La
exhortación apostólica Evangelii Gaudium comienza con una introducción en la
que: Aborda los
problemas y riesgos del mundo actual, donde triunfan el consumismo y el
individualismo que aíslan las conciencias y no dejan espacio para los demás,
convirtiéndolo en un lugar de injusta desigualdad. Establece
las claves para arraigar y desarrollar el bien: comunicación de la experiencia
de verdad y de belleza, la alegría de evangelizar, y el derecho de todos a
recibir el anuncio del evangelio junto al deber de todo cristiano de realizar
el anuncio sin excluir a nadie.
A la
introducción le siguen cinco capítulos cuyo resumen facilitamos a continuación:
Capítulo I: La Transformación
Misionera de la Iglesia
El Papa
Francisco comienza hablando de la Iglesia en su punto de partida como la
comunidad de discípulos que ‘primerean’
y toman la iniciativa de ser los primeros en salir al encuentro de los demás y
lo hacen con el deseo inagotable de brindar misericordia y nos invita a todos a
ser parte de este grupo, nos invita a ‘primerear’.
Es deseo del pontífice que nos lancemos a transformarlo todo y afirma que
prefiere ‘una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle,
antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las
propias seguridades‘.
Capitulo II: En la crisis del
compromiso comunitario
En este
capítulo crítica duramente a la economía actual, porque excluye a los débiles y
solo hace fuerte a los poderosos. Señala que existe una creciente deformación
ética en nuestras sociedades y ‘asistimos al debilitamiento del sentido del
pecado personal y social, así como un progresivo aumento del relativismo‘.
También alerta que esta filosofía de vida, ‘de mundanidad espiritual’ y ’de
idolatra el dinero’, ’debilita los
vínculos entre las personas’ y ‘desnaturaliza los vínculos familiares’.
“¡El dinero debe
servir y no gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la
obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los
pobres, respetarlos, promocionarlos. Os exhorto a la solidaridad desinteresada
y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser
humano”
Al mismo
tiempo recuerda que ‘nuestro dolor y nuestra vergüenza por los pecados de
algunos miembros de la Iglesia, y por los propios, no deben hacer olvidar
cuántos cristianos dan la vida por amor’
y hace un llamamiento al ‘dinamismo misionero que lleve sal y luz al
mundo‘, sin temor a realizar tareas apostólicas y a la entrega generosa del
tiempo personal.
Por último,
el Papa Francisco, apunta en este capítulo, una vez más, su deseo de que la
Iglesia haga frente y sin miedo a profundas preguntas que no se pueden eludir
superficialmente, como por ejemplo: ‘el lugar de la mujer allí donde se toman
decisiones importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia‘; mayor
protagonismo de los jóvenes en la
pastoral de conjunto de la Iglesia, mejor selección de los
candidatos al sacerdocio…
Capítulo III: El anuncio del
Evangelio
Francisco
continúa su exhortación hablando de quienes deben anunciar el evangelio y de
qué forma y manera. En este capítulo subraya que la Iglesia es el pueblo de
Dios y debe ser, conforme al proyecto de amor de nuestro Padre Dios, ‘el lugar
de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado,
perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio’. A través del
Bautismo nos convertimos en pueblo de Dios y nos convertimos en discípulos
misioneros, en ‘agentes evangelizadores‘. Así que la evangelización es tarea de
todos los que somos Iglesia, ‘un pueblo con muchos rostros‘.
“Cada uno de los
bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de
ilustración de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en
un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el
resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones. La nueva evangelización debe
implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados [...] no es indispensable
imponer una determinada forma cultural, por más bella y antigua que sea, junto
con la propuesta del Evangelio. El mensaje que anunciamos siempre tiene algún
ropaje cultural, pero a veces en la Iglesia caemos en la vanidosa sacralización
de la propia cultura, con lo cual podemos mostrar más fanatismo que auténtico
fervor evangelizador”
El Obispo
de Roma también habla de la fuerza evangelizadora de la piedad popular que no
debemos menospreciar sino más bien alentar y fortalecer, y hace un llamamiento
a la evangelización informada ‘de persona a persona’, la que cada uno de los
bautizados debemos realizar llevando el amor de Jesús a otros de forma
espontánea en nuestras conversaciones y acciones diarias.
Respecto a
la homilía (acto de predicación del sacerdote durante la liturgia ) explica que no
puede ser un espectáculo entretenido sino dar fervor y sentido a la
celebración, pide brevedad, así como evitar que parezca una charla o clase, y
debe transmitirse el mensaje con el espíritu de amor de una madre hacia un
hijo. El Papa desarrolla las claves para una buena homilía: preparar bien el
mensaje, alimentarse de la palabra de Dios, personalizar la palabra, macerarla
en lectura espiritual, poner un oído en el pueblo de Dios y cuidar los recursos
pedagógicos
Al anunciar
el evangelio a los demás, el Santo Padre destaca la importancia de utilizar
siempre un lenguaje positivo que indique cómo podemos hacer mejor las cosas y,
en cualquier caso, ‘no quedarse en la queja, el lamento, la crítica o el
remordimiento‘. E invita a recuperar el primer anuncio o ‘kerigma‘: ‘Jesucristo
te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para
iluminarte, para fortalecerte, para liberarte’.
Finaliza
este capítulo central insistiendo en que la evangelización necesita del
acompañamiento personal en los procesos de crecimiento, escuchando, prestando una mirada respetuosa y
llena de compasión, con paciencia y prudencia, despertando la confianza de
quien es evangelizado, su apertura y su disposición para crecer.
Capítulo IV: La Dimensión Social de
la Evangelización
La fe
auténtica, dice el Papa Francisco, “siempre implica un profundo deseo de
cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro
paso por la tierra ”
y por tanto nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad.
En este
capítulo, el Papa, señala la inequidad, la falta de justicia social, como la
raíz de los males sociales y reza para que crezca en el mundo el número de
políticos ‘a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los
pobres!‘ y que sean capaces de “entrar en un auténtico diálogo que se
oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los
males de nuestro mundo”
“La necesidad de
resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar, no solo por
una exigencia pragmática de obtener resultados y de ordenar la sociedad, sino
para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna y que solo podrá
llevarla a nuevas crisis”
Respecto al
progreso de las ciencias expresa que la Iglesia no solo no pretende detener su
admirable sino que se alegra e incluso disfruta reconociendo el enorme
potencial que Dios ha dado a la mente humana. Explica que, así como ‘los
creyentes tampoco pueden pretender que una opinión científica que les agrada, y
que ni siquiera ha sido suficientemente comprobada, adquiera el peso de un
dogma de fe’ es una pena que algunos científicos vayan más allá del objeto
formal de su disciplina y se extralimiten con afirmaciones o conclusiones que
exceden el campo de la propia ciencia, haciendo proposiciones que no responden
a la razón sino a una ideología “que cierra el camino a un diálogo
auténtico, pacífico y fructífero”
Termina el
capítulo sosteniendo que ‘el debido respeto a las minorías de agnósticos o no
creyentes no debe imponerse de un modo arbitrario que silencie las convicciones
de mayorías creyentes o ignore la riqueza de las tradiciones religiosas. Eso a
la larga fomentaría más el resentimiento que la tolerancia y la paz’
Capítulo V: Evangelizadores con
espíritu
La
evangelización con espíritu, escribe el Papa Francisco, es la que arde en los
corazones y “es muy diferente de un conjunto de tareas vividas como una obligación
pesada que simplemente se tolera, o se sobrelleva como algo que contradice las
propias inclinaciones y deseos”. Es el fuego del Espíritu Santo el que
contagia con fervor, alegría, generosidad, audacia y amor.
“Hay que reconocerse a
sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar,
levantar, sanar, liberar. Allí aparece la enfermera de alma, el docente de
alma, el político de alma, esos que han decidido a fondo ser con los demás y
para los demás. Pero si uno separa la tarea por una parte y la propia
privacidad por otra, todo se vuelve gris y estará permanentemente buscando
reconocimientos o defendiendo sus propias necesidades”
El Papa
incide en que “la misión” es el corazón del pueblo cristiano, iluminado por
el Espíritu Santo, y “con el Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre
está María” porque “ella es la Madre de la Iglesia
evangelizadora y sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización”
“Hay un estilo mariano
en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María
volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos
que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los
fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes”