PROGRAMA Nº 1199 | 27.11.2024

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Constantino

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Hacia 284 d.C., el Imperio Romano parecía abocado a la disolución. En los últimos 50 años se habían sucedido veintiséis emperadores, y sólo uno de ellos había fallecido de muerte natural; persas y bárbaros hostigaban constantemente, y con éxito, las fronteras norte y este; las pestes, la miseria y la anarquía presagiaban una rápida caída. En el 330, año de la inauguración de Constantinopla, la nueva capital imperial, el Imperio seguía unido, con las fronteras intactas y en paz. Ése fue el resultado de la labor titánica de dos hombres brillantes y enérgicos, que supieron entender los cambios que traía la historia: los emperadores Diocleciano y Constantino I, llamado el Grande. Constantino pasó la mayor parte de su infancia en los campamentos militares romanos acompañando a su padre. Cuando Constancio Cloro fue proclamado césar de los Alpes Occidentales en el 293, Constantino fue enviado a la corte del emperador Diocleciano, al que acompañaría en su expedición a Egipto del año 296. Educado con esmero en la corte de Diocleciano en Nicomedia (la actual Izmir, en Turquía), estuvo en contacto con los numerosos cristianos de la corte imperial y de las ciudades del este y fue testigo de excepción de la persecución que Diocleciano desencadenó en el 303 contra los cristianos.

Cuando en el 305 Diocleciano y Maximiano abdicaron por motivos de edad, el padre de Constantino, Constancio Cloro, fue nombrado augusto de la mitad occidental del Imperio; Galerio quedó al mando de la mitad oriental. La abdicación de Diocleciano y Maximiano llevaba consigo el ascenso de los césares a augustos o emperadores y la elección de nuevos césares, lo que obstaculizaba las expectativas de sucesión dinástica de los hijos de quienes habían ascendido a emperadores. La situación provocaría una compleja serie de guerras civiles. Constancio quiso nombrar césar a su hijo Constantino, pero las intrigas de Galerio evitaron este nombramiento. A pesar de ello, Constantino logró el permiso de Galerio para viajar a Britania para reunirse con su padre. Y, tras la muerte de Constancio Cloro en Ebocarum (York), sus topas le proclamaron augusto en la misma ciudad el 25 de julio del 306. Pero Galerio se negó a confirmar su nombramiento como augusto, y Constantino hubo de aceptar el título de césar en el tercer gobierno de la Tetrarquía, mientras Severo era designado para el cargo de augusto. A Constantino se le permitió administrar las provincias asignadas a Constancio Cloro (Galia, Britania e Hispania). Finalmente sería reconocido augusto por el anciano emperador Maximiano, que había vuelto a la vida política, y con cuya hija Fausta contrajo matrimonio el 31 de marzo de 307. Habitualmente entre los historiadores se ha fijado este último año como la fecha en la que se produjo el inicio del reinado de Constantino I.

A finales del 308, Diocleciano, Maximiano y Galerio se reunieron en la Conferencia de Carnuntum, con la intención de poner en orden el caos político en el que estaba envuelto el Imperio. En ese momento había cinco augustos (los legítimos Galerio y Severo, y los usurpadores Constantino, Majencio y Maximiano) y un solo césar, Maximino Daya. Durante dicha conferencia se desposeyó del título de augusto a Constantino, quien se negó a aceptar la degradación y puso todo su empeño en hacerse con el control del Imperio. Lo primero que hizo fue reforzar su poder en Galia, Britania e Hispania. Tras frenar una invasión de los francos, consiguió derrotar a Maximiano en la Galia, quien fue entregado a Constantino por los oficiales de sus propias tropas. En el 312 invadió Italia, donde gobernaba Majencio, hijo de Maximiano y su principal rival para hacerse con el control del Occidente del Imperio. Las fuerzas de Constantino resultaron vencedoras en Turín y Verona. Las tropas de Majencio y Constantino se enfrentaron el 28 de octubre de ese mismo año en la batalla del puente Milvio, a las afueras de Roma; el enfrentamiento finalizó con la victoria para las tropas de Constantino. Majencio encontró la muerte al ahogarse en el Tíber en su huida y Constantino pudo adoptar el título de máximo augusto aunque su dominio sólo abarcaba el oeste del Imperio.

Según la tradición recogida por Eusebio de Nicomedia, el día anterior a la batalla del puente Milvio, Constantino vio en el cielo una señal: una cruz acompañada de la leyenda in hoc signo vinces (con este signo vencerás). Constantino, que probablemente profesaba una religión solar monoteísta, había mantenido contactos con el cristianismo y era consciente de la fuerza que ese credo tenía en el Imperio, lo que sin duda influiría en su política posterior. Para conmemorar esta victoria hizo construir en el 315 en el Foro de Roma el famosísimo Arco de Constantino, en el cual atribuyó la victoria sobre Majencio a la protección de la divinidad, sin especificar cuál. Posteriormente la historiografía cristiana calificó la victoria de Puente Milvio como la primera batalla ganada por un emperador romano gracias a la ayuda de Dios. En el 314 comenzaron las hostilidades entre Constantino y Licinio. El primero resultó vencedor en las batallas de Cibales y Adrianópolis. El tratado de paz que se firmó a continuación permitió a Licinio conservar Asia, Egipto y Tracia, aunque tuvo que entregar a su rival la mayor parte de sus posesiones en Europa. En el año 315 Constantino se invistió el consulado junto con su colega en Oriente, Licinio. Ese mismo año ambos lucharon conjuntamente en la frontera contra los godos y los sármatas; comenzó así entre ambos emperadores un período de colaboración que se prolongaría durante casi una década.

En el año 317 proclamó cesares a Crispo (hijo de su primera esposa Minervina), a su otro hijo Constantino, y a Licinio, sobrino suyo e hijo del augusto de Oriente. La colaboración con Licinio terminó abruptamente en el 323: Constantino atacó a Licinio con la excusa de la persecución que el emperador de oriente había desatado contra los cristianos, y acabó derrotándolo en Crisópolis, el 18 de septiembre del 323. Licinio fue desterrado a Tesalónica y ejecutado un año después; Constantino se convertía finalmente en el único emperador de Roma. Al año siguiente se inició la construcción, sobre la antigua Bizancio, de la ciudad de Constantinopla, que pasaría a ocupar un lugar de privilegio en el Imperio. Un año después, el emperador concedió el título de augusta a Elena, su madre, y en el 326 se desarrolló un drama familiar que al parecer estuvo en el origen del viaje de Elena a Tierra Santa, donde se le atribuye el descubrimiento del Santo Sepulcro y la invención de la Vera Cruz: Fausta, la esposa de Constantino, consiguió que su marido mandara ejecutar a Crispo, primogénito del emperador habido de su anterior matrimonio con Minervina; poco después, Fausta fue acusada de adulterio y Constantino la hizo ejecutar. Tales condenas fueron acompañadas del asesinato de varios miembros de la corte, lo produjo una profunda ola de indignación entre la población de Roma.

Pese a su defensa pública del cristianismo y a su intervención en los debates teológicos (probablemente su interés era fundamentalmente político), Constantino nunca había recibido el bautismo. En su lecho de muerte cambió sus ropajes imperiales por la vestidura blanca del neófito y fue bautizado por Eusebio, obispo de Constantinopla. Murió el 22 de mayo de 337, y fue enterrado en su iglesia de los Apóstoles en Constantinopla. Dejaba el Imperio repartido entre sus tres hijos, Constantino II el Joven, Constante I y Constancio II, y sus dos sobrinos, Dalmacio y Anibaliano, pero los conflictos entre ellos obligaron a que, después de su muerte, Constantino siguiera reinando nominalmente durante varios meses. Dalmacio se hizo con el control del área de Constantinopla y los Balcanes; Constantino II, el mayor de los hermanos, controlaba la parte occidental del Imperio, hasta Treveris; Constancio II era el dueño de la parte oriental hasta Antioquía, mientras que Constante se encargaba del gobierno de Iliria, Italia y África y finalmente otro sobrino, Anibaliano, gobernaba con el título de rey la parte oriental de Asia Menor.

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