Como toda encíclica, la recientemente publicada “Lumen Fidei” del Papa Francisco ofrece muchísimos aspectos para la meditación y la formación del cristiano de cara a los tiempos actuales.
A lo largo de toda la encíclica encontramos referencias a la tensión entre individualismo y comunión, entre encierro en el propio yo y encuentro con Dios y con los otros, entre vínculos humanos por interés y vínculos verdaderos de fraternidad.
Podemos ofrecer una síntesis y luego un desarrollo de estos pasajes tan significativos:
La fe saca de la idolatría de las propias seguridades y nos abre al “encuentro” con un amor que nos perdona y transforma
La fe nos saca de la dispersión de los ídolos y nos ofrece el camino seguro del amor de Dios
Ante el desafío del individualismo, la fe supone fiarse de un mediador que ensancha la propia experiencia
La salvación no viene de las propias obras, sino de la bondad de Dios que obra en nosotros
La fe ensancha el yo para que sea habitado por Dios
La fe no es algo privado e individual, es eclesial porque es participación en el cuerpo de Cristo
La fe ofrece una verdad grande, que orienta la existencia y se comparte con otros, por sobre las pequeñas verdades individuales
La fe se transmite a través de la relacionalidad y de la confianza, a través de una “memoria más grande”
Veamos cómo se presentan estos aspectos:
La fe saca de la idolatría de las propias seguridades y nos abre al “encuentro” con un amor que nos perdona y transforma: La primera aparición del tema del individualismo la encontramos en el número 13, cuando habla de la “idolatría” como opuesta a la fe. Así nos dice Francisco: “En lugar de tener fe en Dios, se prefiere adorar al ídolo, cuyo rostro se puede mirar, cuyo origen es conocido, porque lo hemos hecho nosotros. Ante el ídolo, no hay riesgo de una llamada que haga salir de las propias seguridades, porque los ídolos « tienen boca y no hablan » (Sal 115,5). Vemos entonces que el ídolo es un pretexto para ponerse a sí mismo en el centro de la realidad, adorando la obra de las propias manos” (LF 13).
La fe nos saca de la dispersión de los ídolos y nos ofrece el camino seguro del amor de Dios: Y aparece aquí una de las categorías fundamentales que propone el Papa, la de “encuentro”, que ya podemos encontrar en el Nro. 1 de la encíclica de Benedicto XVI Deus Caritas Est. Dice el Papa en Lumen Fidei: “La fe, en cuanto asociada a la conversión, es lo opuesto a la idolatría; es separación de los ídolos para volver al Dios vivo, mediante un encuentro personal”. Y sigue: “La fe consiste en la disponibilidad para dejarse transformar una y otra vez por la llamada de Dios. He aquí la paradoja: en el continuo volverse al Señor, el hombre encuentra un camino seguro, que lo libera de la dispersión a que le someten los ídolos”.
Ante el desafío del individualismo, la fe supone fiarse de un mediador que ensancha la propia experiencia: Otra nota que el Papa enfatiza es que la fe responde al desafío del individualismo: “Desde una concepción individualista y limitada del conocimiento, no se puede entender el sentido de la mediación, esa capacidad de participar en la visión del otro, ese saber compartido, que es el saber propio del amor” (LF 14). “El acto de fe individual se inserta en una comunidad, en el « nosotros » común del pueblo que, en la fe, es como un solo hombre” (LF 14).
La salvación no viene de las propias obras, sino de la bondad de Dios que obra en nosotros: “La fe es un don gratuito de Dios que exige la humildad y el valor de fiarse y confiarse, para poder ver el camino luminoso del encuentro entre Dios y los hombres, la historia de la salvación”. No ponerse a uno en el centro, sino confiar en la salvación que viene de Dios: El Papa volverá sobre el tema de “ponerse a uno mismo en el centro”, cuando comenta la “polémica de san Pablo con los fariseos, la discusión sobre la salvación mediante la fe o mediante las obras de la ley”. En el Nro. 19 el Papa explica que “lo que san Pablo rechaza es la actitud de quien pretende justificarse a sí mismo ante Dios mediante sus propias obras. Éste, aunque obedezca a los mandamientos, aunque haga obras buenas, se pone a sí mismo en el centro, y no reconoce que el origen de la bondad es Dios”.
Para el Papa, “quien obra así, quien quiere ser fuente de su propia justicia, ve cómo pronto se le agota y se da cuenta de que ni siquiera puede mantenerse fiel a la ley. Se cierra, aislándose del Señor y de los otros, y por eso mismo su vida se vuelve vana, sus obras estériles, como árbol lejos del agua”. En cambio, “la salvación comienza con la apertura a algo que nos precede, a un don originario que afirma la vida y protege la existencia. Sólo abriéndonos a este origen y reconociéndolo, es posible ser transformados, dejando que la salvación obre en nosotros y haga fecunda la vida, llena de buenos frutos” (LF 19).
La fe ensancha el yo para que sea habitado por Dios: a lo largo de todo el texto, el Papa remarca que la fe ensancha el yo para que sea habitado por Dios: “El creyente es transformado por el Amor, al que se abre por la fe, y al abrirse a este Amor que se le ofrece, su existencia se dilata más allá de sí mismo” (LF 21). “En la fe, el « yo » del creyente se ensancha para ser habitado por Otro, para vivir en Otro, y así su vida se hace más grande en el Amor. En esto consiste la acción propia del Espíritu Santo. El cristiano puede tener los ojos de Jesús, sus sentimientos, su condición filial, porque se le hace partícipe de su Amor, que es el Espíritu” (LF 21).
La fe no es algo privado e individual, es eclesial porque es participación en el cuerpo de Cristo: dice el Papa que “la fe no es algo privado, una concepción individualista, una opinión subjetiva, sino que nace de la escucha y está destinada a pronunciarse y a convertirse en anuncio” (LF 22). Por eso, “la imagen del cuerpo no pretende reducir al creyente a una simple parte de un todo anónimo, a mera pieza de un gran engranaje, sino que subraya más bien la unión vital de Cristo con los creyentes y de todos los creyentes entre sí (cf. Rm 12,4-5). Los cristianos son « uno » (cf. Ga 3,28), sin perder su individualidad, y en el servicio a los demás cada uno alcanza hasta el fondo su propio ser” (LF 22).
La fe ofrece una verdad grande, que orienta la existencia y se comparte con otros, por sobre las pequeñas verdades individuales: el Papa denuncia que en la cultura contemporánea sólo se acepta la “verdad tecnológica” y las “verdades del individuo, que consisten en la autenticidad con lo que cada uno siente dentro de sí, válidas sólo para uno mismo, y que no se pueden proponer a los demás con la pretensión de contribuir al bien común” (LF 25). Así, en esta cultura “la verdad grande, la verdad que explica la vida personal y social en su conjunto, es vista con sospecha”. Ante esta situación, el Papa denuncia: “podemos hablar de un gran olvido en nuestro mundo contemporáneo. En efecto, la pregunta por la verdad es una cuestión de memoria, de memoria profunda, pues se dirige a algo que nos precede y, de este modo, puede conseguir unirnos más allá de nuestro « yo » pequeño y limitado. Es la pregunta sobre el origen de todo, a cuya luz se puede ver la meta y, con eso, también el sentido del camino común” (LF 25).
Para responder a esa verdad grande, el Papa señala que La fe se transmite a través de la relacionalidad y de la confianza, a través de una “memoria más grande”: “Sólo en cuanto está fundado en la verdad, el amor puede perdurar en el tiempo, superar la fugacidad del instante y permanecer firme para dar consistencia a un camino en común. Si el amor no tiene que ver con la verdad, está sujeto al vaivén de los sentimientos y no supera la prueba del tiempo. El amor verdadero, en cambio, unifica todos los elementos de la persona y se convierte en una luz nueva hacia una vida grande y plena. Sin verdad, el amor no puede ofrecer un vínculo sólido, no consigue llevar al « yo » más allá de su aislamiento, ni librarlo de la fugacidad del instante para edificar la vida y dar fruto” (LF 27).
La fe nos llega por un entramado de relaciones, por una “memoria más grande”: en el capítulo dedicado a la transmisión de la fe, el Papa vuelve sobre el tema y nos dice: “Si el hombre fuese un individuo aislado, si partiésemos solamente del « yo » individual, que busca en sí mismo la seguridad del conocimiento, esta certeza sería imposible. No puedo ver por mí mismo lo que ha sucedido en una época tan distante de la mía. Pero ésta no es la única manera que tiene el hombre de conocer. La persona vive siempre en relación. Proviene de otros, pertenece a otros, su vida se ensancha en el encuentro con otros. Incluso el conocimiento de sí, la misma autoconciencia, es relacional y está vinculada a otros que nos han precedido: en primer lugar nuestros padres, que nos han dado la vida y el nombre” (LF 38).
Y agrega: “El conocimiento de uno mismo sólo es posible cuando participamos en una memoria más grande. Lo mismo sucede con la fe, que lleva a su plenitud el modo humano de comprender” (LF 38). La expresión “memoria” es otra de las claves de comprensión de la encíclica, clave que nos adentra en la relacionalidad del ser humano a través de las generaciones. Es imposible creer cada uno por su cuenta: nuevamente vuelve el Papa contra el individualismo en la fe, cuando dice: “Es imposible creer cada uno por su cuenta. La fe no es únicamente una opción individual que se hace en la intimidad del creyente, no es una relación exclusiva entre el « yo » del fiel y el « Tú » divino, entre un sujeto autónomo y Dios. Por su misma naturaleza, se abre al « nosotros », se da siempre dentro de la comunión de la Iglesia” (LF 39).
“Es posible responder en primera persona, « creo », sólo porque se forma parte de una gran comunión, porque también se dice «creemos». Esta apertura al « nosotros » eclesial refleja la apertura propia del amor de Dios, que no es sólo relación entre el Padre y el Hijo, entre el « yo » y el « tú », sino que en el Espíritu, es también un « nosotros », una comunión de personas. Por eso, quien cree nunca está solo, porque la fe tiende a difundirse, a compartir su alegría con otros” (LF 39).