¿Qué profesión practicó JESÚS
durante su adolescencia? Sabemos que todo padre de familia judío procuraba para
su hijo una ocupación, pues los rabinos decían: “El que no le enseña a su hijo un oficio, le enseña a robar”. Marcos,
como vimos, dice que cuando JESÚS
fue a predicar en la sinagoga de Nazaret los aldeanos comentaron: “¿No es éste el carpintero?” (Mc 6,3).
La palabra griega TÉKTON (CARPINTERO)
se aplicaba a quien trabajaba con materiales duros como la piedra, el hierro o
la madera. Era propiamente un artesano. Requería esfuerzo y fuerza muscular. Muchos
han puesto en duda esta afirmación de Marcos.
Mateo, por ejemplo, dice que la gente comentaba que JESÚS era “hijo” del
carpintero (Mt 13,55), no que él lo fuera. Lucas, por su parte, dice
que la gente preguntaba: “¿No es éste
el hijo de José?” (Lc 4,22), con lo cual ninguno de los dos sería
carpintero. Segundo, porque Nazaret, ubicada en la fértil región de la Galilea,
era un pueblo de campesinos, donde la mayoría de sus habitantes se dedicaba a
la agricultura y a criar ganados. Y tercero, porque en casi todas las parábolas
de JESÚS hay imágenes del ambiente
agrícola (el sembrador, la cizaña, la viña, la higuera, la semilla de mostaza,
etc.), y no del ambiente de la carpintería.
Sin embargo hoy los biblistas han concluido que Marcos, el primer
evangelista que escribió, no se habría animado a llamar a JESÚS “carpintero”,
ocupación que gozaba de poco prestigio en aquella época, si no fuera porque
efectivamente era cierto. En cambio sí hay motivos para que Mateo haya cambiado
la información: como él buscaba acentuar en JESÚS la figura de un Maestro sabio, pensó que llamarlo carpintero
sería poco respetuoso, por lo que prefirió llamar así a José. Y Lucas, más
sensible que Mateo, vio como una burla de los galileos la mención de semejante
oficio, y optó por suprimirlo tanto de José como de JESÚS.
El hecho de que sus parábolas aludieran tanto a la agricultura se debe a
que su auditorio estaba formado, en su mayoría, por agricultores, por lo que
buscó amoldarse a ese lenguaje. Podemos, concluir que JESÚS, durante los años de su vida oculta, trabajó como carpintero.
Otras de las cosas que aprendió durante su adolescencia en Nazaret fue a rezar.
Todo niño israelita a partir de los 13 años adquiría el hábito de orar tres
veces por día: a la mañana, al mediodía y a la noche (Sal 55,18; Dn 6,11). Para
ello se le enseñaba a cubrirse la cabeza y los hombros con un manto especial,
llamado “TALIT”, que tenía en
sus cuatro esquinas unos flecos o “ZITZIT”.
Éstos representaban las leyes divinas que un judío observaba de corazón
por las “cuatro esquinas” de
su vida. Eran en total 32 flecos (8 en cada esquina), porque el número 32
simboliza la palabra “corazón”
en hebreo. Esta costumbre la había ordenado Dios a Moisés en el libro de los
Números: “Habla a los israelitas para
que se pongan flecos en la punta de sus mantos. Así al verlos, se acordarán de
los mandamientos del Señor” (15,37-41). Dos eran las oraciones que un
judío, desde su adolescencia, debía recitar cada día. La primera se llamaba “SHEMÁ” (en hebreo: “Escucha”), porque comenzaba diciendo: “Escucha, Israel: Yahvé es nuestro único
Dios”. Más que una oración era una profesión de fe, sacada del libro del
Deuteronomio (6,4-7). Y la segunda era la llamada “SHEMONÉ ESRE” (en hebreo: “Dieciocho”)
porque consistía en dieciocho oraciones (tres alabanzas, doce peticiones y tres
agradecimientos a Dios). En estas oraciones, repetidas a lo largo del día, el
niño JESÚS fue aprendiendo a llamar
a Dios “PADRE NUESTRO”. Y fueron
éstas las que crearon el clima espiritual en el que creció, y las que marcaron
profundamente su psicología religiosa de niño.
Desde su infancia, y acompañado por sus padres, el niño JESÚS concurría los sábados a la sinagoga
de Nazaret. Como cualquier otro niño, se habrá sentido aburrido y distraído
ante las interminables oraciones de la asamblea, que duraban casi toda la
mañana, y que le resultarían difíciles de seguir porque eran en hebreo, lengua
que él no entendía, ya que hablaba el arameo. Pero con el paso de los años fue
aprendiendo las plegarias y los ritos, hasta que se le volvieron familiares. Además
de concurrir a la sinagoga, el sábado debía ser venerado mediante la práctica
del reposo total. Así, desde el viernes a la tarde el niño JESÚS debió de ayudar a su madre María en los preparativos de la
celebración: traer doble provisión de agua, limpiar la humilde vivienda,
colocar en su lugar las herramientas de trabajo, mientras María preparaba las
dos comidas: para el viernes a la noche y el sábado al mediodía.
La vida oculta de JESÚS, no
tuvo nada de extraordinario ni prodigioso, como la pintan las absurdas leyendas
tejidas sobre ella. Fue en esta atmósfera sencilla y familiar, propia de los
poblados de Galilea, donde el niño creció, maduró y descubrió la vida. El coro
de los chicos en la escuela, la voz de las muchachas en la fuente de agua, el
monótono golpear del martillo en la carpintería, el grito repetido de las
madres llamando a casa a sus hijas entretenidas en la calle, fueron el clima
que JESÚS respiró y asimiló durante
30 años. Y cuando un día su Padre del cielo le pidió que dejara todo y saliera a
predicar el mensaje de salvación a sus hermanos los hombres, nunca se
arrepintió de los años transcurridos en su pueblo, en su casa y con su gente;
de sus años ocultos y silenciosos; de su trabajo en el taller y de sus
reuniones con amigos. Nunca consideró ese tiempo como “perdido”, vivió cada día y cada época como la mejor que
tenía. Y así también lo enseñó, cuando fue mayor: “No se preocupen por el día de mañana; mañana ya habrá tiempo para
preocuparse. Cada día tiene bastante con sus propios
problemas” (Mt 6, 34).
Ariel Alvarez Valdez
Biblista