XIV Domingo del tiempo ordinario
Del Evangelio de Lucas 10, 1-12.17-20
La primera lectura del
libro de Isaías 66,10-14 nos habla de una restauración de Jerusalén, después
del luto que implica un designio de catástrofe y de muerte. Dios mismo, bajo la
fuerza de Jerusalén como madre que da a luz un pueblo nuevo, se compromete a traer
la paz, la justicia y, especialmente el amor, como la forma de engendrar ese
pueblo nuevo. Toda la alegría de un parto se encadena en una serie de
afirmaciones teológicas sobre la ciudad de Jerusalén. Desde ella hablará Dios,
desde ella se podrá experimentar la misma “maternidad de Dios” con sus hijos.
Porque Dios, lo que quiere, lo que busca, es la felicidad de sus hijos.
La segunda lectura la
carta a los Gálatas 6,14-18, viene a ser la carta más polémica de Pablo. Una
polémica que se hace en nombre de la cruz de Cristo, por la que hemos ganado la
libertad cristiana. La cruz, aquello que antes de su conversión era una
vergüenza, como para cualquier judío, se convierte en el signo de identidad del
verdadero mensaje evangélico. Los cristianos debemos “gloriarnos” en esa cruz,
que no es la cruz del “sacrificio” sin sentido, sino el patíbulo del amor
consumado. Allí es donde los hombres de este mundo han condenado al Señor, y
allí se revela más que en ninguna otra cosa ese amor de Dios y de Jesús.
Por eso Pablo no puede
permitir que se oculte o se disimule la cruz del evangelio. Es más, la cruz se
hace evangelio, se hace buena noticia, se hace agradable noticia, porque en
ella triunfa el amor sobre el odio, la libertad sobre las esclavitudes de la
Ley y de los intereses del este mundo; en ella reina la armonía del amor que
todo lo entrega, que todo lo tolera, que todo lo excusa, que todo lo pasa.
Pablo, habla desde lo que significa la cruz como fuerza de amor y de perdón.
Aquí se marca el punto álgido que acredita la verdadera identidad cristiana.
El que vive de la Ley, en
el fondo, se encuentra solo consigo mismo; el que vive en el ámbito del
evangelio, deja de estar solo para vivir "con Cristo" o "Cristo
en mí". Y ¿quién es Cristo? Pablo lo revela al principio de la carta:
"el que se entregó a sí mismo por nosotros, por nuestros pecados"
para darnos la gracia de la salvación. En el Evangelio de Lucas
10, 1-12.17-20 es todo un programa simbólico de aquello que les espera a los
seguidores de Jesús: ir por pueblos, aldeas y ciudades para anunciar el
evangelio. Lucas ha querido adelantar aquí lo que será la misión de la Iglesia.
El “viaje” a Jerusalén es el marco adecuado para iniciar a algunos seguidores
en esta tarea que Él no podrá llevar a cabo cuando llegue a Jerusalén.
El evangelista lo ha
interpretado muy bien, recogiendo varias tradiciones sobre la misión que en los
otros evangelistas están dispersas. El número de enviados (70 ó 72) es toda una
magnitud incontable, un número que expresa plenitud, porque todos los
cristianos están llamados a evangelizar. Se recurre a Números 11,24-30, los
setenta ancianos de Israel que ayudan a Moisés con el don del Espíritu; o
también a la lista de Génesis 10 sobre los pueblos de la tierra. No se debe
olvidar que Jesús está atravesando el territorio de los samaritanos, un pueblo
que, tan religioso como el judío, no podía ver con buenos ojos a los seguidores
de un judío galileo, como era Jesús.
Advirtamos que no se trata
de la misión de los Doce, sino de otros muchos (72). Lo que se describe en Lc
10,1 es propio de su redacción; la intencionalidad es poner de manifiesto que
toda la comunidad, todos los cristianos deben ser evangelizadores. No puede ser
de otra manera, debemos insistir mucho en ese aspecto. El evangelio nos libera,
nos salva personalmente; por eso nos obligamos a anunciarlo a nuestros hermanos,
como clave de solidaridad.
Resaltemos un matiz, sobre
cualquier otro, en este envío de discípulos desconocidos: volvieron llenos de
alegría (v. 20), “porque se le sometían los demonios”. Esta expresión quiere
decir sencillamente que el mal del mundo se vence con la bondad radical del
evangelio. Es uno de los temas claves del evangelio de Lucas, y nos lo hace ver
con precisión en momentos bien determinados de su obra.
Los discípulos de Jesús no
solamente están llamados a seguirle a Él, sino a ser anunciadores del mensaje a
otros. Cuando se anuncia el evangelio liberador del Señor siempre se percibe un
cierto éxito, porque son muchos los hombres y mujeres que quieren ser liberados
de sus angustias y de sus soledades. ¡Debemos confiar en la fuerza del
evangelio!
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