Hablar de la túnica de Jesús es recordarlo a Él como lo hemos visto en
las estampas, luego en las películas, y así lo tenemos grabado en el corazón y
en la mente. Jesús vestía túnica, como todos los israelitas de su época, aunque
muchos solamente llevaban una corta. Él no, la suya era hasta el suelo. Lo
sagrado debía quedar velado a la vista de los hombres. Fue recién en la Pasión,
cuando lo despojaron de sus vestiduras, donde el crimen llegó hasta el culmen,
hasta la profanación total del Templo Santo que era el cuerpo de Jesús. Las
Escrituras hablan poco de la túnica de Jesús. El versículo 18 del Salmo 22, que
profetiza los sufrimientos de Cristo, dice: “se repartieron mis vestiduras y sobre mi túnica echaron suertes”
esta es una frase que recuerdan los evangelistas Juan y Mateo, al relatar la
muerte de Cristo. No figuran, pues, en la Biblia, otras menciones a dicha
túnica. Pero la Tradición Apostólica la ha recordado como una verdad no
escrita. La túnica de Jesús, le fue tejida por su Madre a los doce años. Y milagrosamente,
esa túnica sin costuras (“inconsútil”),
una obra maestra de amor y de talento, fue creciendo con Jesús. Es evidente que
todo objeto que haya tocado el cuerpo sagrado tiene que haber sido milagroso.
Quedan restos de los clavos, de las espinas de la Corona y se relatan hechos
prodigiosos, curaciones milagrosas obradas por los mismos. La túnica de Jesús
era milagrosa. La hemorroísa la tocó y quedó sanada. Estudiando este hecho y
frente al relato evangélico de que “Jesús, apretujado por la gente, se da
vuelta y pregunta “¿quién me tocó?”
Lo extraño del caso es que esa túnica milagrosa, retuvo su poder cuando los
soldados la tocaron. Ninguno cayó de espaldas, nadie salió quemado o convertido.
Nuevamente, el secreto quedaba velado. La túnica vacía, despojada del cuerpo santo
que contenía, quedaba así en manos de hombres crueles, que sin quererlo y
paradójicamente, le daban a ella, al no querer dividirla, el homenaje que
habían negado a su dueño.
En efecto, se habían repartido las otras vestiduras, el manto, las
sandalias, pero la túnica quedó entera, como un símbolo de la integridad de
Aquel que la vestía. Hace unos años, si preguntábamos dónde estaría la túnica
de Jesús, la respuesta era, en Tréveris, Alemania. Toda la cristiandad creía lo
mismo, y de allí los millones de peregrinos que viajaban para verla. Pero
últimamente, en lo que va del Tercer Milenio, otra posibilidad ha cobrado
fuerza y reclamado el derecho de ser nombrada como la auténtica Túnica que
llevó Jesús desde su adolescencia, la que creció con Él, la que lo acompañó en
su Ministerio y en su larga y dolorosa Pasión. Esa es la túnica guardada en
Argenteuil, Francia, la que ha pasado todas las pruebas y tiene más
probabilidades de ser la auténtica, la sorteada por los soldados romanos. Según
la leyenda, la túnica fue encontrada en el siglo IV por Santa Elena, madre del
emperador Constantino, quien la llevó a Constantinopla, donde se mantuvo hasta
el siglo VIII. En el año 800, la emperatriz Irene de Bizancio ofreció como prenda de
boda la santa túnica a Carlomagno en su coronación como emperador de Occidente.
En el año 850 los normandos saquearon el pueblo de Argenteuil, incluyendo la
basílica de San Dennis, pero antes de la llegada de los invasores, la túnica
había sido ocultada en una pared. Cuando la abadía fue reconstruida en el año
1003, se restauró la reliquia, siendo venerada hasta el siglo XVI, en que fue
parcialmente quemada por los hugonotes en 1567. Durante la Revolución Francesa,
al ser destruido el monasterio benedictino de Saint Dennis, la reliquia fue
entregada a la iglesia parroquial para su custodia.
El 10 de noviembre de 1793, la Convención decretó nuevas leyes contra la
Iglesia y todo lo vinculado con el cristianismo fue destruido. El relicario de
plata dorada que contenía la túnica se confiscó el 18 de noviembre, de acuerdo
con el mandato de que toda parroquia debía entregar sus tesoros. La túnica, sin
embargo, había sido retirada antes de la confiscación, y había sido entregada a
la parroquia del lugar. El abad Ozet, anterior rector, temió que sucediese lo
mismo con la túnica que seguía estando a su cuidado. Entonces tomó la decisión
de cortarla en piezas y esconder cada una en un sitio diferente. De este modo,
esperaba que al menos una pieza escapara ilesa a la turbulencia de la
revolución. El abad puso su plan en marcha por la noche y junto con el
sacristán, dividió la túnica. Enterró las dos piezas mayores en el jardín y
distribuyó el resto entre los feligreses más fieles. El temor hizo lo que no hicieron los soldados
romanos: dividirla. Las medidas de la túnica son de casi 1,51 cm por 0,91cm y sus
fibras son de lana hiladas de un tamaño muy regular. Es de una tela suave,
ligera, y el tejido es uniforme y parejo, hecha en un telar primitivo. La
prenda es notable porque al haber sido tejida manualmente, está hecha sin
ninguna costura, incluyendo las mangas. El tejido, de color marrón oscuro, es
típico de la ropa en los primeros siglos de la era cristiana. Evidentemente,
los científicos no podían quedar ajenos a los descubrimientos de las reliquias
de la Pasión, ya que siempre han resultado enigmáticas para la comunidad
científica. En 1998, los científicos del Instituto de Óptica en Orsay
decidieron comparar los patrones de manchas de sangre en la túnica, y sobre la
Sábana Santa de Turín. Ellos crearon modelos geométricos computarizados
realistas y rotativos sobre cómo la túnica se vería si hubiese sido llevada por
un hombre de la misma estatura física y la morfología del hombre representado
en la Sábana Santa.
En 2004, el Instituto de Genética Molecular Antropológica en París, comenzó
las pruebas en la reliquia. Durante los trabajos de restauración de un año
antes, la túnica se limpió con un aspirador especial. Por lo tanto los
científicos decidieron analizar las partículas aspiradas. Con el uso de un
microscopio electrónico de barrido descubrieron granos de polen pertenecientes
a 18 especies de plantas. La mayor parte de los granos de polen que pertenecían
a especies ya habían sido descubiertos en la Sábana Santa de Turín (seis
especies) y en el Sudario de Oviedo (siete especies). Entre ellos se
encontraban Cedro del Líbano (Cedrus libani) y Pelosilla esparcida (Parietaria
judaica). El descubrimiento más significativo, sin embargo, fue sobre dos
especies endémicas de Palestina: el Terebinto (Pistacia Palaestina) y el
Tamarisco (Tamarix hampeana). Sus granos de polen habían sido descubiertos
también en los paños de Turín y Oviedo. Se descubrieron, además, en el tejido
muchas células sanguíneas con trazas de urea. Esto indicaría un fenómeno raro, “hematidrosis”. O sea, sudar
sangre, debido a una angustia extrema, que produce una carga histamínica
elevada. Esto coincide con la descripción hecha en el Evangelio de Lucas, que
dice que Jesús en el Huerto “sudó sangre”. Varios patólogos afirman que eso se
produce ante la realidad de una muerte inevitable. También se menciona también
que muchos de los glóbulos rojos (eritrocitos), (que suelen tener forma de
disco con dos caras cóncavas), descubiertas en la túnica tienen forma de copa,
con sólo una cara cóncava, o son esféricas. Esto ocurre cuando el organismo
sufre un gran trauma, o una prolongada agonía. También se encontraron glóbulos
blancos (leucocitos) en la prenda.
Los glóbulos blancos tienen cromosomas en su núcleo y por lo tanto
tienen el ADN de la persona. No existen dos ADN iguales en el mundo, así que
eso es la prueba molecular de identidad de una persona. Luego de examinar miles
de células sanguíneas y encontró por fin 10 glóbulos blancos en buenas
condiciones. Ya es globalmente sabido que la sangre de la persona que vistió la
túnica es del tipo AB, según lo descubriera un hematólogo de Saint-Prix, en el
año 1985. Es el mismo tipo de sangre encontrada en la Sábana Santa de Turín y
en el Sudario de Oviedo. No queremos terminar este trabajo sin referirnos a un
pasaje de una homilía realizada por el Papa Paulo VI, durante el Vía Crucis del
año 1964.
“Jesús es despojado de sus
vestiduras.
El vestido confiere al hombre
una posición social; indica su lugar en la sociedad, le hace ser alguien.
Ser desnudado en público
significa que Jesús no es nadie, no es más que un marginado, despreciado por
todos.
El momento de despojarlo nos
recuerda también la expulsión del paraíso: ha desaparecido en el hombre el
esplendor de Dios y ahora se encuentra en el mundo desnudo y al descubierto, y
se avergüenza.
Jesús asume una vez más la
situación del hombre caído. Jesús despojado nos recuerda que todos nosotros
hemos perdido la “primera vestidura” y, por tanto, el esplendor de Dios.”