De la lectura del VI Domingo de Pascua
Del Evangelio de Juan 14,23-29
El Misterio Pascual nos ha
ayudado a recordar y a revivir el gesto de amor más grande que ha visibilizado
el compromiso salvífico de Dios con la humanidad. La comunidad cristiana irá
adquiriendo una conciencia progresiva de la realidad de esta salvación, para lo
cual se hará necesario pasar de la «conciencia
formal» del rito mosaico a la «conciencia
de la gracia» del amor liberador de Cristo (cf. Hech 15, 1-2. 22-29). La
Nueva Jerusalén ya no necesita de un templo material ni de sacrificios
expiatorios, sino del testimonio de hombres y mujeres que hagan resplandecer
sobre ella la luz de la lámpara del Cordero (cf. Ap 21, 10-14. 22-23), es
decir, que Su humanidad asumida por nuestra salvación brille a través de
nuestra humanidad reconciliada por la Pascua.
Estamos, de nuevo, en el
discurso de despedida de la última cena del Señor con los suyos. Se profundiza
en que la palabra de Jesús es la palabra del Padre. Pero se quiere poner de
manifiesto que cuando él no esté entre los suyos, esa palabra no se agotará,
sino que el Espíritu Santo completará todo aquello que sea necesario para la
vida de la comunidad. Según Juan, Jesús se despide en el tono de la fidelidad y
con el don de la paz. En todo caso, es patente que esta lectura nos va
preparando a la fiesta de Pentecostés.
Esta parte del discurso de
despedida está provocada por una pregunta “retórica” de Judas (no el Iscariote)
de por qué se revela Jesús a los suyos y no al mundo. El círculo joánico es muy
particular en la teología del Nuevo testamento. Esa oposición entre los de
Jesús y el mundo viene a ser, a veces, demasiado radical. En realidad, Jesús
nunca estableció esa separación tan determinante. No obstante es significativa
la fuerza del amor a su palabra, a su mensaje. El mundo, en Juan, es el mundo
que no ama. Puede que algunos no estén de acuerdo con esta manera de plantear
las cosas. Pero sí es verdad que amar el mensaje, la palabra de Jesús, no queda
solamente en una cuestión ideológica.
Sin embargo, debemos hoy
hacer una interpretación que debe ir más allá del círculo joánico en que nació
este discurso. La propuesta es sencilla: quien ama está cumpliendo la voluntad
de Dios, del Padre. Por tanto, quien ama en el mundo, sin ser del “círculo” de
Jesús, también estaría integrado en este proceso de transformación “trinitaria”
que se nos propone en el discurso joánico. Esta es una de las ventajas de que
el Espíritu esté por encima de los círculos, de las instituciones, de las
iglesias y de las teologías oficiales. El mundo, es verdad, necesita el amor
que Jesús propone para que Dios “haga
morada” en él. Y donde hay amor verdadero, allí está Dios, como podrá
inferirse de la reflexión que el mismo círculo joánico ofrecerá en 1 Juan 4.
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