La muerte es una realidad constante en nuestra existencia diaria, omnipresente en cada instante. En la sociedad, para muchos, es un tema tabú; se evita mencionarla como si ignorarla la hiciera desaparecer. A la vez, se la contempla como espectáculo en televisión o en accidentes, y muchos encuentran entretenimiento en imágenes de tragedias y fallecimientos. Para los cristianos, la muerte forma parte de la vida; no es una ruptura definitiva. Confiamos en Jesús, quien entregó su vida para concedernos vida eterna. Creemos en su resurrección y en nuestra futura resurrección con Él. La cuestión de por qué existe la muerte se responde en la Biblia:
"Por tanto, así como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así también la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron." (Romanos 5, 12).
La muerte es consecuencia del pecado en el mundo; dado que todos somos pecadores, todos moriremos. Desde la fe, vemos la muerte unida a Cristo como el camino que él nos mostró, anticipando nuestra propia resurrección. Miramos a Jesús cuando la muerte se aproximaba y buscamos emular su actitud y confianza en Dios Padre:
"Y avanzando un poco, cayó rostro en tierra, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú." (Mateo 26, 39).
Aprendemos a aceptar la muerte como parte de la vida, confiando en Dios y depositando nuestra fe en Él. Los cristianos sabemos que la muerte no es el fin; el amor es más poderoso que la muerte. Cuando perdemos a alguien amado, nuestro amor por esa persona permanece, inalterado por el tiempo. Si amamos a Jesús con todo nuestro ser, podemos decir con el apóstol Pablo:
"Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia. Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fructífero, no sé entonces cuál escoger. Estoy en un dilema entre ambas cosas: deseo partir y estar con Cristo, que es muchísimo mejor; pero quedarme en la carne es más necesario por causa de vosotros." (Filipenses 1, 21-24).
Para los cristianos, la muerte es solo el final de la vida terrenal, no el final de la vida misma. Creemos que poseemos un alma inmortal creada por Dios, que no muere con el cuerpo, sino que vive eternamente. No somos entidades separadas; somos una unidad de cuerpo y alma. Al morir, el alma entra en una vida eterna según nuestras elecciones en vida. Jesús ofrece salvación (vida eterna), pero la aceptación es voluntaria y amorosa.
1.- El cielo, contemplando a Dios.
El cielo es la vida definitiva junto a Dios, para siempre, para toda la eternidad. Mientras estamos en esta vida caemos y nos alejamos de Dios con frecuencia. El cielo es el estar con Dios para toda la eternidad. En el cielo seremos totalmente felices y de una manera definitiva, una felicidad absoluta. Pablo nos dice:
"Ni ojo vio, ni oído oyó, ni el hombre pudo pensar lo que Dios ha preparado para los que le aman." (1 Cor 2,9).
Al cielo llega inmediatamente una persona que acaba de morir en gracia y amistad con Dios.
"Cuando vaya y les prepare sitio, vendré de nuevo y les acogeré conmigo; así, donde estoy yo estarán también ustedes. Y para ir adonde yo voy, ya saben el camino" (Jn 14,3-4)
2.- El purgatorio, purificándose para poder entrar en comunión con Dios.
Es un estado, tampoco es un "lugar" o espacio físico. La Iglesia siguiendo el consejo de la Escritura (2 Macabeos 12,46) siempre rezó por los difuntos. Creemos que los que mueren en gracia y amistad con Dios sin estar, sin embargo, plenamente purificados o con algún resto de pecado, sufrirán una purificación antes de llegar a Dios. El rezar por los difuntos, y de una manera especial la santa misa, ofrecida por los difuntos pueden ayudar a su pronta purificación.
3.- El infierno: es la condenación eterna.
Es cuando una persona rechaza conscientemente en su vida terrenal a Dios. Dios nos invita a salvarnos, nos invita al cielo, pero los seres humanos somos libres para elegir. Si rechazamos a Dios, si no lo tenemos en cuenta en nuestra vida, estamos auto condenándonos.
Podemos decir que a modo de reflexión lo que nos deja muy claro 1 Juan 3-15:
"Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y saben que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él"
En conclusión, para los cristianos, la muerte es una transición hacia una vida eterna que está enraizada en nuestra fe en Cristo. Aunque la muerte sea parte de nuestra realidad diaria, confiamos en la promesa de resurrección y vida eterna junto a Dios. Nuestra esperanza radica en el amor de Dios que trasciende incluso la muerte, ofreciéndonos la oportunidad de unirse a Él en el cielo. A través de nuestras acciones y decisiones en vida, estamos encaminados hacia un destino eterno que refleja nuestra relación con Dios. Que esta verdad nos inspire a vivir con amor y fe, confiando en la gracia de Dios para nuestra salvación y el cumplimiento de su plan eterno para nosotros.
Equipo de Redacción
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