PROGRAMA Nº 1164 | 27.03.2024

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LOS CUERPOS INCORRUPTOS DE LOS SANTOS

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Por incorrupción, se entiende la conservación de un cuerpo considerada milagrosa según la fe (es decir, debida a una intervención directa de Dios), ya que se produce sin el embalsamamiento y de forma inexplicable por las leyes de la ciencia. Son prodigios caracterizados por ciertas peculiaridades y en relación a los restos mortales de individuos que vivieron con fama de santidad. Los argumentos presentados normalmente por los críticos se pueden resumir en cinco puntos. El fenómeno se debe a causas que actúan (en un lugar determinado) a un “amplio radio”, como radiaciones o moho. Son explicaciones descartadas por principio, pues donde se verifican tales condiciones, las momificaciones aparecen como una constante y presentan las mismas características. Al contrario, en el caso de los incorruptos se encuentran casos individuales de santos, en lugares donde normalmente se lleva a cabo la descomposición.

El fenómeno es favorecido por las dietas ascéticas practicadas por los monjes. Una conjetura escéptica frecuente debido a los ayunos practicados, como se sabe, por muchos religiosos y que favorecerían la conservación. Sin embargo, estos individuos pertenecieron a épocas y estilos de vida a menudo completamente distintos entre sí; y de cualquier modo, en el estudio de las momificaciones naturales, nunca se ha verificado una incidencia especial de sujetos que practicaran dietas ascéticas; ni se encontró la incorrupción entre las víctimas de hambrunas o en regiones donde, a causa de la extrema pobreza, los habitantes practican (a su pesar) régimenes alimenticios muy restringidos. La mayoría de los críticos hostiles al mundo católico llegan incluso a especular que se trata de estafas perpetradas en perjuicio de los ingenuos devotos. Según su punto de vista, tendríamos que suponer que los custodios de estos cuerpos (normalmente personas consagradas), cometen fraudes en total antítesis a los principios y valores que han elegido como única razón de vida, sometiendo a tratamientos eficaces de embalsamamiento a estos restos mortales (perennemente expuestos en las iglesias), sin que nadie se de cuenta.

Y esto sin tener en cuenta del hecho que los cuerpos incorruptos son a menudo sometidos a exámenes médicos/científicos, quienes obviamente identificarían posibles rastros de esos tratamientos. Se trata de simples momificaciones, corificaciones, saponificaciones naturales, interpretadas equivocadamente como un evento milagroso. Esta tesis es improbable respecto a las momificaciones y corificaciones, pues las modificaciones externas padecidas por el cadáver (arrugamiento y piel curtida, reducción de la masa y peso corporal, deformación de las facciones) vuelven fácilmente reconocibles estos fenómenos naturales, incluso en ausencia de una investigación necroscópica; mientras que las descripciones testimoniales sobre los incorruptos hablan normalmente de cuerpos húmedos, frescos, flexibles y con un color de piel natural.

La cuestión es más compleja para las saponificaciones, donde las características externas del cadáver (mantenimiento de una masa corporal casi constante, color y facciones naturales) podrían efectivamente confundirse con una conservación milagrosa. Se trata, sin embargo, de fenómenos circunscritos a condiciones particulares, como la fuerte humedad, y de la que se pueden excluir los eventos en que se llevó a cabo un reconocimiento necroscópico del cadáver, ya que habría sido descubierta inmediatamente la adipocira. En el caso, por ejemplo, de la beata Mariana Navarro de Jesús, una comisión de once cirujanos estudió el cadáver (un siglo después de la muerte) en busca de una causa natural o artificial de la prodigiosa conservación. Pues bien, lo que encontraron no fue una masa adipocira sino los órganos internos y las vísceras aún frescas y blandas. Se puede citar el caso del jesuita San Andrés Bobola, cuyo cadáver fue sometido a un cuidadoso reconocimiento y no se señaló ninguna presencia de sustancias particulares en el lugar de los músculos y los órganos internos. También está el caso de la sierva de Dios María Margarita de los Ángeles; de la que tenemos una relación de los médicos que examinaron las entrañas del cadáver, encontrándolas frescas e intactas.

Pero hay otro aspecto a tener en cuenta. El fenómeno de la saponificación está acompañado por un fuerte olor desagradable; mientras que en el caso de los incorruptos, ningún testigo ha descubierto la emisión de malas exhalaciones. Al contrario, los testimonios van en un sentido diametralmente contrario. Son embalsamamientos llevados a cabo sin ningún intento de defraudar, pero los cuales, con el tiempo, se olvidaron. De esta tesis se hizo portavoz el paleopatólogo Ezio Fulcheri de la Universidad de Turín. Él fue invitado por monseñor Gianfranco Nolli (inspector del Museo Egipcio del Vaticano) para examinar el cuerpo de santa Margarita de Cortona, y descubrió que el cadáver presentaba una serie de cortes, indicios de un tratamiento de conservación. Notó también una fuerte fragancia por todo el cuerpo, que él explicó como procedente de los ungüentos y las especias utilizadas por los embalsamadores.

Fulcheri encontró una confirmación adicional en los documentos eclesiásticos e históricos, donde aparecía que los habitantes de Cortona habían pedido al obispo el permiso para embalsamar el cuerpo. La petición obviamente no fue ocultada; pero con el pasar de los siglos la intervención conservadora se olvidó y nació la convicción del milagro. La conclusión del estudioso es que la Iglesia practicaba frecuentemente el embalsamamiento ya desde los primeros siglos; de ahí la extirpación de las vísceras. A través de las nuevas investigaciones él identificó otros cinco cuerpos embalsamados del mismo modo: santa Clara de Montefalco, santa Margarita de Metola, santa Catalina y san Bernardino de Siena, santa Rita de Casia. Todos vivieron entre los siglos XIII y XV, en Umbria y Toscana.

Es necesario reconocerle a Fulchieri el mérito de haber dado una contribución importante al estudio de los incorruptos. En particular subrayó la necesidad en ciertos casos (los más antiguos, especialmente) de buscar posibles rastros que puedan relacionarse con prácticas conservadoras, ya que es posible (como demostró) que algunos casos de incorrupción sean en realidad embalsamamientos que se habían olvidado. Muchas órdenes religiosas (a las que pertenecían los incorruptos) creían y respetaban el proceso natural del polvo que volvía al polvo, al punto de inhumar los cuerpos en la tierra desnuda y sin ataúd. La misma Iglesia, en determinadas épocas, tomó una posición abiertamente contraria en relación a estas prácticas (véase el caso de los petrificadores del siglo XIX), que tenían razones para temer que se perdiera el respeto debido al difunto y el cuerpo se transformara en un objeto de manipulación a placer, por el gusto de una macabra experimentación. Obviamente, si este era el modus pensandi habitual por parte de la Iglesia, hubieron excepciones.

En el caso de los pontífices difuntos, por ejemplo, el Vaticano ha usado a menudo el método del embalsamamiento (desde el siglo XIV) por la necesidad de exponer el cuerpo y consentir la veneración de los fieles. En estos casos, la invitación de Fulcheri a una mayor prudencia está naturalmente fundada. Hace pocos años, por ejemplo, suscitó clamor la noticia que el cuerpo de Juan XXIII había sido encontrado intacto. El milagro fue desmentido, cuando se supo que el cuerpo había sido tratado con una inyección de sustancias conservadoras. Durante siglos, se abre un ataúd años después del fallecimiento –era preceptivo en las causas de beatificación, aparte de que existió un tráfico de reliquias que por fortuna hoy apenas se da-, y resulta que el cuerpo está momificado.

O sea, lo que se ve no es un esqueleto sin más, como es habitual, sino que conserva la piel convertida en un cuero poco atractivo, y con ella buena parte de los rasgos externos. Y así, con muchas ganas y poco conocimiento real, ya se proclama que está incorrupto. Y se muestra el hecho como prueba de santidad. Sin embargo, eso nunca ha servido como prueba de santidad para que la Iglesia proclame a alguien santo o beato. Si se abría el ataúd, el motivo era simplemente para confirmar que no había ninguna irregularidad en la muerte del difunto. Y nada más. Ciertamente, ha habido en el pasado bastante ligereza a la hora de valorar estos temas. Pero se caería en otra ligereza no menor, aunque se signo contrario, si se juzga que en este terreno ha habido una voluntad de engañar a los fieles.

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