Continuando
en este desarrollo sobre los libros “perdidos” de la Biblia, si seguimos
buscando, veremos que también se mencionan en la llamada Historia Cronista (formada por las Crónicas, Esdras y Nehemías). Para componer esta Historia Cronista,
los autores tuvieron que recurrir a numerosos textos escritos anteriormente,
que les sirvieron de fuente. Algunos de ellos los conocemos, porque terminaron
dentro de la Biblia, como el Libro de los Reyes (2 Cro 20,34), o el Libro de
Isaías (2 Cro 32,32). Pero hay otros que se han perdido. Estos escritos desaparecidos,
mencionados en la Historia Cronista, son 12:
1)
Los Hechos del vidente Samuel (1 Cro 29,29). De aquí se tomaron los datos para
escribir la historia del rey David;
2)
Los Hechos del profeta Natán (1 Cro 29,29; 2 Cro 9,29). Proporcionó nueva
información sobre el rey David, y también sobre su hijo Salomón, el rey más
sabio de Israel;
3)
Los Hechos del vidente Gad (1 Cro 29,29). Sirvió como tercera fuente para
escribir los detalles sobre el rey David;
4)
Las Profecías de Ajías de Silo (2 Cro 9,29). Contenía más noticias y
referencias acerca del rey Salomón;
5)
Las Visiones del vidente Idó (2 Cro 9,29; 2 Cro 12,15). Aportó nuevos detalles
de la vida de Salomón, y también de los reyes Jeroboam (de Samaria) y Roboam
(de Jerusalén).
6)
Los Hechos del profeta Shemaías (2 Cro 12,15). De él, los autores bíblicos
sacaron información para completar la historia del rey Roboam;
7)
Comentario del profeta Idó (2 Cro 13,22). Incluía datos y referencias al rey
Abías, famoso por sus dotes de orador, y por haber tenido 14 esposas y 38
hijos;
8)
Comentario del libro de los Reyes (2 Cro 24,27). Aunque tiene el mismo nombre,
no es nuestro actual “Libro de los Reyes”, sino un Comentario sobre él, que
circulaba. En este libro, el autor habría encontrado información sobre el rey
Joás, quien subió al trono a los 7 años, gracias a una revuelta de los
sacerdotes de Jerusalén;
9)
La Historia de Ozías, escrita por Isaías (2 Cro 26,22). Era una crónica,
atribuida a Isaías, sobre la vida del rey leproso Ozías, a quien tuvieron que
llevarlo a vivir en una casa aislada, fuera del palacio real, para que no
contagiara al resto de la corte;
10)
Los Hechos de Jozay (2 Cro 33,19). Jozay es un profeta desconocido, nunca
mencionado en la Biblia, y a quien se le atribuía una pequeña obrita que
contaba episodios del malvado rey Manasés de Jerusalén, quien durante su
gobierno introdujo en Judá el culto a los astros, fomentó el horóscopo, construyó
altares paganos, y hasta mandó a matar a su hijo para honrar al dios extranjero
Molok;
11)
Las Lamentaciones (2 Cro 35,25). No es el actual libro de “Las Lamentaciones”.
Aquél otro contenía una serie de elegías compuestas por diversas circunstancias
luctuosas, entre ellas, por la muerte de Josías, uno de los reyes más venerados
de Jerusalén.
12)
El Libro de las Crónicas (Neh 12,23). No se trata de nuestro actual libro de
las Crónicas. Más bien era una lista de nombres, y no una obra narrativa, porque
la Biblia se refiere a él diciendo: “Los jefes de familia fueron anotados en el
libro de las Crónicas”.
Finalmente,
en los libros de Los Macabeos se mencionan los dos últimos libros perdidos de
la Biblia. El primero es Las Memorias de Nehemías (2 Mac 2,13). Allí se contaba
cómo, cuando los babilonios destruyeron el Templo de Jerusalén, el profeta
Jeremías logró salvar el arca de la Alianza y esconderla en una cueva de las
montañas de Transjordania. También contaba que Nehemías había fundado en
Jerusalén una biblioteca con textos importantes del judaísmo. El segundo es Las
Cartas de los Reyes sobre las Ofrendas (2 Mac 2,13), una antigua colección de
cartas de los reyes persas a los judíos de Jerusalén, con directivas sobre cómo
debían celebrar sus prácticas religiosas en el Templo.
Resulta
difícil saber si eran “libros” en el sentido moderno de la palabra, o
simplemente colecciones orales, y transmitidas de generación en generación por
los mismos israelitas. Pero aún cuando hubieran sido verdaderos libros, el
hecho de que la Biblia los mencione o cite parte de ellos, no significa que
automáticamente hayan estado inspirados por Dios, y que debían formar parte de
la Biblia. Eso lo vemos, por ejemplo, en el último libro arriba mencionado, Las
Cartas de los Reyes sobre las Ofrendas. Éste contenía la correspondencia
enviada a Jerusalén por los reyes de Persia, cuando los israelitas dependían de
ellos. Era, pues, una obra de autores paganos, y mal puede decirse que
constituía un libro para incluir en la Biblia.
Lo
mismo ocurre en el Nuevo Testamento. San Pablo, en el discurso que pronunció en
el areópago de Atenas (Hch 17,28), cita el libro Fenómenos, del poeta griego
Arato (del siglo III a.C.). También en su carta a los Corintios (1 Cor 15,33)
menciona la famosa comedia Tais, del escritor ateniense Menandro (siglo IV
a.C.). Y la carta a Tito (Tt 1,12) hace referencia a los Oráculos, del poeta
cretense Epiménides (siglo VI a.C.). Y eso no significa que la filosofía
estoica, o la comedia griega, o la poesía cretense, deban ser incluidas en la
Biblia.
Asimismo,
si Lucas menciona que el gobernador Festo escribió una carta al emperador
romano acusando a san Pablo de criminal (Hch 25,26), no por eso hay que ir a
buscar esa carta para incluirla entre las epístolas del Nuevo Testamento. Cuando
la Biblia cita un libro antiguo, no es para canonizarlo, ni porque reconozca en
él una inspiración divina, sino simplemente para referir una idea que en él
había, nada más. Otras veces lo hace para contarnos de dónde tomó el autor el
material de su obra. Así, quien compuso el
2 º Libro de Los Macabeos nos cuenta que hizo un resumen de
una obra mucho más amplia, en cinco volúmenes, escrita por Jasón de Cirene (2
Mac 2,23). Los cinco libros de Jasón se perdieron, pero su resumen ha quedado
en la Biblia, y ese resumen se considera inspirado.
Si
los autores bíblicos hubiesen pensado que los libros que mencionaban, así como
estaban, eran sagrados, se habrían ocupado en conservarlos completos. Pero el
hecho de que tomaran sólo algunas frases o párrafos de ellos, muestra que
únicamente consideraron importantes esas secciones, y no todo el libro. Pero
una vez que esas frases o párrafos pasaron a la Biblia, ya se consideran
inspirados por Dios, porque pasaron a formar parte de un nuevo contexto que sí
está inspirado. En segundo lugar, quien estableció qué libros del Antiguo
Testamento pertenecen a la Biblia es la Iglesia, inspirada por el Espíritu
Santo. Y para tomar tal decisión, la Iglesia se basó en ciertos criterios, como
ser: a) el empleo de esos libros por la comunidad hebrea; b) el uso posterior
de esos libros por los apóstoles y los primeros cristianos; c) el empleo de
esos libros en la Iglesia primitiva.
Ahora
bien, si analizamos estos criterios, veremos que ninguno se aplica a los 19
libros “perdidos”. Porque: a) éstos desaparecieron pronto, y la comunidad
hebrea antigua no los consideró parte de sus escrituras sagradas; b) en la
época de Jesús ya no existían, y por lo tanto los apóstoles no parecen haberlos
conocido, ni haberlos usado; c) la Iglesia primitiva posterior tampoco alcanzó
a leerlos ni los empleó como expresión de su fe. En consecuencia, ninguno de
los 19 libros perdidos ha sido nunca un libro “bíblico”. Y el hecho de que se
hayan perdido, no significa que dejaron incompleta a la Biblia.
La
Biblia, así como la tenemos hoy, está completa. No solamente contiene todos los
libros sagrados heredados del pueblo de Israel, sino que también incluye en su
segunda parte la Buena Noticia de Jesucristo, el Hijo de Dios, que con su vida
trajo la salvación a todos los hombres. Por eso ella contiene toda la doctrina
necesaria para que el hombre viva una vida con sentido. Millones de personas a
lo largo de los siglos han buscado en ella consuelo para sus tristezas, luz
para sus problemas, paz para su ansiedad. Y cada vez hay más gente que medita
la Escritura, para procurar vivir de acuerdo con ella. Especialmente en épocas
de crisis, la Biblia, por ser Palabra de Dios, constituye un apoyo firme y
seguro para sostener la vida de quien se tambalea y se siente inseguro.
Cuando
leemos las vidas de Abraham, de Moisés, de David, de Job, vemos cómo, más allá
de su historicidad, estos personajes tuvieron que enfrentar situaciones límites,
y a pesar de todo salieron victoriosos de sus dificultades, gracias a la fuerza
extra que da la fe en Dios. Entonces comprendemos que también nosotros, con
ayuda de este Libro, y con la fuerza que procede de Jesucristo, podemos repetir
sus exitosas experiencias en nuestras débiles vidas. A la Biblia no le falta
ninguna obra. Ella tiene el poder, la fuerza, el vigor, la energía capaz de
transformar a cualquier persona. Lo único que le falta es que creamos en ella,
y empecemos a vivir sus enseñanzas.