Vamos
a compartir un extracto de un artículo que escribiera Marcelo Murúa, catequista
laico de Argentina, por medio de su sitio BuenasNuevas.com. Creo que existe una
dimensión altamente positiva en la renuncia de Benedicto, al hacer visible la
humanidad del pastor que se descubre limitado para desempeñar su función y por
esto, en un gesto enorme de humildad, da un paso al costado para que otra
persona lo pueda suceder y seguir adelante el ministerio, que es siempre más
importante que las personas.
Como
sabemos, Benedicto es uno de los pocos papas que ha renunciado en la historia
de la Iglesia, y el primero que lo hace sin presiones y libremente (en las
renuncias anteriores se mezclan circunstancias históricas y “juegos de poder”).
Su gesto, lleno de humildad y sabiduría, enseña a todos los que alguna vez
ocupamos algún lugar de servicio y responsabilidad en la Iglesia en cualquier
estamento, que nadie es imprescindible; que hay un tiempo para cada cosa; que
uno puede servir en un puesto de conducción y luego “bajar” a otro lugar para
continuar sirviendo de otra manera.
Me
parece que el hermoso texto de Eclesiastés, Ecl. 3, 1-9 el cual nos presenta
que en la vida
(y en las cosas de Dios) hay un tiempo
para cada cosa, puede ayudar a iluminar el trabajo
catequístico sobre este aspecto muy positivo de la renuncia del Papa. Así se lo
comenté a la catequista de Salta, y le sugerí algún trabajo para realizar, a
partir del texto bíblico, y relacionarlo con la renuncia del papa, quien
después de un tiempo de servir como pastor de toda la Iglesia, ha decidido
buscar un tiempo de oración y descanso.
Pero
también creo, y me parece honesto como persona que ama a la Iglesia, signo del
Reino, señalar que existe un segundo componente, no menos importante, en la
renuncia del papa, que es la sumatoria de algunas situaciones de corrupción y
escándalo en el interior de la Iglesia. Es conocido que el papa Benedicto
recibió un informe detallado sobre estas situaciones, encargado por él mismo a
tres cardenales de su confianza. Son conocidos también los cambios que, en su
pontificado, se han realizado en el protocolo a seguir por las diócesis en
casos de denuncias de abuso sexual, a fin de actuar con decisión, transparencia
y cercanía con las posibles víctimas.
Son conocidas también las circunstancias
poco claras de los manejos financieros que, desde hace tiempo, afectan al IOR (Instituto para la Obras Religiosa, conocido popularmente como
“el banco del Vaticano”). Son conocidas también por todos los que amamos la
Iglesia y la queremos más cercana al proyecto de Jesús, las intrigas de poder
que a veces envuelven a quienes conforman la llamada Curia Vaticana, que poco
tienen que ver con la experiencia más sencilla de Iglesia fraterna y cercana
que se vive en la mayoría de los ambientes eclesiales católicos de todo el
mundo.
Creo
que la suma de estas situaciones ha contribuido también a la decisión del papa
Benedicto de renunciar para permitir que otra persona, con fuerzas renovadas,
pueda emprender un camino que ayude a la Iglesia a despojarse de todas las
situaciones de pecado que ensombrecen su misión y, al mismo tiempo, emprender
un camino de acercamiento al mundo, a los hombres y mujeres de hoy, para
ofrecer con renovado vigor su tesoro: el Evangelio de Jesús, la Misericordia
del Padre, el ánimo y la presencia del Espíritu Santo en nuestra historia.
En
la elección de Karol Wojtyla, Juan
Pablo II, la Iglesia rompió una tradición de casi 500 años (el
último papa no italiano fue Adriano VI,
de origen holandés, 1522-1523) y nombró como Papa a un polaco. En
la elección de Jorge Bergoglio, el papa Francisco, la Iglesia da un paso
adelante en el reconocimiento de la creciente importancia de las iglesias más
jóvenes (América, Africa, Asia) eligiendo a un hombre que viene, en sus
palabras, “de los confines del mundo” (haciendo alusión a la posición
periférica de la república Argentina
en la geografía mundial).
Francisco, la fuerza
evangélica de los gestos
El
nombre tiene, en las categorías bíblicas, un hondo significado existencial,
pues está relacionado con la identidad de la persona, con lo que es y está
llamado a ser. El
nombre de los papas recoge esta fuerza simbólica que expresa el camino del cristiano
como un nuevo nacimiento (cfr. Jn. 3, 3 Jesús y Nicodemo; Mt. 16, 18 Jesús y la
fe de Pedro). En
la historia de la Iglesia se han repetido en numerosas ocasiones, ciertos
nombres, y hay otros que no se han utilizado.
Cuando
un papa elige un nombre que ya se ha utilizado muestra cierto reconocimiento o
identificación con la persona, enseñanzas o circunstancias históricas de su
antecesor (en llevar ese nombre). Es el caso de Benedicto XVI, quien eligió su
nombre teniendo en cuenta a su antecesor, Benedicto XV.
En
el caso de Juan Pablo
I, su nombre compuesto señaló su deseo de continuidad con las figuras
emblemáticas de Juan XXIII y Pablo VI, sus antecesores inmediatos, Papas que
convocaron e iniciaron (Juan XXIII) y llevaron adelante (Pablo VI) el Concilio
Vaticano II, la gran experiencia del Espíritu en la Iglesia de nuestros días.
El
nuevo Papa, Jorge Bergoglio, pidió llamarse “Francisco”, un nombre que no había
sido nunca utilizado y que tiene un gran valor simbólico.
Como
él mismo señaló, el nombre se inspira en san Francisco de Asís, el santo de los
pobres, quien en tiempos del Medioevo, se dedicó por entero a predicar el evangelio
en su forma más simple: con su vida.
El
nombre Francisco evoca, en ámbitos eclesiales y espirituales, varios
significados hondamente representativos para nuestros tiempos:
-
Francisco es el
hombre de la fraternidad.
-
Francisco es el
hombre de oración e intimidad con Dios.
-
Francisco es el
hombre que opta por los pobres.
-
Francisco es el
hombre de una vida austera.
-
Francisco es el
hombre en comunión con la naturaleza.
-
Francisco es el
hombre al que Dios pide “reconstruir su Iglesia”.
En
sus tiempos la Iglesia estaba muy “contaminada” por el lujo y el poder, y la
aparición de Francisco y su seguidores constituye el inicio de una renovación y
vuelta a la “simplicidad del Evangelio”. Al
elegir un nuevo nombre, nunca antes utilizado, el papa Francisco da una señal
de nuevos tiempos, de comienzo de un camino.
¿Será
este el inicio de:
-
una reconstrucción de la Iglesia para liberarla de sus cargas y hacerla más
transparente al Evangelio?
-
un tiempo de comunión con la naturaleza, expresada en una opción de la Iglesia
por el cuidado de la Tierra que es de todos?
-
la oportunidad de una Iglesia más austera, que exprese con su vida lo que
enseña con sus palabras?
-
un testimonio profético que nos muestre más cercanos al mundo de los pobres, de
los marginados y excluidos, que nos ayude a reconocer el rostro sufriente de
Cristo en los rostros sufrientes de hoy?
-
una Iglesia del Espíritu, más orante y contemplativa, en búsqueda continua del
ejercicio del discernimiento para hallar en la vida personal, comunitaria y social la voluntad de Dios (su
proyecto, su querer)?
-
un tiempo que invite a los cristianos a ser, ante todo, hombres y mujeres de
fraternidad, para ayudar junto con otros, a construir un mundo de hermanos?
Personalmente
quiero creer que sí. Quiero pensar con empecinada esperanza que podemos, al
interior de la Iglesia, vivir una auténtica conversión, empezando por cada uno
y guiados por nuestros pastores, para recorrer un camino más fiel al Evangelio
de Jesús.
Dicen
los que conocieron personalmente a Jorge Bergoglio que era común que se
despidiera pidiéndole a su interlocutor que orara por él.
Fue
lo primero que pidió al pueblo de Roma, y en él a toda la Iglesia, al
presentarse como el Papa elegido.
Creo,
como muchas personas de buena voluntad en la Iglesia y fuera de ella, que
necesitamos cambios, algunos urgentes y significativos, para poder vivir con
mayor fidelidad y coherencia el evangelio de Jesús, que es nuestro tesoro, el
gran aporte que podemos hacer los cristianos al mundo.
Soy
consciente de que la Iglesia, como institución que tiene dos milenios de
historia y está constituida por hombres y mujeres, atravesados por la presencia
amorosa del Bien (Dios) y también por la presencia del Mal (Pecado), no puede
cambiar todo con una sola persona, los cambios duraderos son procesos
colectivos; pero creo que algunos liderazgos eficaces y llenos del Espíritu
pueden lograr cambios renovadores y abrir caminos fecundos (Juan XXIII –
Concilio Vaticano II).
Por
eso, con el entusiasmo y el sueño de ver y hacer (cada uno desde su aporte y
misión) una Iglesia más cercana, más evangélica, más servidora, más signo del
Reino en nuestros días, me sumo al pedido del papa Francisco a orar por él, y a
orar por la Iglesia también, para que a través de su misión brille en el mundo
“la luz de los Pueblos que es Cristo”.
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