a su casa, haciéndolos pasar uno a uno con la promesa de un vaso de agua ardiente. Una vez dentro, los tomaban prisioneros. Aunque, bueno… una de las hijas se casó finalmente con uno de ellos…No todas vieron tan feos a los invasores…

Vivía doña Martina en Humberto I, frente a la Iglesia porteña de San Telmo. Allí, atendía un humilde negocio de bebidas y alimentos. Todo esto, antes de 1810. Los extranjeros que visitaban nuestras tierras, como comerciantes y viajeros, dejaron testimonio de la mujer argentina de entonces. En sus diarios y comentarios escritos señalaron que eran inteligentes, lindas, coquetas, y con mucha personalidad. Eso les atraía enormemente, tanto a ingleses como a franceses. Les llamaba la atención su sonrisa espontánea, y a veces hasta reaccionaban avergonzados por su andar liberal y su soltura de opinión.

Una vez estallada la revolución de Mayo, el primer hombre en trabajar para emancipar y promover a la mujer a través de la educación, fue Manuel Belgrano a quien además, contra una versión errada y poco explorada de su vida, le gustaban demasiado las mujeres, y ellas reconocían su soltura de seductor. Las damas contribuyeron emocional y materialmente con la Revolución. Sus donaciones permitieron crear y mantener a los ejércitos formados para llevar al interior la propuesta de la Junta. Por ejemplo, doña Gregoria Pérez donó a Belgrano tierras en 1811; Escalada donó armas. Muchas otras tejieron las banderas y confeccionaron casacas y pantalones para la lucha.

Paralelamente, tanto en capital como en el interior, las damas establecieron un eficaz sistema de espionaje desde las ventanas de su casa, o en las caminatas inocentes de paseo, donde podían anticipar movimientos del enemigo y luego informar a los patriotas por medio de chasqui. También contaban con la complicidad de la red de familiares y amistades. En el norte argentino destacó Magdalena Güemes, a la que le decían Macacha. Era hermana del prócer salteño Martín Miguel de Güemes. Fue brillante en la batalla y en el campo diplomático y tuvo ella, como tantas otras, una influencia central en su hermano, al decidir opiniones en torno a amigos o enemigos.

Finalmente, pero no menos importante, es homenajear en el recuerdo a Juana Azurduy, mujer que tiene un lugar enorme en la historia de la Independencia sudamericana. Fue una patriota del Alto Perú (actual Bolivia), que acompañó a su esposo Manuel Ascencio Padilla en el liderazgo de grupos guerrilleros que, desde 1809, participaban en las luchas por la emancipación del Virreinato del Río de la Plata.

Ligados con las expediciones enviadas desde Buenos Aires, al mando primero de Antonio González Balcarce y luego de Manuel Belgrano, combatieron a los realistas defendiendo la zona comprendida entre Chuquisaca y las selvas que mediaban hacia Santa Cruz de la Sierra. En esta tarea vio morir a sus cuatro hijos y combatió embarazada de su quinta hija.

En ese contexto Azurduy lideró la guerrilla que atacó el cerro de Potosí, tomándolo el 8 de marzo de 1816. Debido a su actuación, y tras el triunfo logrado en el Combate del Villar, recibió el rango de teniente coronel por un decreto firmado por Juan Martín de Pueyrredón. Pueyrredón era entonces el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Poco después, el general Belgrano le hizo entrega simbólica de su sable. Murió indigente el día 25 de mayo de 1862 cuando estaba por cumplir 82 años y fue enterrada en una fosa común.

Madres, esposas, novias, vecinas solteras, cultas o trabajadoras, hijas y hermanas con sencillez o con la protagonismo de las valientes, con el corte y la confección o con el fusil, la oración y el discurso inflamado, todas ellas contribuyeron a la creación de este país hace dos siglos ya. Desde aquí, aunque sólo nombramos a algunas, vaya con esta breve pero sentida rememoración, nuestro abrazo radial e infinito de gratitud.

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