¡En nombre de Dios, que toda
religión difunda en la tierra justicia y paz, perdón y vida, amor!
Fue la invocación de Juan Pablo II
Desde el 27
de octubre de 1986 se renueva la invocación de paz para toda la humanidad
nacida de la profética intuición de San Juan Pablo II. La histórica Jornada de
oración, ayuno y peregrinación que reunió por primera vez a líderes y
representantes religiosos del mundo, con el anhelo del santo Papa polaco de “contribuir
a suscitar un movimiento mundial de oración por la paz que, pasando por encima
de las fronteras y naciones y alcanzando a los creyentes de todas las
religiones, llegue a abrazar al mundo entero”.
“Quizá como nunca,
ahora en la historia de la humanidad, son tan evidentes los lazos intrínsecos
entre una actitud auténticamente religiosa y el gran bien de la paz para la
familia humana, que anhela y necesita la paz”, dijo también el Papa Wojtyla,
alentando para que el compromiso en favor de la paz - fundada en los cuatro
pilares de la verdad, de la justicia, del amor y de la libertad, como escribió
San Juan XXIII, en la Pacem in Terris,
sea constante cada día para las religiones del mundo, para los responsables de
las naciones y para todas las personas
de buena voluntad.
Y 16 años
después el Papa volvió a invitar a los representantes de las religiones del
mundo a Asís, el 24 de enero de 2002 para “rezar por la superación de las
contraposiciones y por la promoción de la auténtica paz. Queremos encontrarnos
juntos en particular, cristianos y musulmanes, para proclamar ante el mundo que
la religión no debe ser nunca motivo de conflicto, de odio y de violencia.
Quien acoge
verdaderamente en su interior la palabra de Dios, bueno y misericordioso, no
puede no excluir del corazón toda forma de odio y enemistad (…) Es urgente que
una invocación común se eleve con insistencia desde la tierra hasta el Cielo
para implorar del Omnipotente, en cuyas manos está el destino del mundo, el
gran don de la paz, presupuesto necesario para todo compromiso serio al
servicio del auténtico progreso de la humanidad”.
Así
empezaba ese día su intenso discurso:
“Hemos venido a Asís
en peregrinación de paz. Estamos aquí, como representantes de las diversas
religiones, para interrogarnos ante Dios sobre nuestro compromiso en favor de
la paz, para pedirle ese don y para testimoniar nuestro anhelo común de un
mundo más justo y solidario.
Queremos dar nuestra
contribución para alejar los nubarrones del terrorismo, del odio y de los
conflictos armados, nubarrones que en estos últimos meses se han cernido
particularmente sobre el horizonte de la humanidad. Por eso queremos
escucharnos los unos a los otros: sentimos que esto ya es un signo de paz, ya
es una respuesta a los inquietantes interrogantes que nos preocupan, ya sirve
para disipar las tinieblas de la sospecha y de la incomprensión.
Las tinieblas no se
disipan con las armas; las tinieblas se alejan encendiendo faros de luz. Hace
algunos días recordé al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede que el
odio sólo se vence con el amor”.
San Juan
Pablo II dirigió también en esa ocasión una exhortación entrañable a los
jóvenes:
“¡Que la paz habite en
especial en el alma de las nuevas generaciones! ¡Jóvenes del tercer milenio,
jóvenes cristianos, jóvenes de todas las religiones, les pido a ustedes que
sean como Francisco de Asís, centinelas dóciles y valientes de la paz
verdadera, fundada en la justicia, en el perdón, en la verdad y en la
misericordia! ¡Avancen hacia el futuro manteniendo alta la antorcha de la paz,
su luz los necesita!”