PROGRAMA Nº 1199 | 27.11.2024

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El Caballo en América

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Este noble animal, fruto de la mestización de raza equinas traídas por los españoles durante la conquista, se fue conformando a lo largo de varios siglos hasta llegar a ser el fiel compañero de nuestro hombre de campo.

Es una realidad hoy no discutida que cuando Cristóbal Colón desembarcó en la isla de Guanahaní, el 12 de octubre de 1492, ya no había caballos en el Nuevo Continente. Esa gran masa continental desconocida para el Viejo Mundo, bautizada luego con el nombre de América y que España siguió llamando ”Indias Occidentales", había sido en pretéritas eras geológicas la cuna del género Equus, de donde evolucionó el Equus caballos, especie que en épocas históricas los pueblos asiáticos, africanos y europeos domesticaron, salvándolo de su extinción definitiva.

Las razones de la desaparición total del caballo en América son aún desconocidas; no obstante, ciertas especies de Equus fósiles fueron halladas en estratos geológicos americanos de fines de la era cuaternaria, por lo cual algunos naturalistas pensaron que en ciertas regiones de Sudamérica ese caballo habría sobrevivido y evolucionado, constituyendo una nueva especie que luego recibirla la denominación actual de “caballo criollo", al cruzarse con los caballos españoles importados

Los naturalistas argentinos Florentino Ameghino y Germán Burmeister trataron de autoconvencerse, y de convencer al ámbito científico de principios de este siglo, de que una especie de équido cuyos restos hallaron en estratos bastante recientes, y que bautizaron como Equus rectidens era un verdadero caballo que había convivido con las poblaciones indígenas de la Pampa y la Patagonia argentinas, constituyendo la base de las numerosas manadas de caballos salvajes que a mediados del siglo XVII, fueron avistadas por los primeros pobladores hispánicos de esas regiones, vagando por la llanuras, caballadas que fueron bautizadas posteriormente con el nombre de “baguales”

Las investigaciones científicas posteriores y los análisis comparativos de los esqueletos hallados, confirmaron que ese équido primitivo tenía una conformación más parecida a la cebra o al hemión (imagen) que al caballo, y que en sólo tres siglos de evolución, no habría podido transformar sus particulares características morfológicas en las que presentaba el caballo alzado y no salvaje de las pampas en el siglo XIX.

Si no había sido la evolución de un animal autóctono, ¿cuál era entonces el origen, morfología y aptitudes de esa variedad de équidos sudamericanos que en tan poco tiempo había poblado las llanuras pampeanas y patagónicas?

Descartada la hipótesis del caballo autóctono, resumamos las vías de entrada de caballos embarcados en España con destino a América. En 1493, Colón en su segundo viaje lleva caballos a Santo Domingo que luego pasan a Jamaica. En 1511 Diego de Velázquez los introduce en Cuba, los que luego pasarán a México y serán la base de los utilizados por Hernán Cortés en la conquista del Imperio de Moctezuma. En 1520 Gonzalo de Ocampo los lleva a Venezuela en la búsqueda infructuosa del imperio de El Dorado, estos caballos serán la base del pequeño, ágil y duro caballo "llanero".

Francisco Pizarro conquista en 1531 el Imperio de los Incas o Tiahuantisuyo, llevando caballos al Perú y Ecuador, Diego de Almagro los incorpora a Chile en 1535; una de las últimas introducciones fue la de Juan de Oñate en 1597 en California (que en ese momento formaba parte del Virreinato de Nueva España).

La génesis del caballo criollo de las llanuras del Plata se atribuye generalmente a la introducción que realizó don Pedro de Mendoza, en la primera fundación de Buenos Aires en 1535, mencionándose en sus capitulaciones de 1534 con el rey Carlos V la obligación de traer 100 yeguas y caballos, registrándose su partida con solo 72 según Ulrico Schmidl y existiendo la mención del padre Rivadanevra, que fueron sólo 42 las aportadas en ese viaje.

Casi contemporáneamente, en 1541, Alvar Núñez Cabeza de Vaca había llevado caballos a Asunción del Paraguay y Diego de Rojas y Núñez de Prado trasladó caballos desde el Perú hasta el territorio de la actual provincia de Tucumán, en el Noroeste argentino. Producida la despoblación de la primera fundación de Buenos Aires, transcurrieron casi cuarenta años hasta que en 1580 don Juan de Garay intenta con éxito la segunda y definitiva repoblación de la ciudad desde Asunción del Paraguay.

Garay había recibido informes para esa época que existían numerosas caballadas vagando en libertad en las cercanías de Buenos Aires. Como no podía ofrecer a los nuevos pobladores ni oro ni plata ni encomiendas de indios en una tierra casi desértica, cubierta solo de pastos y sin ningún bosque, pidió a su superior, el adelantado Juan Torres de Vera y Aragón, “hacer merced a los nuevos pobladores, del ganado caballuno abandonado por Don Pedro”.

Torres de Vera y Aragón debía muchos favores a Garay, para discutirle unos pocos caballos, por lo que accedió al pedido. Luego, los pobladores encontraron más caballos que los pensados y obtuvieron del Consejo de Indias (1591) que se los eximiera del diezmo real que hubiera correspondido si hubieran sido salvajes, es decir, autóctonos, lo que obtuvieron iniciándose así la captura de los que cayeron bajo sus lazos y corrales, los demás se dispersaron. Muerto Garay, Torres de Vera y Aragón reclamó las caballadas para sí, al conocer su número, por ser producto de la tierra”.

A él le convenía que se revisara la teoría que los consideraba caballos abandonados, abogando por su carácter natural, extremo que nunca pudo ser probado. Los caballos de Mendoza, más los que luego se dispersaron desde el Paraguay y Tucumán, son el origen de las grandes manadas de caballos salvajes que a fines del siglo XVIII asombraban a los viajeros, y que los pobladores locales denominaban genéricamente como "baguales".

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