Como toda
encíclica, la recientemente publicada “Lumen Fidei” del Papa Francisco ofrece
muchísimos aspectos para la meditación y la formación del cristiano de cara a
los tiempos actuales.
A lo largo
de toda la encíclica encontramos referencias a la tensión entre individualismo
y comunión, entre encierro en el propio yo y encuentro con Dios y con los
otros, entre vínculos humanos por interés y vínculos verdaderos de fraternidad.
Podemos ofrecer una síntesis y luego
un desarrollo de estos pasajes tan significativos:
El bautismo convierte nuestro yo
para que pueda abrirse a un Yo más grande
La confesión de la fe inserta al
creyente en la comunión de la Trinidad
Sin un amor fiable, nada podría
mantener verdaderamente unidos a los hombres
La fe transforma la primera
relacionalidad que es el matrimonio y la familia
La fe ensancha horizontes a los
jóvenes
La fe en Dios Padre funda la
verdadera fraternidad en la sociedad
La unidad es superior al conflicto
Veamos cómo se presentan estos
aspectos:
El bautismo convierte nuestro yo
para que pueda abrirse a un Yo más grande: Comentando la importancia de los sacramentos en la
transmisión de la fe, dirá Francisco: “Así se ve claro el sentido de la acción que
se realiza en el bautismo, la inmersión en el agua: el agua es símbolo de
muerte, que nos invita a pasar por la conversión del « yo », para que pueda
abrirse a un « Yo » más grande; y a la vez es símbolo de vida, del seno del que
renacemos para seguir a Cristo en su nueva existencia. De este modo, mediante
la inmersión en el agua, el bautismo nos habla de la estructura encarnada de la
fe” (LF 42).
La confesión de la fe inserta al
creyente en la comunión de la Trinidad: “Quien confiesa la fe, se ve implicado en la verdad que confiesa. No
puede pronunciar con verdad las palabras del Credo sin ser transformado, sin
inserirse en la historia de amor que lo abraza, que dilata su ser haciéndolo
parte de una comunión grande, del sujeto último que pronuncia el Credo, que es
la Iglesia. Todas las verdades que se creen proclaman el misterio de la vida
nueva de la fe como camino de comunión con el Dios vivo” (LF 45).
Sin un amor fiable, nada podría
mantener verdaderamente unidos a los hombres: en el capítulo 4 sobre la fe y la ciudad, el Papa
enfatiza que “la fe revela hasta qué punto pueden ser sólidos los vínculos humanos
cuando Dios se hace presente en
medio de ellos. No se trata sólo de una solidez interior, una
convicción firme del creyente; la fe ilumina también las relaciones humanas,
porque nace del amor y sigue la dinámica del amor de Dios. El Dios digno de fe
construye para los hombres una ciudad fiable.” (LF 50).
“Sin un amor fiable,
nada podría mantener verdaderamente unidos a los hombres” (LF 51). Y sigue: “La
unidad entre ellos se podría concebir sólo como fundada en la utilidad, en la
suma de intereses, en el miedo, pero no en la bondad de vivir juntos, ni en la
alegría que la sola presencia del otro puede suscitar. La fe permite comprender
la arquitectura
de las relaciones humanas, porque capta su fundamento último y su destino
definitivo en Dios, en su amor, y así ilumina el arte de la edificación,
contribuyendo al bien común” (LF 51).
La fe transforma la primera
relacionalidad que es el matrimonio y la familia : el Papa señala que “el primer ámbito que la fe ilumina en la
ciudad de los hombres es la
familia ” y se refiere sobre todo al “matrimonio,
como unión estable de un hombre y una mujer: nace de su amor, signo y presencia
del amor de Dios, del reconocimiento y la aceptación de la bondad de la
diferenciación sexual, que permite a los cónyuges unirse en una sola carne (cf.
Gn 2,24) y ser capaces de engendrar una vida nueva, manifestación de la bondad
del Creador, de su sabiduría y de su designio de amor. Fundados en este amor,
hombre y mujer pueden prometerse amor mutuo con un gesto que compromete toda la
vida y que recuerda tantos rasgos de la fe. Prometer un amor para siempre es
posible cuando se descubre un plan que sobrepasa los propios proyectos, que nos
sostiene y nos permite entregar totalmente nuestro futuro a la persona amada.
La fe, además, ayuda a captar en toda su profundidad y riqueza la generación de
los hijos, porque hace reconocer en ella el amor creador que nos da y nos
confía el misterio de una nueva
persona” (LF 52).
La fe ensancha horizontes a los
jóvenes: vuelve el
Papa a remarcar que “el encuentro con Cristo, el dejarse aferrar y guiar por su amor,
amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no
defrauda. La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la
vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este
amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado
en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades” (LF
53).
La fe en Dios Padre funda la
verdadera fraternidad en la sociedad: el Papa Francisco recoge el desafío de la Revolución
Francesa sobre la “fraternidad” y lo lleva a sus verdaderos cauces: “En
la « modernidad » se ha intentado construir la fraternidad universal entre los
hombres fundándose sobre la igualdad. Poco a poco, sin embargo, hemos
comprendido que esta fraternidad, sin referencia a un Padre común como
fundamento último, no logra subsistir. Es necesario volver a la verdadera raíz
de la fraternidad. Desde su mismo origen, la historia de la fe es una historia
de fraternidad, si bien no exenta de conflictos. Dios llama a Abrahán a salir
de su tierra y le promete hacer de él una sola gran nación, un gran pueblo, sobre
el que desciende la bendición de Dios (cf. Gn 12,1-3)” (LF 54).
La unidad es superior al conflicto: finalmente, el Papa enfatiza la
importancia del perdón para superar los conflictos, que son inevitables, pero
que no tienen la última palabra: “La fe afirma también la posibilidad del
perdón, que muchas veces necesita tiempo, esfuerzo, paciencia y compromiso;
perdón posible cuando se descubre que el bien es siempre más originario y más
fuerte que el mal, que la palabra con la que Dios afirma nuestra vida es más
profunda que todas nuestras negaciones. Por lo demás, incluso desde un punto de
vista simplemente antropológico, la unidad es superior al conflicto; hemos de
contar también con el conflicto, pero experimentarlo debe llevarnos a
resolverlo, a superarlo, transformándolo en un eslabón de una cadena, en un
paso más hacia la unidad” (LF 55).