PROGRAMA Nº 1199 | 27.11.2024

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EL HOMBRE: UN MAL ADMINISTRADOR DE LA CREACIÓN

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En algunas escenas culturales y científicas europeas va extendiéndose cada vez más la conciencia de que la crisis ecológica y la crisis de la sociedad pueden ser atajadas únicamente desde la intervención de una ética que sea capaz de dialogar e incluso de controlar, en algunos casos con la expresión de la ley, los programas económicos y científicos con el fin de humanizar la población.

La ecología, entendida no sólo como ciencia sino también como resultado de la acción del hombre, pasa hoy por momentos de crisis. Las relaciones del hombre de hoy han llegado a interplanetarizarse de manera que han de ser estudiadas desde el ámbito de la globalización. El hombre vive con la conciencia de ser “habitante” de una “aldea global”, donde los medios de comunicación son el “areópago moderno”, que en un instante nos posibilitan la relación con los más lejanos y el conocimiento de lo trascendente, aunque con el peligro de parcializarlo.

El reconocimiento de la sociedad ideal como aquella que no favorece el consumismo de los recursos no-renovables. Es importante situar el comportamiento humano frente a las cosas, a los animales y a la naturaleza. El hombre obra bien si lo hace según su propio ser, su propia naturaleza y desde su puesto como ser inteligente y libre.

El hombre además es un ser-con-las-cosas y con-los-vivientes. Se define como ser respecto a la naturaleza, con ella y para ella. Es un ser con-los-demás. El hombre es un ser diverso, es una persona, es superior a los animales y a las cosas ya que puede perfeccionar, destruir y fabricar otras realidades. Siendo él mismo, sólo lo podrá hacer en el ámbito de un desarrollo armónico de todo el hombre y de todos los hombres. El hombre sabe lo que es por la razón y la conciencia.

Las referencias a la creación del mundo y del hombre por la acción divina aparecen sobre todo en el primer capítulo del Génesis (Gen. 1, 1-31). Ante las obras nacidas de la voluntad creadora, Dios se siente complacido y expresa su satisfacción seis veces, pues ve que son buenas y conformes a su designio. Dios pone fin a su trabajo creador con su descanso del séptimo día, el cual no significa que Dios haya entrado en un estado de quietud pasiva, desinteresado de la suerte de nuestro mundo, sino más bien indica su señorío sobre las cosas y sobre el tiempo.

A la luz del relato del Génesis aparece claro que el trabajo es anterior al pecado. Ya antes de la caída, Adán y Eva habían recibido el mandato de trabajar y de cuidar del Edén y de no haber existido aquella caída, sus descendientes habrían tenido que trabajar como ellos. Pero este trabajo habría sido muy distinto del actual. El libro del Génesis, por otra parte, nos enseña que la penosidad del trabajo, lo mismo que el sufrimiento, tiene su raíz teológica y antropológica en el misterio del pecado (Gn.3, 17-19). Entre el trabajo de antes del pecado original y el del después hay una gran diferencia: el trabajo de antes no era penoso, sino agradable; el de después se convierte en una cruz que el hombre tiene que llevar.

El trabajo de Jesús era divino y humano a la vez. Desde un ángulo teológico, tenía un valor infinito. Nos redimió tanto cuando trabajaba de carpintero como cuando derramaba su sangre en la Cruz. El trabajo que encallecía sus manos y cubría de sudor su frente era instrumento de nuestra salvación.

El hombre recibió el encargo de "dominar la tierra". Es preciso "despenalizar" el trabajo. Este no es considerado en la Sagrada Escritura como castigo del pecado. Antes de la narración del pecado, los primeros Padres trabajaban y recibían el encargo de multiplicarse y extenderse por la tierra.

El problema afecta al mundo del trabajo. Hoy vivimos preocupados por la productividad pero también por el desarrollo integral y por el descanso. Tenemos presente aquella enseñanza del Concilio que “la finalidad fundamental de la producción no es el mero crecimiento de los productos, ni el beneficio, ni el poder, sino el servicio del hombre, del hombre integral. Teniendo en cuenta sus necesidades materiales y las exigencias intelectuales, morales, espirituales y religiosas de todo hombre, decimos de todo grupo de hombres, sin distinción de raza y continente. De esta forma a actividad económica debe ejercerse, siguiendo sus métodos y leyes propias, dentro del ámbito del orden moral, para que se cumplan así los designios de Dios sobre el hombre” (GS 64).

Nos encontramos hoy ante una sociedad industrial que instrumentaliza el sector primario y la misma naturaleza que en el ámbito económico se caracteriza por una agresividad expansiva. La forma como aparecen estos rasgos deja al mundo sin futuro y aumenta el sentimiento de impotencia entre los ciudadanos. Este mundo sin futuro viene dado por la ley de la competencia y de la ley del más fuerte que produce entre otros efectos negativos el paro. Hoy, el mercado tiene visos de globalidad y concentración. De globalidad, porque todo movimiento económico alcanza a toda la humanidad y afecta a la misma naturaleza. De concentración, porque el motor de la globalización está en manos de unos pocos.

Así podemos ir ya sufriendo el agotamiento de las reservas de petróleo; la expansión de la capa de ozono, deteriorada por las emisiones de diversos gases; los océanos se han convertido en unos enormes vertederos, incluso de materiales radiactivos, que habrá que vigilar en los próximos 5.000 años o incluso más; la superficie arbolada disminuye.

En síntesis:
Después de este panorama que he tratado de presentar, aquí es donde yo creo que tenemos que poner nuestro énfasis, en defender el derecho de todos los hombres a vivir dignamente y eso es sólo posible si se produce un cambio de mentalidad que consiga hacer que el hombre piense que es más importante ser que tener, que su felicidad es compartir con todos los recursos de la Tierra, que ésta está amenazada y es necesario quererla y cuidarla y que sólo si el hombre, en compañía de los demás hombres se siente compenetrado con los demás seres de la creación, será posible seguir habitando en un planeta que está al límite de sus recursos.

Para terminar me viene a la memoria la parábola del rico Epulón y Lázaro el mendigo y de lo único que me entran ganas es de pedir perdón a Dios por mi riqueza, por mi abundancia, por mi falta de solidaridad. No puedo por menos pensar que queda mucho camino que recorrer para que sean verdad las palabras de Jesús, “Padre, que sean uno”

Alfredo Musante
Director Responsable
Programa Radial
EL ALFA Y LA OMEGA

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