La práctica de «las curaciones milagrosas», realizada
según los ritos más tradicionales y que sólo son comprensibles a partir de los
criterios que sostiene la tradición cultural africana sobre el origen
espiritual y social de la enfermedad, ocupa un puesto central en muchas de las
sectas proféticas y mesiánicas. Cuando esta vuelta a la tradición ocupa la
atención mayor de las sectas, éstas comienzan a ser clasificadas como «indigenistas»; pero es preciso
advertir que esta clasificación es válida, y cada vez más, para todas las
sectas e incluso para las iglesias independientes. África sale por sus fueros.
La mezcla de elementos proféticos, mesiánicos e indigenistas es cada vez mayor.
Y todo ello, además, condimentado por corrientes pentecostalistas y
carismáticas.
Sobre este particular
conviene andar con mucho cuidado. El cristianismo africano entra fácilmente en
la línea de los carismáticos y de los pentecostales; lo que, en principio, no
es objetable sino plausible. De hecho, muchas pequeñas comunidades, plenamente
ortodoxas, pueden calificarse de carismáticas o de pentecostales. Ocurre, sin
embargo, que con extrema facilidad estas comunidades segregan líderes cuya
relación con la Iglesia «oficial» presenta más de una duda. Si se produce algún
choque importante entre el líder y la jerarquía, la comunidad carismática o
pentecostales, suele separarse de la iglesia «oficial».
Emprende así un camino
que, en el África religiosa de hoy, deriva pronto en una nueva secta. Se puede
decir lo mismo, aunque con extrema prudencia, de ciertos movimientos
calificados de «revivalistas» o de «renovación». El fervor de los primeros
tiempos ha ido apagándose con el paso del tiempo y el cambio de las
generaciones o por el peso del secularismo-ambiente que está invadiendo el
continente por medio del neo-colonialismo cultural. Estos movimientos de
revitalización de la vida espiritual -con acusados llamamientos a la conversión
y a la renuncia de Satanás- suelen querer permanecer en la comunión católica.
No siempre lo consiguen.
La incomprensión por parte de la gran comunidad, los roces con los párrocos y
los obispos, un cierto aire de superioridad de los «realmente convertidos» sobre los menos coherentes con las
exigencias del Evangelio, dificultan mucho la unidad; pero aun cuando puedan
asumir algunos perfiles de las sectas, no está claro que se les pueda adscribir
a título pleno en las características mayores de las mismas. Hay en muchos de
estos grupos una pronunciada falta de identidad entre seguir siendo parte de la
Iglesia -o de las Iglesias- o estar avanzado «por libre». Muchos de sus componentes no sabrían responder
a carta cabal a esta pregunta.
Como no lo sabrían,
igualmente, muchos de los miembros de las sectas hechas y derechas si se les
preguntara por su pertenencia real a alguna de ellas. La mezcla de elementos,
ya señalada, facilita la confusión, ciertamente, y facilita, sobre todo, que el
fiel pueda pasar de una secta a otra sin el menor reparo. El trasiego de fieles
de un grupo sectario a otro es, también, una característica a tener en cuanta. Todos
los que observan el fenómeno sectario en África están acordes en afirmar que la
expansión de las sectas representa un peligroso desafío a la Iglesia y a las
iglesias «oficiales». Por ahora, el número de
los católicos que abandonan la comunidad católica y se pasan a alguna o algunas
sectas, no es -por lo que parece- demasiado notable; sí lo es, por el
contrario, el de los que, manteniéndose en la comunidad eclesial, frecuentan
con mayor o menor asiduidad los ritos y liturgias de las sectas o el de los que
retornan a prácticas del «animismo»
tradicional. Algo tienen las sectas
que les atrae; algo tiene la Iglesia que les resulta insatisfactorio.
Primera constatación de no pequeña importancia. Las sectas proliferan,
principalmente, entre la gran masa de los que todavía siguen fieles a las
religiones tradicionales. El «indigenismo»
de las sectas es una como prolongación de la religión tradicional, aunque más
ilustrada y sistematizada que en la fe y el ritual animista.
Las influencias
cristianas, a comenzar por la lectura de la Biblia, confieren a las sectas, en
su dimensión «indigenista», un aire
de modernidad. Es el paso de la religión tradicional u oral a la condición de
religión del Libro sagrado. Y este hecho -se reconozca o no explícitamente-
confiere a las sectas una mayor autoridad. Con el añadido de que la lectura de
las Sagradas Escrituras es fundamentalista o literalista por un lado, y
selectiva, por otro. Las sectas priman el Antiguo Testamento sobre el Nuevo; y
de éste destacan con fascinación el Libro del Apocalipsis. Hay que constatar por
último que muchas de las sectas africanas -y no sólo de procedencia occidental-
cuentan de unos años a esta parte con abundantes recursos económicos y con
cuantiosos materiales propagandísticos. A esta constatación hay que añadir una
segunda y probablemente complementaria: las sectas se ven potenciadas desde el
exterior del continente africano en la medida en que la Iglesia católica
comienza a comprometerse con mayor decisión en los problemas de la justicia, de
la defensa, de los derechos humanos y de la dignidad del hombre, de la
implantación de regímenes democráticos y, sobre todo, en el trabajo de una
mayor concientización social de sus fieles. Este hecho deja entrever que
algunos poderes occidentales desean un África desestructurada o automatizada,
con una profesión religiosa evanescente y descomprometida, irracionalista,
mágica y crédula.