Quasimodo ya no contempla
los tejados de la ciudad desde el campanario de Notre Dame. Hoy no persigue,
con su ojo acuoso; encaramado en la aguja principal de la catedral; el sinuoso paseo del Sena por París, azogue de
los cielos, espejo de las almas.
Esmeralda la Zíngara no ha
sacado su pandereta. No tiene el cuerpo para danzas. Hoy, es un día triste para ellos y para todos. Ha
perdido la humanidad. Porque Notre Dame nos envía el mensaje de lo efímero de
todo lo humano, de lo etéreo de nuestros sueños.
Por más alto que nos
alcemos, todas nuestras ilusiones tienen fecha de caducidad. Desde la
eternidad, las gárgolas de la fachada han contemplado durante siglos el humano
devenir. Han visto sucederse a las generaciones. Han visto sus sueños, sus
esperanzas, sus decepciones. Con esa certeza de travesía que te concede el
pertenecer a la piedra. Han contemplado los fastos humanos de quienes tenían
ansias de eternidad, la coronación de Napoleón como emperador.
Se han recreado en las
páginas sublimes de Víctor Hugo, que salvó el deterioro de la Catedral con la
publicación de su obra. El amor imaginado entre el jorobado y la zíngara,
insufló vida a un monumento olvidado por el estado francés. El acróbata
Philippe Petit camino por la cuerda floja por la catedral, en una parábola
señera de lo efímero de la existencia.
El nazismo trato de acabar con esta maravilla, que se salvó de la iniquidad humana para ser profanada por el fuego. Quasimodo: patizambo y tuerto; llora en algún rincón olvidado. Ni siquiera los abrazos de Esmeralda le sirven de consuelo. Porque llora por la humana fragilidad, por la brevedad del instante habitado.
El nazismo trato de acabar con esta maravilla, que se salvó de la iniquidad humana para ser profanada por el fuego. Quasimodo: patizambo y tuerto; llora en algún rincón olvidado. Ni siquiera los abrazos de Esmeralda le sirven de consuelo. Porque llora por la humana fragilidad, por la brevedad del instante habitado.
Notre Dame; como tantas
otras maravillas creadas por nuestra errónea especie; nos sirve para una
profunda reflexión sobre la fuerza del pensamiento humano, sobre su ansia de
perpetuidad. Sobre su irredento don de la belleza. Pero también nos envía un
mensaje sobre la inestabilidad que perfunde nuestras vidas.
Hoy tenemos una certeza.
Por encima de credos y banderas, la solidaridad humana logrará levantar de
nuevo las orgullosas cúpulas doradas por el sol. Pero en el fondo de nuestros
corazones, adivinamos que la verdadera lucha es contra el tiempo, un truhán que
juega con ventaja y siempre oculta un as en la manga.
El cine; certero profeta
de nuestro tiempo; pone en boca de Julie Delphy, protagonista de “Antes del atardecer”, una premonitoria
y lapidaria frase: “Pero hay que pensar
que Notre Dame desaparecerá algún día”. Y todos nosotros también. No hay
mayor certeza.
Francisco Collado
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