viernes, 26 de agosto de 2016

LA FORNICACIÓN

Encabezo deliberadamente esta nota con un título chocante; lo es porque la palabra empleada ha caído en desuso y puede causar extrañeza. No cito la definición del catecismo sino la del diccionario: “tener ayuntamiento o cópula carnal fuera del matrimonio”. Este vicio se ha convertido en algo trivial, común, insustancial. Lo llamo vicio porque el diccionario define “fornicario: que tiene el vicio de fornicar”. Él o ella en principio, aunque hoy día la “igualdad de género” permite otras combinaciones, antinaturales.

Indico dos ejemplos de banalización. En la Sección Espectáculos de EL DIA se puede seguir una crónica diaria de la fornicación en el mundo de la farándula; hay records notables de señoritas (no estoy seguro de que sea ésta la identificación que corresponde) que cambian de “novio” cinco o seis veces al año; se supone que no se reúnen con ellos a leer la Biblia. Antes, a estos comportamientos y a las personas que los practicaban se les aplicaban otros nombres. Se puede pensar que son casos extremos, que se exhiben en un escaparate para suscitar envidia y la ilusión de llegar a imitarlos. Escándalo, como se lo llamaba antaño: inducir a otro al mal, más intenso cuando la conducta desviada es promovida como una moda. La superficialidad de esos casos resulta irrisoria: escarceos, idas y vueltas, traiciones y arrepentimientos, cada tanto algún rumor de embarazo que no se confirma. La protagonista innombrada, por supuesto, es siempre la cama. Felizmente, la mayor parte de la gente no tiene tiempo ni plata para gastar en esas placenteras ociosidades. Pero el mal ejemplo cunde, fascina, lo anormal se puede ir convirtiendo en deseable primero, luego en moralmente neutro y finalmente en normal. “Lo hacen todos”, ese es el lema.

SEXO EN LOS JUEGOS OLIMPICOS

El segundo ejemplo prometido procede de los Juegos Olímpicos. El Ministerio de Salud de Brasil envió a Río de Janeiro nueve millones de profilácticos, 450.000 destinados a la Villa de los Atletas, donde se hospedaban 10.500 deportistas de todo el mundo, más los técnicos. La prensa brasileña hizo un cálculo: 42 condones por cada atleta, teniendo en cuenta los 17 días de duración de las competencias. La preparación para las mismas impone, como es lógico, la abstinencia, pero después de cada competición; ¡a coger atléticamente! No se asuste el lector por el uso de este verbo, no incurro en una grosería impropia de un obispo. El Diccionario de la Academia, en la acepción 24 del término señala que es un vulgarismo americano: “realizar el acto sexual”; pero en la acepción 19 define: “cubrir el macho a la hembra”; aquí entonces aparece en el significado de la palabra un matiz de animalidad. Quiero decir en consecuencia que la cultura fornicaria que se va extendiendo sin escrúpulo alguno es un signo de deshumanización, no es propia de mujeres y varones como deben ser según su condición personal. Algo de no humano, de animaloide aparecería en esa conducta.

La deshumanización del eros, que por su propia naturaleza es carnal y espiritual, comienza por el descarte del pudor, de la honestidad, de la modestia, del recato. En estos valores cifra la plena humanidad de la actuación sexual, que no se exhibe obscenamente, ni en sus preparaciones. Pienso en el “petting” descontrolado en lugares públicos. Valga una muestra del impudor hodierno: los “trajes” de baño femeninos que se reducen a tres trocitos simbólicos de tela; ¿no sería más sincero que en la playa o la pileta se presentasen desnudas? No cargo la cuenta sobre el bello sexo; era tradicional que el varón tomara la iniciativa, y lo hace muchas veces abusando de su vigor, aunque las artes de la seducción no le sean ajenas, ahora desplegando instrumentos cosméticos, gimnásticos y hasta quirúrgicos. Por no hablar del cine, la televisión y las series de internet; a la pornografía la camuflan verbalmente hablando de “escenas fuertes”.

LIBERTAD LUCIDA

La banalización que he señalado implica asimismo una confusión fatal acerca del amor: no es éste una mera efusión sentimental, ni la sola atracción física, sino especial y esencialmente un acto electivo de la voluntad, en el que se ejercita en pleno la libertad, una libertad lúcida, consciente, una decisión de permanencia que aquieta para siempre en el bien amado. La seducción de la belleza, por cierto, cumple su papel -Platón asociaba sabiamente belleza y eros- en el conjunto de la elección personal. Lo propiamente humano es que tal decisión electiva sea para siempre, como signo de madurez, preparada en una educación para el respeto mutuo, la amistad sin fingimiento, la disposición a afrontar juntos -él y ella- las dificultades de la vida tanto como las infaltables alegrías. Entonces cobra sentido la unión sexual de un varón y una mujer.

En el contexto de una recta antropología, de una idea completa del ser humano en la que se asume su realidad biológica y psicológica, es fácil comprender que el acto sexual tiene una doble finalidad: es unitivo y procreativo. El gesto de la unión corporal acompaña, ratifica e incentiva la unión de las almas. La fornicación lo convierte en una gimnasia superficial y provisoria, propia de parejas desparejas, sin el compromiso de por vida que integra la expresión sexual en el conjunto de la convivencia matrimonial, con la apertura a los hijos. Una señal alarmante de deshumanización se manifiesta en el lenguaje: novio-novia, ex novio- ex novia, pareja-ex pareja, ya no marido y mujer, esposo y esposa; aquello debe llamarse, en realidad, concubinato. Las consecuencias personales y sociales se pueden percibir en la orfandad afectiva –e incluso efectiva- de tantos niños y adolescentes y la cantidad superior de abusos que se registra precisamente en el interior de esas formas de “rejunte”, que no son verdaderas familias. Además la generalización de las relaciones sexuales entre adolescentes no permite augurar nada bueno. Comienza cada vez más temprano la banalización del sexo.

La finalidad procreativa del acto sexual es frecuentemente bloqueada, de modo expreso, intencional, en las fornicaciones ocasionales, pero también en la convivencia marital. El negocio de los anticonceptivos ha ocultado la sabia disposición de la naturaleza, que ordena en la mujer los ritmos de fertilidad. Todo ha sido bien hecho por el Creador, y el capricho humano se niega a utilizarlo, lo burla a su placer. La misma etimología lo esclarece de manera indiscutible: “genital”, “generación”, “génesis” integran una familia de palabras; en griego, en latín y en castellano: los órganos genitales y su uso sirven para dar origen a un nuevo ser.

Existe además –no lo olvidemos- la fornicación “contra naturam”, ahora avalada por las leyes inicuas que han destruído la realidad natural del matrimonio y que se fundan en la negación del concepto mismo de naturaleza y de la noción de ley natural. La razón comprende que el cuerpo del varón y el de la mujer se ensamblan complementariamente porque están hechos el uno para el otro; y también sus almas. La discriminación de los antidiscriminadores ha llegado a límites inconcebibles, como el de negar el derecho de los niños a ser criados y educados por un padre y una madre; así se ha visto en la entrega en adopción de niños a “matrimonios igualitarios”. Los enciclopedistas anticatólicos del siglo XVIII se horrorizarían de semejante atentado a la razón.

CULTURA DEL DESENFRENO

El laborioso remedio de una cultura fornicaria, del desenfreno, “akolasía” como lo llama Aristóteles, es la “sofrosyne”, la templanza, según el mismo Filósofo lo explicaba en el Libro III de su Ética a Nicómaco varios siglos antes de Cristo. Para nosotros, cristianos, a la destemplanza del incontinente la sana una especie concretísima de la templanza que se llama castidad. Aquel gran pensador observaba que hay algo de infantil, por la irreflexión, en el desenfreno, en la intemperancia; y añadía además que “se da en nosotros no en cuanto somos hombres, sino en cuanto animales”. Lo propiamente humano es que la potencia sexual y su actuación se integren armoniosamente a la riqueza de la personalidad, y que ese ejercicio se desarrolle en el orden familiar. Es éste el logro de la virtud.

Tengo pleno respeto por las personas concernidas en todo lo que he dicho, y comprendo con cercanía y afecto sus conflictos, pero no puedo dejar de proclamar la verdad. Mal que le pese al INADI, si se entera.

Mons. Héctor Aguer
Arzobispo de La Plata
Fuente:

martes, 9 de agosto de 2016

SAN LORENZO

Era San Lorenzo uno de los siete diáconos de la Iglesia de Roma, cargo que era de gran responsabilidad, ya que consistía en el cuidado de los bienes de la Iglesia y la distribución de limosnas a los pobres. El año 257, el emperador Valeriano publicó el edicto de persecución contra los cristianos y, al año siguiente, fue arrestado y decapitado el Papa san Sixto II, San Lorenzo le siguió en el martirio cuatro días después.

Según las tradiciones cuando el Papa San Sixto se dirigía al sitio de la ejecución, San Lorenzo iba junto a él y lloraba. "¿A dónde vas sin tu diácono, padre mío? ", le preguntaba. El Pontífice respondió: "No pienses que te abandono, hijo mío, pues dentro de tres días me seguirás". 

San Agustín dice que el gran deseo que tenía San Lorenzo de unirse a Cristo, le hizo olvidar las exigencias de la tortura. También afirma que Dios obró muchos milagros en Roma por intercesión de San Lorenzo. Este santo ha sido, desde el siglo IV, uno de los mártires más venerados y su nombre aparece en el canon de la misa. Fue sepultado en el cementerio de Ciriaca, en Agro Verano, sobre la Vía Tiburtina. Constantino erigió la primera capilla en el sitio que ocupa actualmente la iglesia de San Lorenzo extra muros, que es la quinta basílica patriarcal de Roma.

ANÉCDOTAS DEL GENERAL SAN MARTÍN

Luego de Chacabuco, San Martín se permitió una venganza humorística contra los realistas. Un fanático fraile agustino, haciendo un juego de palabras, había predicado contra él durante el período de Marcó. "¡San Martín! ¡Su nombre es una blasfemia!", había exclamado desde el púlpito sagrado. "No le llaméis San Martín, sino Martín, como a Martín Lutero, el peor y mas detestable de los herejes". Llamado a su presencia y con ademán terrible, fulminándolo con su mirada, lo apostrofó: "¡Como! ¡Usted me ha comparado a Lutero, quitándome el San! ¿Como se llama usted?" "Zapata, señor general", respondió el fraile, humildemente. "Pues desde hoy le quito el Za, en castigo, y lo fusilo si alguien le da su antiguo apellido". Al salir a la calle un correligionario le llamó por su nombre. El fraile aterrado, le tapó la boca y prorrumpió en voz baja: "¡No! ¡No soy el padre Zapata, sino el padre Pata! ¡Me va en ello la vida!"

Cercano a la ciudad de Mendoza está el campo “El Plumerillo”. Allí, el general San Martín, adiestra los batallones que días después atravesarán la mole andina, en pos de la libertad de Chile. Para la revista final de las tropas, San Martín se ha trasladado a la capital mendocina, vestida de fiesta para recibir al Gran Capitán. Un mendocino:- ¡Qué hermoso es todo esto! ¡Cómo lucen los uniformes de los granaderos! Una mendocina: - ¡Y qué bella se ve la bandera, ofrecida al general San Martín por las damas patricias! Un anciano: - ¡Con esta bandera al frente, nuestro ejército no perderá una sola batalla!

En este momento sale una mujer desde la multitud y se dirige hacia la tropa. En las filas del ejército libertador tiene a su esposo y a tres hijos. La dama mendocina (avanza hacia ellos y los besa):

¡Qué Dios y la Virgen os protejan! Este escapulario que prendo en cada pecho será un escudo protector. ¡Nada de llanto! ¡Los valientes no lloran; solo saben luchar por su patria! ¡Ya veis: en mis ojos no hay una sola lágrima! ¡Qué orgullosa estoy por haber dado a la Patria estos cuatro varones!

El general San Martín (se acerca a la esposa y madre ejemplar y conmovido, le estrecha fuertemente la mano):
¡Gracias, noble mujer! ¡Vuestro sacrificio no será en vano! ¡Ahora sé de donde sacan mis soldados tanta firmeza! ¡Con madres como usted la Patria está salvada!

Esperando el momento propicio para entrar en Lima, capital del Perú, San Martín estableció su campamento en Huaral. En Lima contaba con numerosos partidarios de la Independencia; pero no podía comunicarse con ellos porque las tropas del general José de la Serna, jefe realista, detenían a los mensajeros. Una mañana, el general San Martín encontró a un indio alfarero. Se quedó mirándolo un largo rato. Luego lo llamó aparte y le dijo:

¿Quieres ser libre y que tus hermanos también lo sean?
Sí, usía. ¡Cómo no he de quererlo! - respondió, sumiso, el indio. -¿Te animas a fabricar doce ollas, en las cuales pueden esconderse doce mensajes? –Sí, mi general, ¡cómo no he de animarme! Poco tiempo después Díaz, el indio alfarero, partía para Lima con sus doce ollas mensajeras disimuladas entre el resto de la mercancía. Llevaba el encargo de San Martín de vendérselas al sacerdote Luna Pizarro, decidido patriota.


La contraseña que había combinado hacía tiempo era: “un cortado de cuatro reales” Grande fue la sorpresa del sacerdote, que ignoraba cómo llegarían los mensajes, al ver cómo el indio quería venderle las doce ollas en las que él no tenía ningún interés. Díaz tiró una de ellas al suelo, disimuladamente, y el sacerdote pudo ver un diminuto papel escondido en el barro. -¿Cuánto quieres por todas? Preguntó al indio. -Un cortado de cuatro reales- respondió Díaz, usando la contraseña convenida. Poco después, el ejército libertador, usaba esta nueva frase de reconocimiento: Con días y ollas... ¡venceremos!

ALFREDO MUSANTE Y LA EMISION ESPECIAL DEL CEN 2016 EN CLAVES PARA UN MUNDO MEJOR