El 27 de junio es la fiesta de esta hermosa advocación de María relacionada con un antiguo icono oriental, del siglo XIII o XIV, de autor desconocido y que, se estima, reproduce la pintura de Nuestra Señora hecha por Lucas, el Evangelista, hace casi dos mil años. En el cuadro se muestra a María con el Niño Jesús, quien observa a dos ángeles que le muestran los instrumentos de su futura pasión. Se toma fuerte con las dos manos de su Madre quien lo sostiene en sus brazos. Esta imagen nos recuerda la maternidad divina de María y su amor y cuidado por Jesús desde su concepción hasta su muerte.
Durante siglos, la imagen original se veneró en Constantinopla como
reliquia milagrosa, hasta que fue destruida por los musulmanes en 1453, cuando
los turcos conquistaron la ciudad. Tiempo después, durante ese siglo XV, la copia
de la pintura perdida de Nuestra
Señora se encontraba en manos de un comerciante, cristiano piadoso y
devoto de la Virgen, que deseaba evitar a toda costa que el cuadro se
destruyera como tantas otras imágenes religiosas que corrieron con esa suerte
durante la expansión musulmana hacia occidente. Para escapar con ella se
embarcó rumbo a Roma; pero ya en el mar se desató una violenta tormenta que
puso en grave peligro al barco en que viajaba.
Cuando ya todos a bordo se preparaban para lo peor, el mercader sostuvo
en alto el icono de Nuestra Señora
implorando socorro. María respondió a su oración con un milagro: la tormenta
cesó de inmediato y las aguas se calmaron. Todos llegaron a Roma sanos y
salvos. Luego, este devoto comerciante profetizaría que llegaría el tiempo en
que en todo el mundo se veneraría a Nuestra
Señora del Perpetuo Socorro, tal como sucede hoy. Pasado un tiempo, el
mercader se enfermó de gravedad. Al sentir cercano la muerte, desde su lecho
llamó a su amigo de más confianza y le rogó que le prometiera que se encargaría
de colocar la pintura de Nuestra Señora en una iglesia.
Aunque el amigo no cumplió la promesa por complacer a su esposa que se
había encariñado con la imagen, la Divina Providencia no había llevado la
pintura a Roma para que fuese propiedad de una familia, sino para que fuera
venerada por todo el mundo. Nuestra
Señora se le manifestó al hombre en tres ocasiones, diciéndole que
debía poner la pintura en una iglesia. El hombre discutió varias veces con su
esposa para cumplir con María, pero ella se salió con la suya burlándose de él,
diciéndole que alucinaba.
Un día, después de la muerte del esposo, la hija de la familia, de seis
años, vino hacia su madre apresurada con la noticia de que una hermosa y
resplandeciente Señora se le había manifestado mientras estaba mirando
la pintura. La Señora le había dicho que les dijera a su madre y a su
abuelo que Nuestra Señora del
Perpetuo Socorro deseaba ser puesta en una iglesia. La madre de la niña
prometió obedecer a la Señora. Con la intención de cumplir, la viuda se
preguntaba en qué iglesia debería poner la pintura, cuando volvió a manifestarse
la Virgen a la niña le dijo que quería que la pintura fuera colocada en la
iglesia que queda entre la basílica de
Santa María la Mayor y la de San
Juan de Letrán. Esa iglesia romana era la de San Mateo Apóstol.
Los monjes Agustinos, encargados de dicho templo, después de investigar
todos los milagros y circunstancias relacionadas con la imagen, dispusieron que
fuera llevada a la iglesia en procesión solemne el 27 de marzo de 1499. Durante
el evento religioso, un hombre tocó la pintura y le fue devuelto el uso de un
brazo que tenía paralizado. Colocaron la pintura sobre el altar mayor de la
iglesia, en donde permaneció casi trescientos años. Amada y venerada por todos
los fieles de Roma, sirvió como medio de incontables milagros, curaciones y
gracias.
En 1798, Napoleón y su ejército tomaron la ciudad de Roma, exilió al
Papa Pío VII y destruyeron treinta iglesias, entre ellas la de San Mateo, que quedó completamente
arrasada, pero uno de los sacerdotes Agustinos, logró poner a salvo la pintura.
La imagen permaneció sesenta y cuatro años, casi olvidada, en una pequeña
capilla de los Padres Agustinos hasta que, a instancias del Papa Pío IX, se trasladó en
entusiasta y multitudinaria procesión solemne a la iglesia de San Alfonso,
construida por los Padres
Redentoristas sobre lo que había sido la Iglesia de San Mateo, atendiéndose así el deseo de Nuestra Señora de que esta
imagen suya del Perpetuo Socorro
fuera venerada entre la Iglesia de Santa
María la Mayor y la de San Juan de
Letrán, que allí se encuentra hasta el día de hoy.