PROGRAMA Nº 1202 | 18.12.2024

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Síntesis de la Encíclica Lumen Fidei - Segunda Parte

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Como toda encíclica, la recientemente publicada “Lumen Fidei” del Papa Francisco ofrece muchísimos aspectos para la meditación y la formación del cristiano de cara a los tiempos actuales.

A lo largo de toda la encíclica encontramos referencias a la tensión entre individualismo y comunión, entre encierro en el propio yo y encuentro con Dios y con los otros, entre vínculos humanos por interés y vínculos verdaderos de fraternidad.

Podemos ofrecer una síntesis y luego un desarrollo de estos pasajes tan significativos:

El bautismo convierte nuestro yo para que pueda abrirse a un Yo más grande

La confesión de la fe inserta al creyente en la comunión de la Trinidad

Sin un amor fiable, nada podría mantener verdaderamente unidos a los hombres

La fe transforma la primera relacionalidad que es el matrimonio y la familia

La fe ensancha horizontes a los jóvenes

La fe en Dios Padre funda la verdadera fraternidad en la sociedad

La unidad es superior al conflicto

Veamos cómo se presentan estos aspectos:

El bautismo convierte nuestro yo para que pueda abrirse a un Yo más grande: Comentando la importancia de los sacramentos en la transmisión de la fe, dirá Francisco: “Así se ve claro el sentido de la acción que se realiza en el bautismo, la inmersión en el agua: el agua es símbolo de muerte, que nos invita a pasar por la conversión del « yo », para que pueda abrirse a un « Yo » más grande; y a la vez es símbolo de vida, del seno del que renacemos para seguir a Cristo en su nueva existencia. De este modo, mediante la inmersión en el agua, el bautismo nos habla de la estructura encarnada de la fe” (LF 42).

La confesión de la fe inserta al creyente en la comunión de la Trinidad: “Quien confiesa la fe, se ve implicado en la verdad que confiesa. No puede pronunciar con verdad las palabras del Credo sin ser transformado, sin inserirse en la historia de amor que lo abraza, que dilata su ser haciéndolo parte de una comunión grande, del sujeto último que pronuncia el Credo, que es la Iglesia. Todas las verdades que se creen proclaman el misterio de la vida nueva de la fe como camino de comunión con el Dios vivo” (LF 45).

Sin un amor fiable, nada podría mantener verdaderamente unidos a los hombres: en el capítulo 4 sobre la fe y la ciudad, el Papa enfatiza que “la fe revela hasta qué punto pueden ser sólidos los vínculos humanos cuando Dios se hace presente en medio de ellos. No se trata sólo de una solidez interior, una convicción firme del creyente; la fe ilumina también las relaciones humanas, porque nace del amor y sigue la dinámica del amor de Dios. El Dios digno de fe construye para los hombres una ciudad fiable.” (LF 50).

“Sin un amor fiable, nada podría mantener verdaderamente unidos a los hombres” (LF 51). Y sigue: “La unidad entre ellos se podría concebir sólo como fundada en la utilidad, en la suma de intereses, en el miedo, pero no en la bondad de vivir juntos, ni en la alegría que la sola presencia del otro puede suscitar. La fe permite comprender la arquitectura de las relaciones humanas, porque capta su fundamento último y su destino definitivo en Dios, en su amor, y así ilumina el arte de la edificación, contribuyendo al bien común” (LF 51).

La fe transforma la primera relacionalidad que es el matrimonio y la familia: el Papa señala que “el primer ámbito que la fe ilumina en la ciudad de los hombres es la familiay se refiere sobre todo al “matrimonio, como unión estable de un hombre y una mujer: nace de su amor, signo y presencia del amor de Dios, del reconocimiento y la aceptación de la bondad de la diferenciación sexual, que permite a los cónyuges unirse en una sola carne (cf. Gn 2,24) y ser capaces de engendrar una vida nueva, manifestación de la bondad del Creador, de su sabiduría y de su designio de amor. Fundados en este amor, hombre y mujer pueden prometerse amor mutuo con un gesto que compromete toda la vida y que recuerda tantos rasgos de la fe. Prometer un amor para siempre es posible cuando se descubre un plan que sobrepasa los propios proyectos, que nos sostiene y nos permite entregar totalmente nuestro futuro a la persona amada. La fe, además, ayuda a captar en toda su profundidad y riqueza la generación de los hijos, porque hace reconocer en ella el amor creador que nos da y nos confía el misterio de una nueva persona” (LF 52).

La fe ensancha horizontes a los jóvenes: vuelve el Papa a remarcar que “el encuentro con Cristo, el dejarse aferrar y guiar por su amor, amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades” (LF 53).

La fe en Dios Padre funda la verdadera fraternidad en la sociedad: el Papa Francisco recoge el desafío de la Revolución Francesa sobre la “fraternidad” y lo lleva a sus verdaderos cauces: “En la « modernidad » se ha intentado construir la fraternidad universal entre los hombres fundándose sobre la igualdad. Poco a poco, sin embargo, hemos comprendido que esta fraternidad, sin referencia a un Padre común como fundamento último, no logra subsistir. Es necesario volver a la verdadera raíz de la fraternidad. Desde su mismo origen, la historia de la fe es una historia de fraternidad, si bien no exenta de conflictos. Dios llama a Abrahán a salir de su tierra y le promete hacer de él una sola gran nación, un gran pueblo, sobre el que desciende la bendición de Dios (cf. Gn 12,1-3)” (LF 54).

La unidad es superior al conflicto: finalmente, el Papa enfatiza la importancia del perdón para superar los conflictos, que son inevitables, pero que no tienen la última palabra: “La fe afirma también la posibilidad del perdón, que muchas veces necesita tiempo, esfuerzo, paciencia y compromiso; perdón posible cuando se descubre que el bien es siempre más originario y más fuerte que el mal, que la palabra con la que Dios afirma nuestra vida es más profunda que todas nuestras negaciones. Por lo demás, incluso desde un punto de vista simplemente antropológico, la unidad es superior al conflicto; hemos de contar también con el conflicto, pero experimentarlo debe llevarnos a resolverlo, a superarlo, transformándolo en un eslabón de una cadena, en un paso más hacia la unidad” (LF 55).

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