Pero otras comunidades cristianas reaccionaron en contra de esta postura. Éstas estaban convencidas de que Jesús no había “empezado” a ser Hijo de Dios en el bautismo sino que lo era ya desde su nacimiento. Y estas comunidades, para enseñar tal idea, hicieron circular algunos relatos referidos a la infancia de Jesús (es decir, a su concepción, su nacimiento, sus primeros años de vida), en los que se afirmaba, de manera explícita, que Jesús era Hijo de Dios desde su mismo nacimiento. Por ejemplo, se contaba que a poco de nacer el niño su familia debió huir a Egipto, para que se cumpliera la profecía en la que Dios anunciaba: “De Egipto llamé a mi Hijo” (Mt 2,15). O también, que el ángel Gabriel ya le había avisado a María que el niño concebido en su vientre era Hijo de Dios (Lc 1,32.35). El niño que creció dos veces
Cuando años más tarde se componen los evangelios, san Marcos (el primero en escribir) comenzó su relato de manera tradicional, es decir, con el bautismo de Jesús (Mc 1). Pero Lucas (y Mateo), para evitar la posible interpretación de que Jesús había “comenzado” a ser Hijo de Dios a partir del bautismo, decidió añadir antes algunos de estos “relatos de la infancia” de Jesús, que mostraban su filiación divina desde la niñez. Y cuando Lucas ya había terminado de escribir la infancia de Jesús (la anunciación del ángel, la visita de María a Isabel, la presentación del niño recién nacido en el Templo), y había escrito la conclusión (“Y el niño crecía, y se fortalecía, llenándose de sabiduría, y la gracia de Dios estaba sobre él”, Lc 2,40), llegó a sus manos un relato que él no conocía: el de Jesús adolescente perdido en el Templo a los 12 años. Procedía de otra comunidad distinta a la suya.
A Lucas le pareció interesante. Y, con algunos retoques propios, resolvió agregarlo a continuación de la infancia que había escrito. Pero al añadirlo, la frase que había puesto como “final” quedaba ahora desubicada. Entonces volvió a ponerla otra vez más adelante, en Lc 2,52 (“Y Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia, ante Dios y ante los hombres”). Ésta es la explicación de por qué en Lucas aparece dos veces esta misma frase. Esto explica también la reacción incoherente que demuestra María en el relato del niño perdido en el Templo. En efecto, en la primera parte de la infancia Lucas había dicho que María, desde el momento de la anunciación, ya sabía claramente que Jesús era Hijo de Dios. Y da a entender que san José también lo sabía, porque no parece haber habido ningún problema entre ellos cuando nació el niño. Pero cuando más tarde Jesús se pierde a los 12 años, Lucas dice que “ellos no comprendieron” a Jesús. Se ve, pues, que Lucas mezcló dos tradiciones distintas sobre María, procedentes de dos comunidades diversas. En una, ella sabe todo porque el ángel Gabriel se lo explicó en la anunciación. En la otra, María no sabe nada, y reacciona como una madre normal ante las palabras o acciones desconcertantes de su hijo. Asuntos dolorosos que atender
Falta aclarar una última cuestión: ¿por qué Jesús se quedó aquel día en el Templo, solo, en una ciudad extraña, sin permiso de sus padres, y éstos no pudieron encontrarlo hasta el tercer día? Porque, como dijimos antes, el relato no pretende contar un hecho estrictamente histórico ocurrido durante la adolescencia de Jesús, sino simplemente enseñar, a partir de algún recuerdo familiar (quizás el hecho de que cuando Jesús era niño se quedó escuchando a los sabios del Templo), que él era Hijo de Dios desde su mismo nacimiento, y no a partir de su bautismo.
Por eso, la clave para entender todo el episodio está en el versículo 49, en la respuesta que el niño les da a José y María, diciéndoles que Dios es su Padre, y que por tanto él debe encargarse de sus asuntos. Ahora bien, como más adelante Jesús se encargará de los asuntos de su Padre “perdiendo” la vida en Jerusalén, el relato lo muestra ahora “perdiéndose” en Jerusalén, como un adelanto de lo que le sucederá después en su pasión y muerte. En efecto, si analizamos la narración veremos que contiene todos los detalles de su futura “pérdida”: a) El niño Jesús se pierde en Jerusalén. Y Jesús morirá en Jerusalén. b) El niño Jesús se pierde en una fiesta de Pascua. Y Jesús morirá en una fiesta de Pascua. c) El niño Jesús se pierde tres días hasta que lo vuelven a encontrar. Jesús al morir desaparecerá tres días hasta que lo vuelvan a encontrar. d) Para perderse en Jerusalén, el niño Jesús tuvo que “subir” desde Galilea. Para morir en Jerusalén, Jesús tuvo que “subir” desde Galilea (Lc 18,31). e) Al perderse el niño Jesús, les reprocha a sus padres: “¿Por qué me buscaban?” Cuando muere Jesús, les reprochan a las mujeres: “¿Por qué lo buscaban?” (Lc 24,5). f) Ante la angustia de sus padres, el niño Jesús les dice que su pérdida “es necesaria”. Ante la angustia de sus discípulos, Jesús les dice que su muerte “es necesaria” (Lc 9,22; 13,33). g) El niño dice que se pierde para estar con su Padre. Jesús dirá que muere para estar con su Padre (Lc 23,46). h) Cuando Jesús explica el porqué de su pérdida, sus padres “no comprendieron estas palabras”. Cuando Jesús explica el porqué de su pasión, sus discípulos “no comprendieron estas palabras” (Lc 9,45).
El relato del niño perdido y hallado en el Templo de Jerusalén no es, pues, un relato estrictamente histórico, ni fue escrito simplemente para contar un disgusto doméstico sufrido por María durante la adolescencia de Jesús. Es mucho más que eso. A partir de un recuerdo de familia, San Lucas compuso un relato “cristológico”, es decir, un relato sobre Cristo. Con él intenta enseñar, mediante imágenes y escenas, quién era Jesucristo, qué escondía su persona, qué relación tenía con su Padre Dios, y cuál era su misión aquí en la tierra. El episodio de Jesús extraviado en el Templo no es la crónica de un niño desobediente. Al contrario. Nos muestra que Jesús era un hijo tan obediente, que a los 12 años quiso anticipar lo que más tarde tendrá que hacer: “perder” su vida en Jerusalén para estar en la casa de su Padre. No dejarlo para mañana
Según Lucas, cuando Jesús tenía 12 años se quedó tres días en Jerusalén sin avisar. Cuando al fin lo hallaron sus padres, le preguntaron por qué había hecho eso. Y él, con la ingenuidad y la lógica de los niños, les quiso decir: “¿Y por qué me buscaban? Sólo se busca lo que está perdido, y yo no estaba perdido. Estaba donde tenía que estar: en la casa de mi padre. Son ustedes los que se habían perdido, porque ustedes se habían ido, no yo”. María no entendió lo que su Hijo decía. Después lo entenderá. Pero nosotros sí lo entendemos bien. Jesús quiso decirle que tenía que ocuparse de las cosas de su padre ya. Tenía sólo 12 años, y ya se encargaba de ello. No podía esperar hasta más tarde, o a cuando fuera mayor, o a que fuera predicador. No. Se ocupó en la primera oportunidad que tuvo.
Nosotros tenemos el mismo Padre, y por lo tanto los mismos asuntos y urgencias que Jesús, y que no siempre pueden esperar hasta mañana. Sin embargo, qué poco nos ocupamos de las cosas de Dios: del amor, del respeto, de la caridad a los más necesitados, de la solidaridad, del perdón. Todo lo dejamos para mañana. Hay demasiados mañanas en nuestra vida. Demasiadas postergaciones, para cuando tengamos tiempo. Un tiempo que quizás no llegue nunca. Para que la salvación sea efectiva debemos empezar a ocuparnos ya de las cosas de Dios. Fue la gran enseñanza que nos dejó Jesús, cuando apenas tenía 12 años.
Ariel Álvarez Valdés
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