En
el año 79 d.C. Pompeya era una ciudad que en la actualidad consideraríamos
pequeña (ocupaba unas 80
hectáreas ), pero bastante importante en opinión de sus
habitantes y de otros romanos. Su historia se remonta a la época etrusca, y sus
ciudadanos —unos 20.000— descendían de los pueblos prerromanos y de los colonos
romanos que se establecieron en la zona cuando Roma extendió su dominación
sobre la Campania, región fértil y rica.
Se
alzaba a orillas del río Sarno, que en la actualidad carece de importancia pero
que entonces permitía que Pompeya fuera el puerto en el que atracaban los
buques mercantes que recogían los productos agrícolas y las manufacturas de la
ciudad. Pompeya constituía uno de los centros a través de cuyos mercados y
muelles la Campania mantenía contactos con el mundo exterior.
En
las cercanías de la ciudad, a unos 1.200 metros sobre el nivel del mar, se erguía
el Vesubio, el último volcán activo del continente europeo. La pequeña
población se encontraba a unos 9 kilómetros de la cima y a unos 6 de otra
ciudad, Herculano, situada en la costa al oeste del volcán. El Vesubio es uno
de los pocos supervivientes de una serie de antiguos volcanes de la región;
también se han mantenido en actividad otros situados en las islas cercanas
(como el Etna, en Sicilia). La última erupción del Vesubio se produjo en 1944
y, teniendo en cuenta los testimonios históricos y la frecuencia de las erupciones,
existen numerosas posibilidades de que vuelva a producirse otra dentro de poco
tiempo. Pero la más famosa y catastrófica fue la que tuvo lugar el 24 de agosto
del año 79 d.C.
Conocemos
bien los detalles de este acontecimiento gracias al testimonio de Plinio el
Joven. La zona sufrió temblores de tierra durante varios días y se secaron los
manantiales, señales inequívocas del aumento de presión en el interior del
cráter. Después, probablemente un poco antes del mediodía del 24 de agosto,
hubo una gran explosión. En
el monte se abrió otro cráter y un chorro de gas caliente arrojó millares de
toneladas de piedras, en gran parte al rojo vivo, a miles de metros de altura,
fenómeno que se prolongó cierto tiempo. Una nube en forma de paraguas
(seguramente parecida a la que desencadenan las explosiones nucleares) ocultó
el sol, y a continuación los detritos empezaron a caer al suelo.
A
media tarde, Pompeya quedó enterrada bajo seis metros de piedra pómez y
cenizas. Herculano se libró de esto, pero fue arrollada por el barro ardiente,
que la sepultó a 15 metros
de profundidad, endureciendo como una roca todo cuanto en ella había. El
proceso fue lo suficientemente lento como para que la gente tuviera tiempo de
huir: en Herculano sólo se han encontrado 20 ó 30 esqueletos. En Pompeya, las
cosas sucedieron de otro modo: murieron unas 2.000 personas, algunas aplastadas
por las piedras, pero sobre todo asfixiadas por los gases o sofocadas por las
cenizas. También quedaron arrasadas varias ciudades y aldeas cercanas, y en un
par de horas desapareció de la faz de la tierra una sociedad entera. Pompeya siguió
sepultada hasta que en 1763 se descubrió su emplazamiento, tras 15 años de
excavaciones.