Comentario Bíblico
De la lectura del V Domingo de Pascua
Del Evangelio de Juan 13,31-35
En la segunda lectura de este V Domingo de Pascua, nos encontramos
con una lectura grandiosa, es del libro del Apocalipsis (21,1-5): esta es una
lectura típica de este género literario. Leemos, un texto que tiene todas las
connotaciones de la ideología apocalíptica. Tiene toda la poesía de lo utópico
y de lo maravilloso. En realidad es algo idílico, no puede ser de otra manera
para el “vidente” de Patmos, como para todos los videntes del mundo.
Jerusalén, lugar de la presencia de Dios para la religión judía
alcanza aquí el cenit de lo que ni siquiera David había soñado cuando conquistó
la ciudad a los jebuseos. Todo pasará, hasta lo más sagrado. Porque se anuncia
una ciudad nueva, un tabernáculo nuevo, en definitiva una “presencia” nueva de
Dios con la humanidad. Un cielo nuevo y una tierra nueva, de la que desciende
una nueva Jerusalén, que representa la ciudad de la paz y la justicia, de la
felicidad, en la línea de muchos profetas del Antiguo Testamento.
Se nos quiere presentar a la Iglesia como el nuevo pueblo de Dios,
en la figura de la esposa amada, ya no amenazada por guerras y hambre. Es el
idilio de lo que Pablo y Bernabé recomendaban: hay que pasar mucho para llegar
al Reino de Dios. Dios hará nueva todas las cosas, pero sin que sea necesario
dramatizar todo los momentos de nuestra vida. Es verdad que para ser felices es
necesario renuncias y luchas. El evangelio nos dará la clave.
Estamos, en el evangelio de Juan en la última cena de Jesús. Ese
es el marco de este discurso de despedida, testamento del Maestro a los suyos. La última cena quedaría grabada en sus mentes y en su
corazón. El redactor del evangelio de Juan sabe que aquella noche fue
especialmente creativa para Jesús, no tanto para los discípulos, que solamente
la pudieran recordar y
recrear a partir de la resurrección.
Juan es el evangelista que más profundamente ha tratado ese
momento, a pesar de que no haya descrito la institución de la eucaristía. Ha
preferido otros signos y otras palabras, puesto que ya se conocían las palabras
eucarísticas por los otros evangelistas. Precisamente las de este evangelio son determinantes. Se sabe que para
Juan la hora de la muerte de Jesús es la hora de la glorificación, por eso no
están presentes los indicios de tragedia.
La salida de Judas del cenáculo (v.30) desencadena la
“glorificación” en palabras del Jesús joánico. ¡No!, no es tragedia todo lo que
se va a desencadenar, sino el prodigio del amor consumado con que todo había
comenzado (Jn 13,1). Jesús había venido para amar y este amor se hace más
intenso frente al poder de este mundo y al poder del mal. En realidad esta no
puede ser más que una lectura “glorificada” de la pasión y la entrega de Jesús.
Y no puede hacerse otro tipo de lectura de lo que hizo Jesús y las razones por
las que lo hizo. Por ello, ensañarse en la pasión y la crueldad del su
sufrimiento no hubiera llevado a ninguna parte. El evangelista entiende que
esto lo hizo el Hijo del hombre, Jesús, por amor y así debe ser vivido por sus
discípulos.
Con la muerte de Jesús aparecerá la gloria de Dios comprometido
con él y con su causa. Por otra parte, ya se nos está preparando, como a los
discípulos, para el momento de pasar de la Pascua a Pentecostés; del tiempo de
Jesús al tiempo de la Iglesia. Es lógico pensar que en aquella noche en que
Jesús sabía lo que podría pasar tenía que preparar a los suyos para cuando no
estuviera presente. No los había llamado para una guerra y una conquista
militar, ni contra el Imperio de Roma. Los había llamado para la guerra del amor sin medida,
del amor consumado.
Por eso, la pregunta debe ser: ¿Cómo pueden identificarse en el mundo hostil aquellos que le han
seguido y los que le seguirán? Ser cristiano, discípulo de Jesús, es amarse los unos a los otros. Ese es el catecismo que debemos vivir.
Todo lo demás encuentra su razón de ser en esta ley suprema de la comunidad de
discípulos. Todo lo que no sea eso es abandonar la comunión con el Señor
resucitado y desistir de la verdadera causa del evangelio.
Fuente: