De la lectura de la Fiesta de la Santísima Trinidad
Del Evangelio de Juan 16, 12-15
Dios es sabiduría
creadora, ya que sin ella no podemos ni admirar a Dios, ni admirarnos de
nosotros mismos. Este texto de la sabiduría personificada antes de la creación
del mundo, juntamente con otros textos veterotestamentarios (Eclo 24; Sab 7-9)
se ha visto como una especie de puente en AT de la gran revelación de
Jesucristo como palabra creadora y eterna (Jn 1,24-30) y como sabiduría de Dios
(Mt 11,29-20; Lc 11,49; 1 Cor 1,24-30). Pero podemos decir que es un poema de
amor divino en lo humano. Dios no se complace en su mismidad sino en estar con
nosotros.
La sabiduría es vida; es
decir, el misterio de Dios es vida para el hombre, no muerte. No es Dios,
sabiduría de vida, una esencia encerrada, sino que se complace en derramarse y
en que todos los hombres la posean. En ese sentido, la sabiduría se ha acercado
a los hombres en Jesucristo. Toda la creación, toda la inteligencia humana,
todos los descubrimientos del mundo, son la manifestación de esta sabiduría.
Pero si la "ofendemos" creyendo que podemos construir un mundo al
margen de la sabiduría de Dios, y desde nuestras propias posibilidades humanas,
vamos camino de la destrucción, de la muerte.
El Salmo 8, que es el
salmo responsorial, una de las piezas maestras de la literatura religiosa,
canta todo esto con grandeza y humildad. Merecería la pena una alusión
teológica y catequética en la homilía. En (Rom 5, 1-5): Porque al
darnos al Espíritu, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones. Aquí Pablo
comienza en su carta a los Romanos a poner de manifiesto lo que ha significado
el acontecimiento de gracia revelado en Jesucristo, y al cual accedemos por la
fe. Esta es la experiencia de la gloria de Dios, de su sabiduría de Dios y de
su amor. Esto es real solamente porque el misterio de Dios es un darse sin
medida por nosotros. Se ha dado en Jesucristo y se da continuamente por su
Espíritu.
La puerta de acceso a ese
misterio es solamente la fe, no hay nada previo que impida el acceso a la paz y
a la gloria de Dios, ni siquiera el pecado que existe y tiene su poder. Dios,
pues, no hace el misterio de su vida inaccesible para nosotros. Dios no es
avaro de su mismidad, de su misterio, de su sabiduría o de su gracia, sino que
se complace en entregarse. Esto es vivir la realidad de Dios que es salvación y
redención, como Pablo se encarga de proclamar en este momento.
Llegamos al evangelio
(Juan 16, 12-15) Este último anuncio del Paráclito en el discurso de despedida
del evangelio de Juan responde a la alta teología del cuarto evangelio. ¿Qué
hará el Espíritu? Iluminará. Sabemos que no podemos tender hacia Dios, buscar a
Dios, sin una luz dentro de nosotros, porque los hombres tendemos a apagar las
luces de nuestra existencia y de nuestro corazón. El será como esa
"lámpara de fuego" de que hablaba San Juan de la Cruz en su
"Llama de amor viva".
Es el Espíritu el que
transformará por el fuego, por el amor, lo que nosotros apagamos con el
desamor. Aquí aparece el concepto "verdad", que en la Biblia no es un
concepto abstracto o intelectual; en la Biblia, la verdad "se hace",
es operativa a todos los niveles existenciales, se siente con el corazón. Se
trata de la verdad de Dios, y esta no se experimenta sino amando sin medida. Lo
que el Padre y el Hijo tienen, la verdad de su vida, es el mismo Padre y el
hijo, porque se relacionan en el amor, y la entregan por el Espíritu. Nosotros,
sin el amor, estamos ciegos, aunque queramos ser como dioses.
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