PROGRAMA Nº 1167 | 17.04.2024

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MIS OVEJAS ESCUCHAN MI VOZ…

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Comentario Bíblico
De la lectura del IV Domingo de Pascua
Del Evangelio de Juan 10,27-30

El libro del Apocalipsis: “Estos son los supervivientes de la gran persecución, y han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero”; versículo que evoca los terribles sucesos en nuestras iglesias hermanas de Sri Lanka el Domingo de Resurrección, el día que celebramos solemnemente el triunfo sobre la muerte. La Iglesia de los Mártires no es un capítulo cerrado y acabado de la Historia Antigua de la Iglesia, es un acontecimiento actual que da fuerza y consistencia a la creencia que la Palabra de Dios, el testimonio de los Apóstoles y la sangre de los Mártires edifican y construyen la Iglesia.

El amor profundo que Dios siente por esta humanidad sigue siendo un escándalo y un desafío; por eso, los cristianos, los de entonces y los de ahora, padecen persecuciones, pruebas y, en ocasiones, cruentos martirios. Son los testigos que “se llenaron de alegría y aplaudieron la Palabra del Señor”, los que han descubierto el amor eterno de Dios y los que han sido ya conducidos a las fuentes de las aguas vivas de la vida. Son, como dice Juan, aquellos que escucharon la voz del Señor y que han recibido la vida eterna.

Nadie elige ser mártir; el martirio es una gracia del cielo. El martirio, como signo, apunta hacia el camino en el que la realidad de la última palabra no es de muerte, sino de resurrección y de vida. La razón no puede dar sentido cabal ni pleno a esta creencia cristiana, sino solo la fe, que alcanza y supera a la razón. Una de las claves está en las lecturas de este Domingo de Pascua: Escuchar la Voz del Señor.

Siempre se ha considerado éste el domingo del Buen Pastor a causa del evangelio del día que habla de las ovejas, retomando el comienzo de Juan 10,1-10. El texto del Apocalipsis que se ha leído como segunda lectura también apunta a este simbolismo. Está situado en el marco de la fiesta de la dedicación del Templo de Jerusalén y le acosan a preguntas sobre si es verdaderamente el Mesías. Jesús, aparentemente, no quiere contestar a esa pregunta intencionada, pero en realidad no desvía la cuestión, sino que les habla con un lenguaje más vivo, más radical y en consonancia con una forma de entender el mesianismo en clave distinta de los judíos.

No viene para ser un personaje nacionalista, sino aquél que sabe bien la necesidad que tienen los hombres de vida y de vida verdadera; de una forma nueva de comprender a Dios, y por ello va a dar la vida. Los judíos nunca esperaron un Mesías que sufriera y que fuera, por tanto, capaz de dar la vida como Jesús se empeña en hacer. El evangelio de Juan, pretende desmontar una concepción equivocada de mesianismo y nos descubre la opción radical tomada por Jesús. El verdadero Mesías es el que sabe dar “la vida por las ovejas”, es decir, por el pueblo.

Esta polémica, de Jesús con los judíos, revela el sentido ejemplar, global, del Buen Pastor, símbolo de la gracia y del juicio que se opera en el seno de su pueblo. La altura desde la que Juan nos presenta a Jesús, “uno con el Padre”, es una provocación teológica, sin duda; pero es una realidad incuestionable. Tenemos que reconocer que el Jesús histórico no habló así, de la forma que lo hace en Juan; ni siquiera hablaba de sí mismo, pero siempre de Dios y del Reino de Dios. Pero el evangelio de Juan tiene otro tono, menos histórico, aunque más teológico. No entramos en la cuestión de la conciencia personal de Jesús, no es el caso. Decir que “el Padre y yo somos uno” es alta cristología, sin duda. Pero es verdad que Jesús nos reveló al verdadero Dios, y es eso lo que le discuten los adversarios.

Es un escándalo, porque toda la vida de Jesús es un juicio contra los que pensaban que el mismo Dios debía ajustarse a su dogmática. Así, lo que decide de un modo definitivo el sentido de este evangelio es la actitud que tenemos ante la verdad que Jesús propone: quien se encuentra de verdad con Él, se encuentra con Dios. Si Él escucha nuestras súplicas, Dios hace lo mismo. Si Él da la vida por nosotros, eso es lo que hace Dios por nosotros. No estamos ante una ficción teológica con estas palabras de Jesús, sino que estamos ante el “dador de vida”.

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