Hacia
284 d.C., el Imperio Romano parecía abocado a la disolución. En los últimos 50
años se habían sucedido veintiséis emperadores, y sólo uno de ellos había
fallecido de muerte natural; persas y bárbaros hostigaban constantemente, y con
éxito, las fronteras norte y este; las pestes, la miseria y la anarquía
presagiaban una rápida caída. En el 330, año de la inauguración de
Constantinopla, la nueva capital imperial, el Imperio seguía unido, con las
fronteras intactas y en paz. Ése fue el resultado de la labor titánica de dos
hombres brillantes y enérgicos, que supieron entender los cambios que traía la
historia: los emperadores Diocleciano y Constantino I, llamado el Grande. Constantino
pasó la mayor parte de su infancia en los campamentos militares romanos
acompañando a su padre. Cuando Constancio Cloro fue proclamado césar de los
Alpes Occidentales en el 293, Constantino fue enviado a la corte del emperador
Diocleciano, al que acompañaría en su expedición a Egipto del año 296. Educado
con esmero en la corte de Diocleciano en Nicomedia (la actual Izmir, en
Turquía), estuvo en contacto con los numerosos cristianos de la corte imperial
y de las ciudades del este y fue testigo de excepción de la persecución que
Diocleciano desencadenó en el 303 contra los cristianos.
Cuando
en el 305 Diocleciano y Maximiano abdicaron por motivos de edad, el padre de
Constantino, Constancio Cloro, fue nombrado augusto de la mitad occidental del
Imperio; Galerio quedó al mando de la mitad oriental. La abdicación de Diocleciano
y Maximiano llevaba consigo el ascenso de los césares a augustos o emperadores
y la elección de nuevos césares, lo que obstaculizaba las expectativas de
sucesión dinástica de los hijos de quienes habían ascendido a emperadores. La
situación provocaría una compleja serie de guerras civiles. Constancio
quiso nombrar césar a su hijo Constantino, pero las intrigas de Galerio
evitaron este nombramiento. A pesar de ello, Constantino logró el permiso de
Galerio para viajar a Britania para reunirse con su padre. Y, tras la muerte de
Constancio Cloro en Ebocarum (York), sus topas le proclamaron augusto en la
misma ciudad el 25 de julio del 306. Pero Galerio se negó a confirmar su
nombramiento como augusto, y Constantino hubo de aceptar el título de césar en
el tercer gobierno de la Tetrarquía, mientras Severo era designado para el
cargo de augusto. A Constantino se le permitió administrar las provincias
asignadas a Constancio Cloro (Galia, Britania e Hispania). Finalmente sería
reconocido augusto por el anciano emperador Maximiano, que había vuelto a la
vida política, y con cuya hija Fausta contrajo matrimonio el 31 de marzo de
307. Habitualmente entre los historiadores se ha fijado este último año como la
fecha en la que se produjo el inicio del reinado de Constantino I.
A
finales del 308, Diocleciano, Maximiano y Galerio se reunieron en la
Conferencia de Carnuntum, con la intención de poner en orden el caos político
en el que estaba envuelto el Imperio. En ese momento había cinco augustos (los
legítimos Galerio y Severo, y los usurpadores Constantino, Majencio y
Maximiano) y un solo césar, Maximino Daya. Durante dicha conferencia se
desposeyó del título de augusto a Constantino, quien se negó a aceptar la
degradación y puso todo su empeño en hacerse con el control del Imperio. Lo
primero que hizo fue reforzar su poder en Galia, Britania e Hispania. Tras
frenar una invasión de los francos, consiguió derrotar a Maximiano en la Galia,
quien fue entregado a Constantino por los oficiales de sus propias tropas. En
el 312 invadió Italia, donde gobernaba Majencio, hijo de Maximiano y su
principal rival para hacerse con el control del Occidente del Imperio. Las
fuerzas de Constantino resultaron vencedoras en Turín y Verona. Las tropas de
Majencio y Constantino se enfrentaron el 28 de octubre de ese mismo año en la
batalla del puente Milvio, a las afueras de Roma; el enfrentamiento finalizó
con la victoria para las tropas de Constantino. Majencio encontró la muerte al
ahogarse en el Tíber en su huida y Constantino pudo adoptar el título de máximo
augusto aunque su dominio sólo abarcaba el oeste del Imperio.
Según
la tradición recogida por Eusebio de Nicomedia, el día anterior a la batalla
del puente Milvio, Constantino vio en el cielo una señal: una cruz acompañada de
la leyenda in hoc signo vinces (con este signo vencerás). Constantino, que
probablemente profesaba una religión solar monoteísta, había mantenido
contactos con el cristianismo y era consciente de la fuerza que ese credo tenía
en el Imperio, lo que sin duda influiría en su política posterior. Para
conmemorar esta victoria hizo construir en el 315 en el Foro de Roma el
famosísimo Arco de Constantino, en el cual atribuyó la victoria sobre Majencio
a la protección de la divinidad, sin especificar cuál. Posteriormente la
historiografía cristiana calificó la victoria de Puente Milvio como la primera
batalla ganada por un emperador romano gracias a la ayuda de Dios. En
el 314 comenzaron las hostilidades entre Constantino y Licinio. El primero
resultó vencedor en las batallas de Cibales y Adrianópolis. El tratado de paz
que se firmó a continuación permitió a Licinio conservar Asia, Egipto y Tracia,
aunque tuvo que entregar a su rival la mayor parte de sus posesiones en Europa.
En el año 315 Constantino se invistió el consulado junto con su colega en
Oriente, Licinio. Ese mismo año ambos lucharon conjuntamente en la frontera
contra los godos y los sármatas; comenzó así entre ambos emperadores un período
de colaboración que se prolongaría durante casi una década.
En
el año 317 proclamó cesares a Crispo (hijo de su primera esposa Minervina), a
su otro hijo Constantino, y a Licinio, sobrino suyo e hijo del augusto de
Oriente. La colaboración con Licinio terminó abruptamente en el 323:
Constantino atacó a Licinio con la excusa de la persecución que el emperador de
oriente había desatado contra los cristianos, y acabó derrotándolo en
Crisópolis, el 18 de septiembre del 323. Licinio fue desterrado a Tesalónica y
ejecutado un año después; Constantino se convertía finalmente en el único
emperador de Roma. Al
año siguiente se inició la construcción, sobre la antigua Bizancio, de la
ciudad de Constantinopla, que pasaría a ocupar un lugar de privilegio en el
Imperio. Un año después, el emperador concedió el título de augusta a Elena, su
madre, y en el 326 se desarrolló un drama familiar que al parecer estuvo en el
origen del viaje de Elena a Tierra Santa, donde se le atribuye el
descubrimiento del Santo Sepulcro y la invención de la Vera Cruz: Fausta, la
esposa de Constantino, consiguió que su marido mandara ejecutar a Crispo,
primogénito del emperador habido de su anterior matrimonio con Minervina; poco
después, Fausta fue acusada de adulterio y Constantino la hizo ejecutar. Tales
condenas fueron acompañadas del asesinato de varios miembros de la corte, lo
produjo una profunda ola de indignación entre la población de Roma.
Pese
a su defensa pública del cristianismo y a su intervención en los debates
teológicos (probablemente su interés era fundamentalmente político), Constantino
nunca había recibido el bautismo. En su lecho de muerte cambió sus ropajes
imperiales por la vestidura blanca del neófito y fue bautizado por Eusebio,
obispo de Constantinopla. Murió el 22 de mayo de 337, y fue enterrado en su
iglesia de los Apóstoles en Constantinopla. Dejaba el Imperio repartido entre
sus tres hijos, Constantino II el Joven, Constante I y Constancio II, y sus dos
sobrinos, Dalmacio y Anibaliano, pero los conflictos entre ellos obligaron a
que, después de su muerte, Constantino siguiera reinando nominalmente durante
varios meses. Dalmacio se hizo con el control del área de Constantinopla y los
Balcanes; Constantino II, el mayor de los hermanos, controlaba la parte
occidental del Imperio, hasta Treveris; Constancio II era el dueño de la parte
oriental hasta Antioquía, mientras que Constante se encargaba del gobierno de
Iliria, Italia y África y finalmente otro sobrino, Anibaliano, gobernaba con el
título de rey la parte oriental de Asia Menor.