Uno de los
primeros problemas que se planteó la Iglesia al tener que ocuparse de la
formación inicial de los que deseaban incorporarse a Ella por la recepción del
bautismo. La respuesta a esta cuestión recibió, muy pronto, el nombre de
catequesis. La palabra "catequesis" proviene del verbo griego KATEXEIN,
que Pablo utilizaba para indicar la "enseñanza oral de la fe" (1Cor
14, 19; Gal 6, 6). Primero precedía la predicación de la palabra de Dios, y luego
tenía lugar la explicación de esa palabra predicada. Más tarde se empleó en un
sentido más técnico para significar la "formación cristiana previa a la
recepción del bautismo". Así aparece en S. Justino como un periodo de
instrucción y preparación para recibir el bautismo (1Apol., 1, 61). Anticipadamente
se puede decir que el proceso de generación del catecismo se extiende desde la
época apostólica hasta el siglo XVI; se justifica si reconocemos como modelo de
catecismo el publicado en 1566 por el Papa San Pío V ejecutando la decisión del
Concilio de Trento, que significó una de las reformas más importantes de la
Iglesia en toda su historia. El Catecismo de Trento fue, en buena medida,
inspirador de la obra evangelizadora de la Iglesia en los siglos siguientes, no
sólo en Europa, sino análogamente, en América Latina.
Este Catecismo
es propuesto por la autoridad de la Iglesia como la regla de la doctrina y el
punto de referencia que debe inspirar la tarea catequística de la Iglesia en el
futuro; no por cierto para un futuro prolongado indefinidamente ya que los
catecismos no son eternos. Lo que intento sugerir es que tanto el Catecismo
como el Compendio pueden representar la apertura de otro ciclo evangelizador y
de difusión de la verdad análogo a aquel que se abrió con el Catecismo del
Concilio de Trento; un ciclo que va de la catequesis al catecismo, pero que del
catecismo vuelve a la catequesis, a la vida concreta de la Iglesia y al
ejercicio de su tarea fundamental de educar a los creyentes en la fe. "Catequesis",
"catecismo", "catecúmeno"; aquí nos encontramos con una
familia de palabras, derivadas de una raíz de origen griego, que tiene un
significado propiamente cristiano. Es verdad que los griegos la usaban en el
lenguaje referido al teatro, pero a partir del Nuevo Testamento esa raíz, ese
verbo KATEJÉO se ha convertido en un concepto típicamente cristiano; lo
podríamos traducir "hacer resonar como un eco". En el Nuevo
Testamento KATEJÉO se refiere a la enseñanza del mensaje de Cristo, a su
transmisión, que es desde el principio una enseñanza oral: se hace resonar como
un eco la Palabra de Dios, la proclamación del Evangelio. Desde ya podemos
advertir que hay un parentesco muy interesante entre catequesis y evangelio,
entre catequizar y evangelizar; se trata del anuncio del mensaje que Dios nos dirige en Jesucristo.
La catequesis
ha de ser, entonces, como un eco del Evangelio: la voz que resuena en la
educación como discípulos de aquellos que por la fe han recibido el KÉRYGMA, la
proclamación, el mensaje del Evangelio de Cristo. En el texto del Nuevo
Testamento, sobre todo en los escritos de San Pablo y en los de San Lucas
(tanto en su Evangelio como el libro de los Hechos de los Apóstoles) nos
encontramos con el uso de esta palabra referida siempre a la enseñanza oral de
la verdad cristiana. Dice Pablo en la primera carta los Corintios 14, 19:
"prefiero pronunciar en la asamblea cinco palabras inteligibles para
catequizar a los demás, que diez mil palabras en un lenguaje
incomprensible". Se refiere el Apóstol al mensaje articulado de la
doctrina de la fe, destinado a instruir a los creyentes, contrapuesto al
balbuceo carismático que tanto apreciaban los corintios -con exageración e
indebidamente- hasta ofuscar lo principal: la catequesis, por la cual los
fieles debían acceder a la comprensión de la Palabra de Dios. Lucas, en el
prólogo de su Evangelio declara que él se propone, con ese escrito en el cual
ordena los acontecimientos de la vida de Jesús y su enseñanza, avalar la
solidez de la doctrina que los primeros cristianos han recibido mediante la
catequesis; podríamos traducir: "la doctrina en la cual ustedes han sido
catequizados". En la Carta a los Gálatas 6, 6, San Pablo reconoce ya un
estatuto eclesial para el catequista, que tiene su sitio señalado en la
comunidad, de manera que establece "el que recibe la enseñanza de la
palabra (el catecúmeno) que haga participar de todos sus bienes a aquel que lo
catequiza". En estos pasajes aducidos queda claro ante todo que se trata,
en el caso de la catequesis, de una enseñanza oral, y una enseñanza oral que
muy pronto se entiende de un modo dialogal; en realidad, siempre procede así la transmisión de la fe:
un testigo autorizado transmite el mensaje de la verdad a aquel que la recibe y
que la acepta por la gracia de la fe. Pero ese diálogo catequístico se concreta
ritualmente en el diálogo o interrogatorio que precede al bautismo.
Notemos, por
tanto, que no hay catequesis sin un contenido, sin textos que la Iglesia
comienza a redactar con un cuidado especial y que encomienda a la memoria de
sus hijos. Así como en el Antiguo Testamento se encontraban profesiones de fe,
fórmulas que el israelita piadoso debía recitar en determinadas circunstancias
para manifestar su adhesión a la alianza con el Dios vivo, así también en el
período constitutivo del Nuevo Testamento se van plasmando fórmulas que
condensan los contenidos fundamentales de la fe cristiana. Se trata de
"confesiones", que han sido incorporadas al texto del Nuevo
Testamento. Algunos de esos contenidos son fácilmente reconocibles, por
ejemplo, en la primera Carta a los
Corintios. En ella nos encontramos con dos formulaciones catequísticas de fe
que son testimonio de la primera transmisión oral de la enseñanza cristiana: para
nosotros no hay más Dios que el Padre, de quien todo procede y a quien nosotros
estamos destinados, y un solo Señor Jesucristo por quien todo existe y por
quien nosotros existimos (I Corintios 8, 6). Más adelante,
en I Cor. 15, 3, dice San Pablo: les he transmitido lo que yo mismo recibí:
Cristo murió por nuestros pecados conforme a la Escritura, fue sepultado y
resucitó al tercer día de acuerdo con la Escritura, se apareció a Pedro y
después a los doce. Lo mismo podríamos decir sobre el himno del capítulo
segundo de la Carta a los Filipenses, o el himno de la primera Carta a Timoteo
(cap. 3), y otros pasajes del Nuevo Testamento que representan las primeras
formulaciones de la fe. En la generación que sigue a los apóstoles, la
catequesis comienza a cobrar tal importancia que se convierte en una actividad
principal de la Iglesia. A esta altura del desarrollo histórico, corresponde
distinguir tres géneros en la transmisión de la fe. El primero es el kerigma,
la proclamación del Evangelio y su mensaje; hoy nosotros hablaríamos de evangelización
en un sentido estricto, a saber, la proposición del mensaje del Evangelio a
aquellos que todavía no creen y por tanto no forman parte de la comunidad
cristiana.
Segundo, la
catequesis, que es la instrucción de aquellos que han creído, han adherido a la
Palabra de Dios mediante la fe, y se preparan para recibir el Bautismo. También
se llama catequesis a la instrucción que se dirige a aquellos que ya han
recibido la gracia bautismal pero deben crecer en la fe y sobre todo entrar en
la comprensión de los misterios (MISTAGOGIA). El tercer género es la enseñanza
asidua que los pastores de la Iglesia ofrecen al pueblo de Dios especialmente
en la celebración litúrgica; es lo que los Padres llamaban la homilía (hoy
todavía nosotros damos el nombre de homilía a la instrucción dominical que el
sacerdote ofrece en la celebración de la Misa).