PROGRAMA Nº 1164 | 27.03.2024

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EL ESPÍRITU DE ASÍS

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¡Nunca más violencia, nunca más guerra, nunca más terrorismo!
¡En nombre de Dios, que toda religión difunda en la tierra justicia y paz, perdón y vida,  amor!
Fue la invocación de Juan Pablo II

Desde el 27 de octubre de 1986 se renueva la invocación de paz para toda la humanidad nacida de la profética intuición de San Juan Pablo II. La histórica Jornada de oración, ayuno y peregrinación que reunió por primera vez a líderes y representantes religiosos del mundo, con el anhelo del santo Papa polaco de “contribuir a suscitar un movimiento mundial de oración por la paz que, pasando por encima de las fronteras y naciones y alcanzando a los creyentes de todas las religiones, llegue a abrazar al mundo entero”.

“Quizá como nunca, ahora en la historia de la humanidad, son tan evidentes los lazos intrínsecos entre una actitud auténticamente religiosa y el gran bien de la paz para la familia humana, que anhela y necesita la paz”, dijo también el Papa Wojtyla, alentando para que el compromiso en favor de la paz - fundada en los cuatro pilares de la verdad, de la justicia, del amor y de la libertad, como escribió San Juan XXIII, en la Pacem in Terris, sea constante cada día para las religiones del mundo, para los responsables de las naciones y  para todas las personas de buena voluntad.

Y 16 años después el Papa volvió a invitar a los representantes de las religiones del mundo a Asís, el 24 de enero de 2002 para “rezar por la superación de las contraposiciones y por la promoción de la auténtica paz. Queremos encontrarnos juntos en particular, cristianos y musulmanes, para proclamar ante el mundo que la religión no debe ser nunca motivo de conflicto, de odio y de violencia.

Quien acoge verdaderamente en su interior la palabra de Dios, bueno y misericordioso, no puede no excluir del corazón toda forma de odio y enemistad (…) Es urgente que una invocación común se eleve con insistencia desde la tierra hasta el Cielo para implorar del Omnipotente, en cuyas manos está el destino del mundo, el gran don de la paz, presupuesto necesario para todo compromiso serio al servicio del auténtico progreso de la humanidad”.

Así empezaba ese día su intenso discurso:

“Hemos venido a Asís en peregrinación de paz. Estamos aquí, como representantes de las diversas religiones, para interrogarnos ante Dios sobre nuestro compromiso en favor de la paz, para pedirle ese don y para testimoniar nuestro anhelo común de un mundo más justo y solidario.

Queremos dar nuestra contribución para alejar los nubarrones del terrorismo, del odio y de los conflictos armados, nubarrones que en estos últimos meses se han cernido particularmente sobre el horizonte de la humanidad. Por eso queremos escucharnos los unos a los otros: sentimos que esto ya es un signo de paz, ya es una respuesta a los inquietantes interrogantes que nos preocupan, ya sirve para disipar las tinieblas de la sospecha y de la incomprensión.

Las tinieblas no se disipan con las armas; las tinieblas se alejan encendiendo faros de luz. Hace algunos días recordé al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede que el odio sólo se vence con el amor”.

San Juan Pablo II dirigió también en esa ocasión una exhortación entrañable a los jóvenes:

“¡Que la paz habite en especial en el alma de las nuevas generaciones! ¡Jóvenes del tercer milenio, jóvenes cristianos, jóvenes de todas las religiones, les pido a ustedes que sean como Francisco de Asís, centinelas dóciles y valientes de la paz verdadera, fundada en la justicia, en el perdón, en la verdad y en la misericordia! ¡Avancen hacia el futuro manteniendo alta la antorcha de la paz, su luz los necesita!”

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