Carlos
de Dios Murias, fue un fraile franciscano argentino secuestrado, torturado y
asesinado junto con el presbítero francés Gabriel Longueville poco después de
iniciarse la última dictadura militar en la Argentina. Fiel al estilo pastoral
de su obispo Enrique Angelelli caracterizado por la opción preferencial por los
pobres, fue el propio Angelelli quien se refirió a ambos como «mártires» en la
misa previa a su entierro. Su causa de canonización fue firmada en mayo de 2011
por el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy papa Francisco.
Carlos
Murias nació en San Carlos Minas, provincia de Córdoba, el 10 de octubre de
1945. Su madre era maestra en el pueblo de Villa Giardino y su padre, un rico
agente de bienes raíces y político muy conocido en la zona, proyectó para su
hijo una carrera militar con la cual él no estaba de acuerdo. Así, Carlos cursó
la escuela superior en el Liceo Militar de Córdoba, pero al finalizar los
estudios abandonó ese proyecto paterno para entrar en el seminario. Se
vinculó crecientemente con la Orden de Frailes Menores: ingresó en 1965 e hizo
el noviciado y la profesión simple en 1966. El 3 de diciembre de 1972 fue
ordenado sacerdote en Buenos Aires por el obispo Mons. Enrique Angelelli. Murias
solicitó expresamente ser ordenado por el obispo de la diócesis de La Rioja,
reconocido por su opción preferencial por los pobres y por su cuidado pastoral
de los campesinos.
Murias
comenzó su vida como fraile en el Seminario menor ubicado en las afueras de
Moreno (Buenos Aires), y continuó luego en los barrios más pobres de una
parroquia franciscana en José León Suárez (Buenos Aires), pero terminó por
solicitar a sus superiores la autorización para trasladarse a la diócesis de La
Rioja a fin de colaborar con Angelelli. En 1975, consiguió dicha autorización
del Custodio provincial, fray Jorge Morosinotto. La
situación en la provincia de La Rioja se caracterizaba por las fuertes
diferencias sociales: por una parte, unas pocas familias ricas y poderosas,
poseedoras de grandes extensiones de tierra y dueñas de yacimientos mineros;
por otra, la gran mayoría de la población pobre, con alto porcentaje de peones
o minifundistas que trabajaban parcelas de tierra pequeñas con implementos muy
rudimentarios, que vivían del pastoreo de ganado ovino o caprino, o que eran
empleados estatales, provinciales, o municipales. Murias y el presbítero
francés Gabriel Longueville fueron designados por Angelelli como vicario y
párroco respectivamente de Chamical, por entonces un pequeño pueblo conformado
fundamentalmente por agricultores.
Luego
de iniciada la dictadura militar de 1976, Murias comenzó a recibir avisos y
citaciones en los cuarteles, donde los soldados explicaban que «La tuya no es la Iglesia en la que creemos».
En una de sus últimas homilías, fray Carlos de Dios Murias dijo:
“Podrán callar la voz
de este sacerdote. Podrán callar la voz del obispo, pero nunca podrán callar la
voz del Evangelio”
El
18 de julio de 1976, Murias y Longueville fueron secuestrados de la casa de
unas religiosas donde habían cenado. Unos desconocidos que portaban
credenciales y que se presentaron diciendo pertenecer a la Policía Federal
solicitaron a los sacerdotes que los acompañaran hasta la ciudad de La Rioja.
Sin embargo, en vez de conducirlos a la capital riojana, fueron trasladados y
encarcelados en la Base de la Fuerza Aérea de Chamical donde se los interrogó y
torturó con alevosía antes de matarlos. Dos
días después, una cuadrilla de obreros ferroviarios encontró los cadáveres de
Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville en la Ruta 38, a 5 km de la ciudad
de Chamical, acribillados a balazos, maniatados y con signos de haber sido
brutalmente torturados. Al fraile le
habían arrancado los ojos y mutilado las manos antes de morir.
El
22 de julio, Enrique Angelelli presidió una Misa concelebrada, previa al
entierro de sus sacerdotes. En su homilía mencionó la muerte de Murias y
Longueville como «sangre mártir»:
“¿Y en qué consiste
para mí la última predicación? Es muy simple y muy difícil en la vida ser
consecuente. Porque en la vida (Murias y Longueville) fueron consecuentes,
tuvieron el privilegio y la elección de Dios de atestiguar, rubricar, lo que es
ser cristiano, con su propia sangre. ¿Qué significa mártir o testigo, testigo de
la Resurrección del Señor? Es testigo el que ha visto, el que ha tocado, el que
ha oído, el que ha experimentado y el que ha sido elegido y además enviado para
que vaya y les diga a todos: ¡El Señor ha resucitado! Por eso, esta sangre es
feliz, sangre mártir, derramada por el Evangelio, por el nombre del Señor, y
para servirles y anunciarles la Buena Nueva de la Paz, la Buena Nueva de la
felicidad, según esto que hemos leído en Mateo. No es con otro contenido la
pregunta, por eso es absurdo no comprender esto. Lo dice el Evangelio, no lo
dice el obispo de La Rioja. Yo tengo el deber de anunciarlo, primero, que lo
tengo que predicar a mí mismo y segundo a ustedes; y también cuando los
insulten, los persigan, los calumnien por Su Nombre. ¡Siéntanse felices, porque
ya están escritos sus nombres en el cielo! Como están escritos los nombres de
Gabriel, de Carlos en el Libro de la Vida. Ellos fueron testigos, testigos del
contenido de las Bienaventuranzas: felices
los pobres, felices los mansos, felices los misericordiosos...”
Por
disposición de las autoridades militares, el comunicado del Obispado informando
del suceso no pudo ser difundido en los diversos medios de comunicación, ni
siquiera como aviso fúnebre. El
4 de agosto de 1976, Enrique Angelelli falleció mientras conducía su vehículo
en la carretera. Su muerte fue presentada por las autoridades militares como
accidente automovilístico, aunque existen sospechas fundadas de que se trató de
un asesinato encubierto. El
7 de diciembre de 2012 el Tribunal Oral Federal de La Rioja, condenó a prisión
perpetua al ex comandante del ejército Luciano Benjamín Menéndez, el ex
vicecomodoro Luis Fernando Estrella y el ex jefe policial Domingo Benito Vera
por crímenes de lesa humanidad cometidos en esa provincia durante la última
dictadura militar, al encontrarlos culpables por los homicidios de los
sacerdotes Carlos Murias y Gabriel Longueville.
Así,
el crimen de Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville se convirtió, junto
con el del sacerdote capuchino Carlos Bustos, el de las monjas francesas Alice
Domon y Léonie Duquet, y el de los padres palotinos Alfredo Leaden, Pedro Dufau
y Alfie Kelly, en uno de los asesinatos de religiosos durante el Proceso de
Reorganización Nacional que más repercutieron en la opinión pública
internacional. Se sumaron además las muertes de monseñor Angelelli, obispo de
la diócesis de La Rioja, y de Carlos Ponce de León, obispo de la diócesis de
San Nicolás. En
el lugar en que se encontraron los cadáveres de Murias y Longueville se
erigieron monolitos y una gruta en su memoria, la cual es visitada cada 18 de
julio por cientos de peregrinos.
El
padre Carlos Trovarelli, provincial de los franciscanos en Argentina y Uruguay,
señaló que la causa para la canonización de Carlos de Dios Murias fue aprobada («firmada») por el entonces cardenal
Jorge Mario Bergoglio —hoy papa Francisco— en mayo de 2011, y que lo hizo con
discreción, para que no fuera bloqueada por otros obispos argentinos que
estaban en contra de iniciativas similares basadas en el compromiso social de
los sacerdotes.
Según
el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, la causa de Murias es llevada
por la Diócesis de La Rioja. Si bien se estima factible su beatificación
durante el papado del propio Francisco, el proceso de canonización podría
llevar varios años. En efecto, el delegado episcopal para las Causas de los
Santos, Mons. Santiago Olivera, informó desde Roma a la Agencia Informativa Católica Argentina que el proceso del padre
Murias está en su fase diocesana, consistente en la recolección de evidencia y
testimonios sobre su figura, y que recién al concluirse se enviaría a la Santa
Sede.