Sin embargo, cuando el
magisterio del Papa se encaminó decididamente a predicar sobre el drama de la
pobreza y de los excluidos, manifestando en forma clara la doctrina social de
la Iglesia, cuando comenzó a dar visibilidad a los rostros de los refugiados
que interpelan al corazón mismo de Europa, en muchos medios comenzó a aparecer
la desconfianza hacia su persona y se buscó una interpretación política de sus
acciones, excluyendo el móvil pastoral. Una cosa es que su
iluminación de la vida social desde el Evangelio pueda tener una repercusión
política y otra muy distinta es que su acción se interprete a partir de un
código político. Si no nos permitimos una lectura en clave pastoral de sus
palabras y gestos, nos perdemos lo esencial de su mensaje. El Santo Padre es y
ha sido siempre un pastor. Las interpretaciones políticas de sus actos nos
llevan a perdernos en un laberinto que diluye su sentido.
Seguramente, para Francisco,
recibir en el año de la misericordia a personas que lo han insultado públicamente
significa manifestar algo tan esencial al Evangelio como el perdón. Pero al
mismo tiempo existen en nosotros dificultades culturales y psicológicas
profundas para entender el perdón y la misericordia. Nos cuesta entender a un
Dios cuya omnipotencia resida justamente en la misericordia. Creemos que la
misericordia no es justa, cuando en realidad supera tanto a la justicia que
provoca en el que la recibe la posibilidad de transformarse en justo. La
misericordia tiende a cambiar el corazón del que es alcanzado por ella.
Tal vez, esta suerte de
"compulsión" a perdonar propia del Papa (su persona y sus gestos
transmiten como un derroche de compasión) haya dejado de señalar aquello que no
estaba bien en la conducta del otro. Sin embargo, fijémonos que el padre en la
parábola del hijo pródigo no se detiene en los límites del hijo, sino que los
sobrepasa, abrazándolo y preparando una fiesta para celebrar su vuelta. Es muy
humano pensar que el padre es injusto, ya que no actúa igual con el hijo mayor,
que le ha sido siempre fiel. Estamos educados en una cultura del "toma y
daca". Y justamente Jesús no enseña esto. A muchos, ciertas actitudes del
Papa les han parecido injustas y han sentido enojo. Confío en que una reflexión
madura sobre lo que implica la misericordia pueda ayudarlos a sintonizar el
lenguaje de los gestos. Pero, de cualquier modo, decir que el Papa
"empodera a los violentos" es no entender en absoluto el fondo de su
mensaje, que es sumamente escuchado y respetado en un mundo que va intuyendo que
sin misericordia es imposible la paz.
Hoy nos encontramos con un
papa que pone límites. Que les dice a los suyos que no se dejen llevar por el
terreno resbaladizo de la corrupción. Y también se lo critica por esto. Cuando
perdona, porque perdona; cuando es exigente, porque es exigente. A pesar de esto, el pueblo
argentino en general, y en particular nuestro pueblo más sencillo, entiende el
lenguaje de su pastor casi por connaturalidad y desea con todo su corazón
recibirlo en la patria. Creo que esta coyuntura nos plantea un doble desafío en
el año de la misericordia. Por una parte, nos invita a
profundizar en la naturaleza misericordiosa de Dios, revelada por Jesús. Por
otra parte, es oportuno renovar nuestra fe en el sucesor de Pedro. Tal vez
cuando el papa era italiano, polaco o alemán nos costaba menos mirarlo como al
sucesor de Pedro, pero a Francisco lo conocemos, habla castellano con acento
argentino y tal vez algún día lo hayamos cruzado en el subte. "Nadie es
profeta en su tierra", recordaba Jesús (Lc 4,24). Quizá nos esté pasando
algo de eso. Pero la fe nos despierta y nos invita a ver la verdad: el Señor ha
llamado a uno de los de nuestra tierra y es a Francisco a quien le dice Jesús:
"Apacienta mis ovejas".
Mons. Oscar Ojea
Obispo de San Isidro
Pcia. Bs. As.
Argentina
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