Por incorrupción, se
entiende la conservación de un cuerpo considerada milagrosa según la fe (es
decir, debida a una intervención directa de Dios), ya que se produce sin el
embalsamamiento y de forma inexplicable por las leyes de la ciencia. Son
prodigios caracterizados por ciertas peculiaridades y en relación a los restos
mortales de individuos que vivieron con fama de santidad. Los argumentos
presentados normalmente por los críticos se pueden resumir en cinco puntos. El fenómeno se debe a
causas que actúan (en un lugar determinado) a un “amplio radio”, como
radiaciones o moho. Son explicaciones descartadas por principio, pues donde se
verifican tales condiciones, las momificaciones aparecen como una constante y
presentan las mismas características. Al contrario, en el caso de los
incorruptos se encuentran casos individuales de santos, en lugares donde
normalmente se lleva a cabo la descomposición.
El fenómeno es favorecido
por las dietas ascéticas practicadas por los monjes. Una conjetura escéptica
frecuente debido a los ayunos practicados, como se sabe, por muchos religiosos
y que favorecerían la conservación. Sin embargo, estos individuos pertenecieron
a épocas y estilos de vida a menudo completamente distintos entre sí; y de
cualquier modo, en el estudio de las momificaciones naturales, nunca se ha
verificado una incidencia especial de sujetos que practicaran dietas ascéticas;
ni se encontró la incorrupción entre las víctimas de hambrunas o en regiones
donde, a causa de la extrema pobreza, los habitantes practican (a su pesar)
régimenes alimenticios muy restringidos. La mayoría de los críticos
hostiles al mundo católico llegan incluso a especular que se trata de estafas
perpetradas en perjuicio de los ingenuos devotos. Según su punto de vista,
tendríamos que suponer que los custodios de estos cuerpos (normalmente personas
consagradas), cometen fraudes en total antítesis a los principios y valores que
han elegido como única razón de vida, sometiendo a tratamientos eficaces de
embalsamamiento a estos restos mortales (perennemente expuestos en las
iglesias), sin que nadie se de cuenta.
Y esto sin tener en cuenta
del hecho que los cuerpos incorruptos son a menudo sometidos a exámenes médicos/científicos,
quienes obviamente identificarían posibles rastros de esos tratamientos. Se
trata de simples momificaciones, corificaciones, saponificaciones naturales,
interpretadas equivocadamente como un evento milagroso. Esta tesis es improbable respecto a las
momificaciones y corificaciones, pues las modificaciones externas padecidas por
el cadáver (arrugamiento y piel curtida, reducción de la masa y peso corporal,
deformación de las facciones) vuelven fácilmente reconocibles estos fenómenos
naturales, incluso en ausencia de una investigación necroscópica; mientras que
las descripciones testimoniales sobre los incorruptos hablan normalmente de
cuerpos húmedos, frescos, flexibles y con un color de piel natural.
La cuestión es más
compleja para las saponificaciones, donde las características externas del
cadáver (mantenimiento de una masa corporal casi constante, color y facciones
naturales) podrían efectivamente confundirse con una conservación milagrosa. Se
trata, sin embargo, de fenómenos circunscritos a condiciones particulares, como
la fuerte humedad, y de la que se pueden excluir los eventos en que se llevó a
cabo un reconocimiento necroscópico del cadáver, ya que habría sido descubierta
inmediatamente la adipocira. En el caso, por ejemplo,
de la beata Mariana Navarro de Jesús, una comisión de once cirujanos estudió el
cadáver (un siglo después de la muerte) en busca de una causa natural o
artificial de la prodigiosa conservación. Pues bien, lo que encontraron no fue
una masa adipocira sino los órganos internos y las vísceras aún frescas y
blandas. Se puede citar el caso del jesuita San Andrés Bobola, cuyo cadáver fue
sometido a un cuidadoso reconocimiento y no se señaló ninguna presencia de
sustancias particulares en el lugar de los músculos y los órganos internos. También
está el caso de la sierva de Dios María Margarita de los Ángeles; de la que
tenemos una relación de los médicos que examinaron las entrañas del cadáver,
encontrándolas frescas e intactas.
Pero hay otro aspecto a
tener en cuenta. El fenómeno de la saponificación está acompañado por un fuerte
olor desagradable; mientras que en el caso de los incorruptos, ningún testigo
ha descubierto la emisión de malas exhalaciones. Al contrario, los testimonios
van en un sentido diametralmente contrario. Son embalsamamientos
llevados a cabo sin ningún intento de defraudar, pero los cuales, con el
tiempo, se olvidaron. De esta tesis se hizo portavoz el paleopatólogo Ezio
Fulcheri de la Universidad de Turín. Él fue invitado por monseñor Gianfranco Nolli
(inspector del Museo Egipcio del Vaticano) para examinar el cuerpo de santa
Margarita de Cortona, y descubrió que el cadáver presentaba una serie de
cortes, indicios de un tratamiento de conservación. Notó también una fuerte
fragancia por todo el cuerpo, que él explicó como procedente de los ungüentos y
las especias utilizadas por los embalsamadores.
Fulcheri encontró una
confirmación adicional en los documentos eclesiásticos e históricos, donde
aparecía que los habitantes de Cortona habían pedido al obispo el permiso para
embalsamar el cuerpo. La petición obviamente no fue ocultada; pero con el pasar
de los siglos la intervención conservadora se olvidó y nació la convicción del
milagro. La conclusión del estudioso es que la Iglesia practicaba frecuentemente
el embalsamamiento ya desde los primeros siglos; de ahí la extirpación de las
vísceras. A través de las nuevas investigaciones él identificó otros cinco
cuerpos embalsamados del mismo modo: santa Clara de Montefalco, santa Margarita
de Metola, santa Catalina y san Bernardino de Siena, santa Rita de Casia. Todos
vivieron entre los siglos XIII y XV, en Umbria y Toscana.
Es necesario reconocerle a
Fulchieri el mérito de haber dado una contribución importante al estudio de los
incorruptos. En particular subrayó la necesidad en ciertos casos (los más
antiguos, especialmente) de buscar posibles rastros que puedan relacionarse con
prácticas conservadoras, ya que es posible (como demostró) que algunos casos de
incorrupción sean en realidad embalsamamientos que se habían olvidado. Muchas órdenes religiosas
(a las que pertenecían los incorruptos) creían y respetaban el proceso natural
del polvo que volvía al polvo, al punto de inhumar los cuerpos en la tierra
desnuda y sin ataúd. La misma Iglesia, en determinadas épocas, tomó una
posición abiertamente contraria en relación a estas prácticas (véase el caso de
los petrificadores del siglo XIX), que tenían razones para temer que se
perdiera el respeto debido al difunto y el cuerpo se transformara en un objeto
de manipulación a placer, por el gusto de una macabra experimentación.
Obviamente, si este era el modus pensandi habitual por parte de la Iglesia,
hubieron excepciones.
En el caso de los
pontífices difuntos, por ejemplo, el Vaticano ha usado a menudo el método del
embalsamamiento (desde el siglo XIV) por la necesidad de exponer el cuerpo y
consentir la veneración de los fieles. En estos casos, la invitación de
Fulcheri a una mayor prudencia está naturalmente fundada. Hace pocos años, por
ejemplo, suscitó clamor la noticia que el cuerpo de Juan XXIII había sido
encontrado intacto. El milagro fue desmentido, cuando se supo que el cuerpo
había sido tratado con una inyección de sustancias conservadoras. Durante siglos, se abre un
ataúd años después del fallecimiento –era preceptivo en las causas de
beatificación, aparte de que existió un tráfico de reliquias que por fortuna
hoy apenas se da-, y resulta que el cuerpo está momificado.
O sea, lo que se ve
no es un esqueleto sin más, como es habitual, sino que conserva la piel
convertida en un cuero poco atractivo, y con ella buena parte de los rasgos
externos. Y así, con muchas ganas y poco conocimiento real, ya se proclama que
está incorrupto. Y se muestra el hecho como prueba de santidad. Sin embargo, eso nunca ha
servido como prueba de santidad para que la Iglesia proclame a alguien santo o
beato. Si se abría el ataúd, el motivo era simplemente para confirmar que no
había ninguna irregularidad en la muerte del difunto. Y nada más. Ciertamente,
ha habido en el pasado bastante ligereza a la hora de valorar estos temas. Pero
se caería en otra ligereza no menor, aunque se signo contrario, si se juzga que
en este terreno ha habido una voluntad de engañar a los fieles.