PROGRAMA Nº 1164 | 27.03.2024

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Comentario Bíblico
De la lectura del VII Domingo de Pascua
Del Evangelio de Lucas 24,46-53

Solamente Lucas es verdaderamente “ascensionista”. Decimos eso porque es Lucas, tanto en el Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, es el único autor que habla o relata este “misterio” cristológico en todo el Nuevo Testamento. Y sin embargo, las diferencias sobre el particular de ciertos aspectos y símbolos en el mismo evangelista sorprenden a quien se detiene un momento a contrastar el final del evangelio (Lc 24,46-53) y el comienzo de los Hechos (1,1-11). En realidad no son opuestos los discursos, pero resalta, en concreto, que la Ascensión se posponga «cuarenta días» en los Hechos de los Apóstoles, mientras que en el Evangelio todo parece suceder en el mismo día de la Pascua.

Esto último es lo más determinante, ya que la Ascensión no implica un grado más o un misterio distinto de la Pascua. Es lo mismo que la Resurrección, si ésta se concibe como la «exaltación» de Jesús a la derecha de Dios. ¿Qué es lo que pretende Lucas? Simplemente establecer un período determinado, simbólico, de cuarenta días (no contables en espacio y en tiempo), en que lo determinante es lo que se refiere a hablarles del Reino de Dios y a prepararlos para la venida del Espíritu Santo. Lo de los cuarenta días es especialmente bíblico: el número recuerda y apunta a los cuarenta años que Israel caminó en el desierto bajo la pedagogía divina de Dios (Dt 8,2-6); los cuarenta días que pasó Moisés en el Monte Sinaí para recibir la Ley de parte de Dios (Ex 24,18); los cuarenta días de Jesús en el desierto antes de su vida pública (Lc 4,1-2).

«Cuarenta» indica el tiempo de la prueba y de la enseñanza necesaria. En la tradición de los rabinos el número «cuarenta» también tenía, en línea con la tradición bíblica, un valor simbólico para indicar un período de aprendizaje completo y normativo. En los Hechos, es un tiempo “pascual” extraordinario para consolidar la fe de los discípulos. Y ese tiempo Pascual extraordinario -nos quiere decir Lucas-, está tocando a su fin y el Resucitado no puede estar llevándolos de la mano como hasta ahora. Deben abrirse al Espíritu, porque les espera una gran tarea en todo el mundo, “hasta los confines de la tierra”.

La pedagogía lucana, para las necesidades de su comunidad, apunta a que la Resurrección de Jesús, al contrario que otras personas, no supone un romper con la tierra, con la historia, con todo lo que ha sido el compromiso de Jesús con los suyos y con todo el mundo. Esa es la razón de que haya prolongado su presencia “especial” durante “cuarenta días” entre los suyos, insistiendo en iluminarlos acerca del Reino de Dios que fue el tema de su mensaje y la causa de su vida hasta la muerte. Pero en todo caso, hay una promesa muy importante: recibirán la fuerza de lo alto, el Espíritu Santo, que les acompañará siempre. Lucas, usa el misterio de las Ascensión para llamar la atención sobre la necesidad de que los discípulos entren en acción. Y deben entrar, porque son enviados por el Resucitado. Ya ha pasado el tiempo de la prueba. Ya han podido experimentar que el Maestro está vivo, aunque haya sido crucificado. Su mensaje del Reino no puede quedar en el olvido. Hasta ahora todo lo ha hecho Jesús y Dios con él; pero ha llegado el momento de una ruptura necesaria para la Iglesia en que tiene que salir de sí misma, de la pasividad gloriosa de la Pascua, para afrontar la tarea de la evangelización.

La “Ascensión”, como se indica en Mc 16,19 (tomado sin duda de la tradición lucana) es ser elevado al cielo y sentarse a la derecha de Dios, es decir, la total exaltación y glorificación de Jesús. Pero eso es lo que sucede, sin duda, en la resurrección. Por lo mismo, no es un misterio soteriológico nuevo con respecto a la humanidad de Jesús, sino una afirmación cristológica que marca el destino final del profeta de Galilea. No obstante, debemos señalar que en el relato de los Hechos viene a significar un momento decisivo que pone fin al período pascual. Es verdad que en los primeros siglos de la Iglesia (quizás hasta el s. V) no se puso mucho énfasis en esta distinción entre Resurrección y Ascensión. Es a partir de ese siglo, con el apoyo de la narración lucana, cuando se hace un uso litúrgico y catequético en clave que llega a ser narración histórica. ¿Por qué? Consideramos que depende mucho de la concepción antropológica de la resurrección. En algunos ámbitos teológicos la resurrección de Jesús se concibió como “una vuelta a la vida”, a esta vida, para que sus discípulos pudieran verificar que había resucitado. Quedaba, el segundo paso: la ruptura con este mundo y con esta historia de una forma definitiva. Apoyándose en la narración de Lucas, se vio en la Ascensión la definitiva “subida”: la exaltación a la gloria de Dios. Pero eso no es muy coherente, ya que la exaltación acontece en la misma resurrección.

Todo lo que se refiere a la Ascensión del Señor se evoca en el relato de los Hechos, que es el más vivo, con un simple verbo en pasiva: «fue elevado», sin decirnos nada en lo que respecta a la clase de prodigio. En Lc 24,31 se dice que «se les hizo invisible». Todo ello apunta a una terminología sagrada de la época, para describir la intervención de Dios por encima de todas las cosas. Ya se ha dicho que la Ascensión no añade nada nuevo con respecto a la Pascua, a la Resurrección. En todo caso, la pedagogía lucana, para las necesidades de su comunidad, apuntan a que la Resurrección de Jesús, al contrario que la de otras personas, no supone un romper con la tierra, con la historia, con todo lo que ha sido el compromiso de Jesús con los suyos y con todo el mundo.

A pesar de que este misterio se comunica por una serie de códigos bíblicos que nos hablan de la presencia misteriosa de Dios (en la nube, como revelación de su gloria, en la que entra Jesús por la Resurrección o la Ascensión), el tiempo Pascual ha sido necesario para que los discípulos rompan con todos los miedos para salir al mundo a evangelizar. Pero en todo caso, hay una promesa muy importante: recibirán la fuerza de lo alto, el Espíritu Santo, que les acompañará siempre.La “Ascensión” era el momento adecuado para “dejar” a la comunidad resucitada ya, y en manos del Espíritu que debe llevarla hasta el final. Por otra parte, en segundo lugar, como muchos autores han puesto de manifiesto, se debe contemplar la respuesta de lo que significan esos “cuarenta días” para subsanar un problema que tuvo la comunidad cristiana primitiva con respecto a la Parusía o la vuelta de Jesús e inaugurar el “final de los tiempos”.

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