PROGRAMA Nº 1164 | 27.03.2024

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Sobre Discípulos y Apóstoles

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Los términos del epígrafe y sus correspondientes conceptos intervienen con bastante frecuencia, no sólo en temas del área religiosa sino también en asuntos de la vida común. Aquí y ahora, nos interesan desde la perspectiva del primer grupo y de modo particular en el ámbito del cristianismo. Procuremos dejar bien en claro su núcleo esencial y preciso, a fin de distinguir, dentro de sus variados usos y aplicaciones, cuándo deban entenderse en un sentido acotado y específico y cuándo, en cambio, representan una extensión o analogía respecto del primero.

Discípulos de Cristo – Esta expresión, tomada en significado estricto y en su contexto histórico, designa a todos aquellos que con entusiasmo e interés aceptaron y aprendieron (etimológicamente, discípulo equivale  a «aprendiz») la doctrina de salvación transmitida en forma directa hace dos mil años, a través de los labios de Jesús. Luego, esta noble función de generar nuevos discípulos pasó a ser la principal tarea de los que mencionamos a renglón seguido.

Apóstoles – Ellos, en la acepción propia y técnica del término, fueron los efectivos arquitectos de ese divino proyecto que se llama «Iglesia de Cristo», en la que se desempeñaron como sus primeros e insignes ministros jerárquicos. Instituidos después de la resurrección del Redentor, en su nombre y representación proclamaron a los cuatro vientos el mensaje evangélico, con tal eficacia que lograron engendrar una maravillosa profusión de discípulos de Cristo. Tras los Apóstoles, y en el curso de tantos siglos hasta nuestros días, la correlación entre apostolado y discipulado estuvo y está ejercida y fomentada por las legítimas autoridades eclesiásticas. Y esta estupenda aventura del espíritu proseguirá hasta el fin de los tiempos. El apostolado se muestra siempre a la orden del día y se despliega de mil maneras, desde las habituales y clásicas hasta las más insólitas.

Así, por ejemplo: 

a) bien que les cuadra el epíteto de apóstoles a los numerosos niños de nuestros colegios que, inducidos por lo que asimilan en la catequesis, se desviven por recolectar objetos cuyo producto contribuirá para aliviar las dificultades de criaturitas internadas en los hospitales.

b) No menos les corresponde el título de apóstoles a los universitarios que, con similar motivación, consagran parte de su tiempo en resolver problemas de gente en situación crítica.

c) Ni que hablar de los numerosos catequistas (mujeres en primera fila, pero también varones). Con admirable constancia inculcan en nuestros hijos el conocimiento y el amor de Jesús, el cariño y la confianza para con la mamá y el papá, el respeto y la solidaridad hacia los semejantes. ¡Cuántos apóstoles de diez puntos en el gremio de la catequesis!. 

d) Pero existe una instancia muy especial en la que adquiere mayor relieve y compromiso la denominación de apóstol. Nos referimos a quienes, en pos de una auténtica vocación y en virtud del orden sagrado, ejercen el rol de diáconos permanentes, presbíteros y obispos (junto con el obispo de Roma, en primer lugar, que es ahora nuestro apreciado papa Francisco). Este meritorio elenco de ministros de Dios aseguran con su apostolado el bienestar y el progreso de la comunidad creyente, en la proporción en que sus palabras y sus acciones reflejan la imagen de Cristo.


La misma apreciación se extiende a numerosos contingentes de personas consagradas en institutos religiosos. Además de cumplir con las tareas específicas acordes a la finalidad de su fundación, colaboran en otros múltiples servicios de bien público que les asignan los obispos. Muchos entre ellos conforman ese grupo de tan gratas resonancias: ¡los misioneros!, dentro del propio país y también en tierras extrañas…

En esta especie de cuadro sinóptico que acabamos de trazar, desfila una notable variedad de cristianos bajo la «figura de apóstol». Cada cual la concretiza según su grado de receptividad, con un determinado formato y con un mayor o menor volumen de significación. De cualquier forma, todos ellos son instrumentos libres y meritorios, y por su intervención la gracia del Señor puede llegar a tantas almas desprovistas de alegría y esperanza.

Estos mensajeros del Evangelio, incluso los más modestos, en la medida de su caridad y convicción, devienen en realidad partícipes del específico rol de los APÓSTOLES estrictamente dichos, los cuales constituyen el «prototipo» y la «causa ejemplar» de cualquier apostolado que se desarrolle en la Iglesia. Y si profundizamos aún más el tema, debemos afirmar que en este misterioso concepto del apostolado el punto central es Jesucristo, el gran enviado (=Apóstol) de las divinas Personas de la Santísima Trinidad, para labrar la salvación del mundo.

Fuente:
www.periodicodialogo.blogspot.com.ar

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