El de las sectas en África
es, un tema de singular importancia. Representan un desafío grave a la
expansión y a un mantenimiento de la Iglesia. Ya comienzan a oírse voces que
auguran un futuro preponderantemente sectario para el cristianismo en África...
Hace veinticinco o veinte años, nadie se habría permitido semejante augurio:
hoy, sí. Lo que indica, ya de entrada, que el expansionismo de las sectas en África
está conociendo actualmente un vigor muy notable y progresivamente acelerado.
Sigue siendo aún, es
cierto, un fenómeno marginal; pero está ya presente en los suburbios de las
grandes ciudades africanas y, poco a poco, está llegando a las aldeas más
perdidas. Las mujeres, en primer lugar, y los jóvenes, después, son los dos
grupos sociales más inclinados al movimiento sectario; y para la creación de
una comunidad sectaria basta con la decisión -o «inspiración»- de alguien que
se determine a declararse a sí mismo «sacerdote» o «pastor», cuando no
«profeta».
Las denominadas «Iglesias
independientes» presentan una estructura u organización más cuajada, con un
cuerpo ministerial más formado intelectual y religiosamente, con una
determinada jerarquía y unos credos más armónicos y coherentes, con amplios
templos y numerosas capillas; pero también éstas adolecen de un acentuado
sincretismo en el que se entremezclan datos fundamentales del Evangelio con
otros provenientes de la religiosidad popular -«pagana» se diría en tiempos ya
venturosamente superados- o de la «inspiración divina», presuntamente afirmada
como tal, de algún profeta o profetisa...
Sectas e Iglesias
independientes propenden al esoterismo y a la magia, y de aquí arranca,
principalmente, el peligro que hoy se incuba para la sociedad futura del
continente africano. El esoterismo, con su distinción entre iniciados y
no-iniciados, suele dar lugar a la creación de instituciones y organizaciones
secretas que actúan, desde la sombra, en los más diversos campos de la vida
social: político, económico, cultural, familiar. La magia, por su parte,
introduce recursos que militan contra el progreso de los pueblos al encomendar
a «fuerzas» incontrolables la resolución de graves problemas individuales o
sociales.
Dichas «fuerzas», a las
veces, pueden reclamar de los que a ellas acuden por la mediación del «brujo» o
del «adivino» actuaciones contrarias a la legislación vigente en un país y
hasta lesivas de los derechos fundamentales de los prójimos. Propenden también,
y cada vez más, a afirmarse en un nacionalismo a ultranza que propaga un
clima-ambiente contra el Occidente -y el cristianismo de las iglesias europeas,
católicas, anglicanas y protestantes- por el pasado colonialista y por el
actual neocolonialismo.
El Occidente, admirado
secretamente en estos ambientes por su tenor de vida y sus adelantos técnicos,
es presentado como el causante de los muchos males que aquejan al continente
africano -lo que no carece de razón- y como una cultura en lucha contra la peculiaridad
propia de los pueblos africanos, incluso en la esfera de lo religioso. Este
anti-occidentalismo obra como banderín de enganche, sobre todo entre la
juventud africana y más si se trata de una juventud estudiantil y profesional.
De aquí a motivar un
fundamentalismo religioso-nacionalista contra las Iglesias de cuño europeo y
occidental, no hay más que un paso, y las sectas y las Iglesias independientes
lo están franqueando cada vez más. Las muy difíciles condiciones económicas y
socio-políticas en que se debaten las sociedades africanas de hoy, son terreno
abonado para la propagación de las sectas. El político, consciente de que su
poder -y aun su vida- están amenazados por sus adversarios de la oposición
política, legalizada o clandestina, se sentirá llevado a invocar la
intervención de «poderes» sobre humanos o sobrenaturales, en un curioso -pero
normal- retorno a tiempos anteriores.
La familia incapaz de
adquirir los fármacos modernos, recurrirá a la medicina tradicional -lo que
podría ser bueno- a través del «curandero-brujo», lo que, además de no ser tan
recomendable por la intervención de la brujería, supone un retroceso a
prácticas ya superadas por la modernidad. El joven que no encuentra trabajo y
que se encuentra reducido al anonimato en algún suburbio, lejos muchas veces de
su gran familia tribal o clánica, se acogerá al calor de la comunidad sectaria
y establecerá con sus componentes unos lazos fuertes de amistad y, si es
posible, de ayuda.
Las sociedades africanas
se han desestructurado en pocos años; los individuos «flotan», sin raíces ni
fundamentos. La secta les ofrece comunitarismo, escucha amable de sus
sufrimientos y frustraciones, una gama rica y siempre renovada de transmisión
simbólica a las «fuerzas cósmicas» o a Dios del mensaje que el triste y
desamparado creyente desea comunicarles... Se explica en razón de la situación
actual del hombre africano y de las ofertas que a las sectas les ofrecen, que
la expansión de éstas sea espectacular en sí misma, preocupante para la Iglesia,
peligrosa para la sociedad.
El fenómeno de las sectas
e Iglesias independientes en África no es, ni mucho menos, un grano de anís.
Los antiguos poderes coloniales lo advirtieron pronto; y la historia de algunas
de estas sectas e Iglesias independientes cuenta con su propio martirologio. La
colonia creyó acabar con la «epidemia» arrestando y encarcelando a los líderes
sectarios y a los «profetas» opuestos a la colonización. No consiguió sino
crear la figura del «héroe», del «perseguido por la santa causa», en ocasiones
del «mártir». Y la persecución, como siempre ocurre, fortaleció a la naciente
comunidad y le dio nuevas alas para su expansión.