A las 10 de la mañana, la plaza no estaba llena. Poco a poco los que se quedaron fue de la Basílica se dieron cuenta de la presencia de un personaje muy particular, tanto que parecía de cera.
Descalzo,
con un hábito viejo, apoyando en un tronco y entregado a la oración. Hubo
muchos ojos sobre él y su aparente inmovilidad, hasta que una nube se posó
sobre el Vaticano y comenzó el aguacero con granizo.
Él
permanecía allí mientras todos corrían a escampar bajo las columnas y otros lo
buscaban solamente para tomarle una foto. De repente una mujer se quedó a su
lado para cubrirlo con una sombrilla, y un caballero decidió separarse para
arrodillarse a su lado y rezar.
Así
permanecieron los tres durante la mayor parte de la misa. Estaban rodeados de
lentes pero no les importaba. El fraile, solo identificado como Massimo, rompió
el silencio para darle a su acompañante el saludo de la paz, primero y luego en
inglés.
El
franciscano hizo un llamado a orar por el nuevo Papa, y ser conscientes de que
el final de los tiempos se acerca. Él venía de Asís, y espero al final de la
misa para hablarle a la gente que llevaba rato viéndolo inmóvil.
“Si
nos arrodillamos delante de Dios, Él nos da todo. Es importante estar unidos
para pedirle a Jesús que tenga misericordia en estos tiempos”, dijo al final de
su lapso de oración.
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